Tiempo atrás el Espíritu Santo me susurró al oído: ¿Cómo
está tu pozo? Fue entonces cuando puse
más atención a mis palabras, a mis pensamientos y a lo que brotaba de mi
corazón ¡Y me asusté! Ese manantial de vida, esa abundancia del Espíritu que Dios
había instalado en mi interior y que tantas veces había saciado mi sed y
bendecido a otros, ya no fluía como antes. Su advertencia llegó a tiempo y me
puse a trabajar para que el agua volviera a correr en su plenitud.
Jesús le dijo a la mujer junto al pozo de Sicar: “El agua que yo le daré será una fuente”
Después, en el gran día de la fiesta, se dirigió a la multitud, diciendo: “El que cree en mí, de su interior correrán
ríos de agua viva”. Fuente y ríos son dos términos que recalcan el alcance
de la obra poderosa del Espíritu Santo, la medida en que se recibe y la medida
en que se da. Se recibe el Espíritu ilimitadamente.
Dios no quiere que seamos cristianos que solo tengamos
un odre o un cántaro de agua, sino que seamos pozos de agua, es decir, que estemos
llenos del Espíritu.
De nuestro
interior, el Espíritu Santo quiere fluir como un inmenso río y no como
arroyuelo. En el Antiguo Testamento, el Salmista dice: “Tomaré la copa de salvación, e invocaré el nombre de Jehová” (Salmos
116:13). Una copa es pequeña y es poco lo que le puede caber. El profeta
Isaías, por su parte, exclama: “Sacaréis
con gozo aguas de las fuentes de la salvación” (Isaías 12:3). El Señor
Jesús, sin embargo, declara que el agua que El ofrece será como una fuente que
salte para vida eterna ¡Profundas vertientes abastecen a una fuente y jamás se
seca! Después el Maestro, asegura que el que en él cree, de su interior correrán
ríos. Hay un maravilloso progreso, de una copa a un pozo, de allí a una fuente
y, por último, de la fuente a un río. Esta es la inmensidad, la plenitud del
don de Dios.
¡El
Espíritu Santo ha provisto un pozo de avivamiento en nuestro interior! Una
fuente de vida, de poder, de amor, de sabiduría, de libertad, de gozo y de
abundancia. Pero el secreto para que fluya es cuidar ese pozo como nuestro
mayor tesoro.
Génesis 26 nos enseña una gran lección. Abraham había
abierto varios pozos de agua en su recorrido por el desierto. Pero cuando
murió, los filisteos vinieron, y por envidia los taparon. Isaac no supo cuidar
los pozos y con el tiempo tuvo el doble trabajo de volver a destaparlos y cavar
otros. Cuidar un pozo
no era poca cosa. Por causa de los enemigos los dueños de los pozos vivían en
vigilias constantes, cada seis horas se turnaban un guardia o dos o tres, para
que nadie tapara el pozo. Pero en el caso de Isaac, no supo cuidar los pozos
que heredó de su padre. El objetivo de Satanás es que tu pozo no fluya más y
usará cualquier cosa para contaminar tus aguas y tapar tu manantial.
¿Qué
arruina un pozo de vida espiritual? La incredulidad. “El que cree en mí,”, dijo Jesús, pero la falta de fe, la duda, la
queja no hace más que echarle tierra al pozo ¡Créele a Dios! Y el río seguirá
fluyendo. El descuido de la vida espiritual, la falta de oración, la
inconstancia en la comunión van permitiendo que el diablo siga tirando piedras
en el pozo. ¡Despiértate y vigila tu pozo! Porque el diablo hará lo que hacían
los filisteos: tirar animales muertos en los pozos para contaminar el agua.
La falta
de servicio, el desinterés por dar lo que recibes hace que el agua deje de
fluir, se estanque y se pudra ¡Sirve! La vida del Espíritu tiene un
ritmo, se recibe y se da. Si se recibe más de lo que se da, llega el momento en
que se limita al Espíritu. Para que se caracterice por su frescura, es preciso
que el Espíritu Santo tenga libertad, que fluya incesantemente.
Cuando
permitimos que el rencor y el enojo echen raíz en nuestro corazón, y el gozo se
transforma en una mueca vacía, las aguas se vuelven amargas. Si tu pozo se ha
transformado en disputa y enemistad, como los pozos de Isaac, libérate y cava
otro pozo. Deja atrás la contienda, perdona, bendice, libérate y volverás a
beber aguas limpias.
Si tu
pozo está descuidado ¡Comienza a trabajar ya! Vuelve a buscar a Dios en
oración, porque a todos los que le buscan, dice el Salmo 36:7:“Les permites beber del río de tus delicias.
Pues tu eres la fuente de vida”. Vuelve a la Palabra que es “manantial de vida para apartarse de los
lazos de la muerte”.
Apártate
del pecado y sumérgete en sus aguas purificadoras, porque a través de Zacarías
Dios promete que brotará “una fuente que
los limpiará de todos sus pecados e impurezas”. Busca la sanidad de tus
heridas haciendo que tus aguas entren al mar del amor de Dios porque entonces “recibirán sanidad las aguas”.
Escucha
la voz del Amado, quien se dirigió a sus discípulos diciendo: “Les he dicho estas cosas para que se llenen
de mi gozo; así es, desbordarán de gozo” (Juan 15:11) ¡Sí! Jesús quiere
llenarnos de su gozo, y que esa alegría desborde para bendecir a los que están
a nuestro alrededor. Cierra la fuente de la amargura y abre la fuente del gozo.
Recuerda que del trono de Dios y del Cordero fluye un río de agua de vida, transparente
como el cristal. Y el árbol de la vida que crece a su lado produce una cosecha
de fruto para cada mes. Si vuelves a creer, verás mucho fruto pronto, porque
tenemos un Dios de abundancia.
Quiero
invitarte a que me acompañes a beber de su fuente, porque el Dador invita: “Todos los que tengan sed, vengan. Todo
aquél que quiera, beba gratuitamente del agua de vida”.
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