sábado, 3 de agosto de 2013

Instrumento de paz

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde hay odio, que yo ponga amor.
Donde haya ofensas, que yo ponga perdón.
Donde haya discordia, que yo ponga unión.
Donde haya error, que yo ponga verdad.
Donde haya duda, que yo ponga fe.
Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza.
Donde haya tinieblas, que yo ponga luz.
Donde haya tristeza, que yo ponga alegría.

Haz que yo no busque tanto el ser consolado como el consolar,
el ser comprendido como el comprender,
el ser amado como el amar.
Porque dando es como se recibe.
Olvidándose de sí mismo es como se encuentra a sí mismo.
Perdonando es como se obtiene perdón.
Muriendo es como se resucita para la vida eterna.

                                   Francisco de Asís

viernes, 2 de agosto de 2013

Nada te turbe

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.


Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.


A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.


¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
todo se pasa.


Aspira a lo celeste,
que siempre dura;

fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece 
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.


Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.


Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.


Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro
nada te falta.


Id, pues, bienes del mundo;
id dichas vanas;
aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta.


Teresa de Avila

martes, 23 de julio de 2013

El Evangelio

El Evangelio es un hecho; 
por lo tanto, cuéntalo con sencillez.
El Evangelio es un hecho gozoso; 
por lo tanto, cuéntalo con alegría.
El Evangelio es un hecho que se nos ha encomendado; 
por lo tanto cuéntalo con fidelidad.
EL Evangelio es un hecho de infinita importancia; 
por lo tanto, cuéntalo con fervor.
El Evangelio es un hecho de infinito amor;
por lo tanto, cuéntalo con sentimiento.
El Evangelio es para muchos difícil de comprender; 
por lo tanto, ilústralo hasta hacerlo comprensible.
El Evangelio es un hecho acerca de una persona; 
por lo tanto, predica a Cristo.

                                 Archibald Brown

Pentecostés

Oh, que tuviera una ardiente pasión por las almas.
Oh, que tuviera una compasión que anhela.
Oh, que tuviera un amor que ama hasta la muerte.
Oh, que tuviera el fuego que consume.
Oh, que tuviera el poder de la oración que prevalece, 
que se derrama por los perdidos.
Oración victoriosa en el nombre del Vencedor.
¡Oh, que tuviéramos un Pentecostés!

                 Amy Wilson Carmichael

Anhelo

¡Anhelo una carga en mi corazón!
Una pasión que lleva a la oración.
Anhelo  en mi ser un gran despertar,
que siempre fluya su poder.
Un corazón dame como mi Salvador,
quien estando en agonía oró.
Tal cuidado por otros dame, oh Señor...
por tu carga allí en mi corazón.
Padre, anhelo esta pasión,
por los perdidos derramar mi ser,
por ellos hoy mi vida dar;
orar sin importar el dolor.
Enséñame este secreto,
revélalo a mi ser, Señor.
                María Warburton Booth

sábado, 20 de julio de 2013

Amanece

Jesús siempre se manifiesta en el amanecer de una larga noche de cansancio, de impotencia y frustración. Oportuno como ninguno, tierno y amoroso, el Maestro se presenta a orillas del mar de Galilea días después de su resurrección  para sorprender a sus discípulos con su alentadora presencia y un desayuno inolvidable para aquellos confundidos hombres.
“Acérquense al fuego, y coman conmigo”, les invitó con tono confiable. Uno a uno, tímidamente, fueron sentándose alrededor de las brazas. Y mientras el calor fue entibiando sus corazones Jesús en silencio, partió el pescado asado y pan, y comenzó a compartirlos. El Siervo que había lavado sus pies, el Cordero que había muerto por ellos en la cruz, una vez más volvía a servirles. No hubo sermón ni reproche, sólo amor.
En la orilla, Pedro dejó la red por segunda oportunidad, en esta ocasión llena de grandes peces, y se sumó a la rueda. La persona de Cristo, y su invitación a comer junto a Él, eran tan reconfortantes como para entender que, nada o mucha pesca, significaba apenas un detalle delante del Maestro. Su presencia, su gracia, su provisión siempre oportuna eran más importantes que la buena pesca.
Si, su amistad prometida antes de partir a los cielos, vale mucho más que cualquier frustración o éxito que podamos alcanzar.
¡Cuánto deseo ser uno de aquellos discípulos sentado alrededor del fuego! ¡Cómo necesito sentir su alentadora presencia junto a mí! Cuando la noche ha sido difícil y tormentosa, cuando parece que las tinieblas llegan para quedarse, los rayos del amanecer disipan la oscuridad y comienza a aclarar todo. Y con el nuevo día la figura de Jesús, recortada en la orilla, esperándonos para confortarnos y consolarnos es como una caricia para nuestra agitada alma. Su luz disipa toda oscuridad a nuestro alrededor y su calor vuelve a encender nuestra esperanza. Jesús es una invitación al refugio y el reposo para el alma agitada.
Anhelo sentarme y compartir un bocado de ese pescado y un poco de pan, de ese que es servido por la misma mano que milagrosamente los multiplicó para dar de comer a miles, que partió el pan en la última cena mientras declaraba que él era el “pan de vida”. Tengo hambre de alimentarme de su presencia, y de su palabra. Pez y pan: Provisión material y espiritual para fortalecer el espíritu y renovar las fuerzas debilitadas.
Si me dan a elegir, quisiera ser ese Pedro que no pudo contenerse arriba de la barca, y se tiró al agua para nadar hacia la orilla. Otra vez cautivado por Jesús, como aquella noche en que caminó sobre las aguas respondiendo a su invitación. Su mirada en el rostro de Cristo había producido ese milagro de fe. Pero ahora su espíritu anhelante de perdón y de restauración, volvió a ganarle a la seguridad de una barca para ir en busca de su Maestro.
Pedro tenía una espina clavada en su corazón. No había vuelto a conversar con su Señor desde aquel lamentable suceso en el patio del templo. Sus ojos se cruzaron con los de Jesús luego de su último: “No lo conozco”, y esa mirada demoledora lo había derrumbado. Estaba quebrantado, se había chocado con la miseria de su humanidad y había perdido toda confianza en sí mismo. Este nuevo encuentro era la ocasión que tanto había esperado para intentar dar una explicación al Maestro de su conducta. Pero no hizo falta que buscara sacar el tema porque el propio Jesús tomó la iniciativa y se acercó para hablarle. Pedro no pudo balbucear una palabra, todo su cuerpo temblaba ¿cómo justificar semejante acto de cobardía? Pero Jesús fue simple y directo: “Pedro, ¿me amas?”. Tres veces le preguntó, una por cada negación. Tres veces le renovó la confianza y volvió a alentarlo para que no dudara de su amor, y se volcara a cuidar a sus ovejas ¡Su palabra sana y restaura!

Amigo, cuando hayas pasado una noche de crisis, cuando necesites recuperar tus fuerzas y tomar otra vez la iniciativa, dirígete a la orilla una vez más y tendrás un nuevo encuentro con Jesús. “Vengan a mí, y yo les daré descanso”, nos prometió. El se tomará su tiempo para confortarte, animarte, darte de comer, y renovar tu llamado.

En aquella oportunidad los discípulos estaban tan desalentados que ni siquiera reconocieron su presencia. Pero al escuchar la voz del Maestro un rayo de luz cruzó sus pensamientos y de pronto regresó la fe, el aliento, la confianza, y el ánimo perdidos. Cuando te encuentres abatido y desorientado, busca oír su voz serena, firme, consoladora, como la del pastor que guía a sus ovejas en medio de la tormenta.
Durante la conversación entre Jesús y Pedro no hubo reproches por su falla, tampoco lo habrá para ti. Si has cedido a la tentación, si finalmente has comprobado que no eres imbatible, y te sientes quebrado, incapaz de mirar a Cristo a los ojos permítele que se acerque para sanarte. El se tomará un tiempo para estar a solas contigo. Te mirará a los ojos, te hará preguntas, y creerá lo que le dices, aunque no tengas idea de como sostener tus palabras. Porque el amor todo lo cree y porque él mismo saldrá te sostendrá en integridad ¡El cree en ti! 
¡Ánimo! Recuerda que siempre amanece, y cada vez que lo necesites, puedes dirigirte a la orilla para tener un encuentro con Jesús. El quiere servirte, amarte, y enseñarte a confiar en su palabra.

“¡Oh, si conociéramos al Señor! Esforcémonos por conocerlo.
Él nos responderá y vendrá tan cierto como viene el amanecer” (Oseas 6:3)



jueves, 11 de julio de 2013

Cuida tu pozo

Tiempo atrás el Espíritu Santo me susurró al oído: ¿Cómo está tu pozo?  Fue entonces cuando puse más atención a mis palabras, a mis pensamientos y a lo que brotaba de mi corazón ¡Y me asusté! Ese manantial de vida, esa abundancia del Espíritu que Dios había instalado en mi interior y que tantas veces había saciado mi sed y bendecido a otros, ya no fluía como antes. Su advertencia llegó a tiempo y me puse a trabajar para que el agua volviera a correr en su plenitud.
Jesús le dijo a la mujer junto al pozo de Sicar: “El agua que yo le daré será una fuente” Después, en el gran día de la fiesta, se dirigió a la multitud, diciendo: “El que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva”. Fuente y ríos son dos términos que recalcan el al­cance de la obra poderosa del Espíritu Santo, la medida en que se recibe y la medida en que se da. Se recibe el Espíritu ilimitadamente.
Dios no quiere que seamos cristianos que solo tengamos un odre o un cántaro de agua, sino que seamos pozos de agua, es decir, que estemos llenos del Espíritu.
De nuestro interior, el Espíritu Santo quiere fluir como un in­menso río y no como arroyuelo. En el Antiguo Testa­mento, el Salmista dice: “Tomaré la copa de salvación, e invocaré el nombre de Jehová” (Salmos 116:13). Una copa es pequeña y es poco lo que le puede caber. El pro­feta Isaías, por su parte, exclama: “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación” (Isaías 12:3). El Señor Jesús, sin em­bargo, declara que el agua que El ofrece será como una fuente que salte para vida eterna ¡Profundas vertientes abastecen a una fuente y jamás se seca! Después el Maestro, asegura que el que en él cree, de su interior correrán ríos. Hay un maravilloso progreso, de una copa a un pozo, de allí a una fuente y, por último, de la fuente a un río. Esta es la inmensidad, la plenitud del don de Dios.
¡El Espíritu Santo ha provisto un pozo de avivamiento en nuestro interior! Una fuente de vida, de poder, de amor, de sabiduría, de libertad, de gozo y de abundancia. Pero el secreto para que fluya es cuidar ese pozo como nuestro mayor tesoro.
Génesis 26 nos enseña una gran lección. Abraham había abierto varios pozos de agua en su recorrido por el desierto. Pero cuando murió, los filisteos vinieron, y por envidia los taparon. Isaac no supo cuidar los pozos y con el tiempo tuvo el doble trabajo de volver a destaparlos y cavar otros. Cuidar un pozo no era poca cosa. Por causa de los enemigos los dueños de los pozos vivían en vigilias constantes, cada seis horas se turnaban un guardia o dos o tres, para que nadie tapara el pozo. Pero en el caso de Isaac, no supo cuidar los pozos que heredó de su padre. El objetivo de Satanás es que tu pozo no fluya más y usará cualquier cosa para contaminar tus aguas y tapar tu manantial.
¿Qué arruina un pozo de vida espiritual? La incredulidad. “El que cree en mí,”, dijo Jesús, pero la falta de fe, la duda, la queja no hace más que echarle tierra al pozo ¡Créele a Dios! Y el río seguirá fluyendo. El descuido de la vida espiritual, la falta de oración, la inconstancia en la comunión van permitiendo que el diablo siga tirando piedras en el pozo. ¡Despiértate y vigila tu pozo! Porque el diablo hará lo que hacían los filisteos: tirar animales muertos en los pozos para contaminar el agua.
La falta de servicio, el desinterés por dar lo que recibes hace que el agua deje de fluir, se estanque y se pudra ¡Sirve! La vida del Espíritu tiene un ritmo, se recibe y se da. Si se recibe más de lo que se da, llega el momento en que se limita al Espíritu. Para que se caracterice por su frescu­ra, es preciso que el Espíritu Santo tenga libertad, que fluya incesantemente.
Cuando permitimos que el rencor y el enojo echen raíz en nuestro corazón, y el gozo se transforma en una mueca vacía, las aguas se vuelven amargas. Si tu pozo se ha transformado en disputa y enemistad, como los pozos de Isaac, libérate y cava otro pozo. Deja atrás la contienda, perdona, bendice, libérate y volverás a beber aguas limpias.
Si tu pozo está descuidado ¡Comienza a trabajar ya! Vuelve a buscar a Dios en oración, porque a todos los que le buscan, dice el Salmo 36:7:“Les permites beber del río de tus delicias. Pues tu eres la fuente de vida”. Vuelve a la Palabra que es “manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte”.
Apártate del pecado y sumérgete en sus aguas purificadoras, porque a través de Zacarías Dios promete que brotará “una fuente que los limpiará de todos sus pecados e impurezas”. Busca la sanidad de tus heridas haciendo que tus aguas entren al mar del amor de Dios porque entonces “recibirán sanidad las aguas”.
Escucha la voz del Amado, quien se dirigió a sus discípulos diciendo: “Les he dicho estas cosas para que se llenen de mi gozo; así es, desbordarán de gozo” (Juan 15:11) ¡Sí! Jesús quiere llenarnos de su gozo, y que esa alegría desborde para bendecir a los que están a nuestro alrededor. Cierra la fuente de la amargura y abre la fuente del gozo. Recuerda que del trono de Dios y del Cordero fluye un río de agua de vida, transparente como el cristal. Y el árbol de la vida que crece a su lado produce una cosecha de fruto para cada mes. Si vuelves a creer, verás mucho fruto pronto, porque tenemos un Dios de abundancia.
Quiero invitarte a que me acompañes a beber de su fuente, porque el Dador invita: “Todos los que tengan sed, vengan. Todo aquél que quiera, beba gratuitamente del agua de vida”.