jueves, 11 de julio de 2013

Cuida tu pozo

Tiempo atrás el Espíritu Santo me susurró al oído: ¿Cómo está tu pozo?  Fue entonces cuando puse más atención a mis palabras, a mis pensamientos y a lo que brotaba de mi corazón ¡Y me asusté! Ese manantial de vida, esa abundancia del Espíritu que Dios había instalado en mi interior y que tantas veces había saciado mi sed y bendecido a otros, ya no fluía como antes. Su advertencia llegó a tiempo y me puse a trabajar para que el agua volviera a correr en su plenitud.
Jesús le dijo a la mujer junto al pozo de Sicar: “El agua que yo le daré será una fuente” Después, en el gran día de la fiesta, se dirigió a la multitud, diciendo: “El que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva”. Fuente y ríos son dos términos que recalcan el al­cance de la obra poderosa del Espíritu Santo, la medida en que se recibe y la medida en que se da. Se recibe el Espíritu ilimitadamente.
Dios no quiere que seamos cristianos que solo tengamos un odre o un cántaro de agua, sino que seamos pozos de agua, es decir, que estemos llenos del Espíritu.
De nuestro interior, el Espíritu Santo quiere fluir como un in­menso río y no como arroyuelo. En el Antiguo Testa­mento, el Salmista dice: “Tomaré la copa de salvación, e invocaré el nombre de Jehová” (Salmos 116:13). Una copa es pequeña y es poco lo que le puede caber. El pro­feta Isaías, por su parte, exclama: “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación” (Isaías 12:3). El Señor Jesús, sin em­bargo, declara que el agua que El ofrece será como una fuente que salte para vida eterna ¡Profundas vertientes abastecen a una fuente y jamás se seca! Después el Maestro, asegura que el que en él cree, de su interior correrán ríos. Hay un maravilloso progreso, de una copa a un pozo, de allí a una fuente y, por último, de la fuente a un río. Esta es la inmensidad, la plenitud del don de Dios.
¡El Espíritu Santo ha provisto un pozo de avivamiento en nuestro interior! Una fuente de vida, de poder, de amor, de sabiduría, de libertad, de gozo y de abundancia. Pero el secreto para que fluya es cuidar ese pozo como nuestro mayor tesoro.
Génesis 26 nos enseña una gran lección. Abraham había abierto varios pozos de agua en su recorrido por el desierto. Pero cuando murió, los filisteos vinieron, y por envidia los taparon. Isaac no supo cuidar los pozos y con el tiempo tuvo el doble trabajo de volver a destaparlos y cavar otros. Cuidar un pozo no era poca cosa. Por causa de los enemigos los dueños de los pozos vivían en vigilias constantes, cada seis horas se turnaban un guardia o dos o tres, para que nadie tapara el pozo. Pero en el caso de Isaac, no supo cuidar los pozos que heredó de su padre. El objetivo de Satanás es que tu pozo no fluya más y usará cualquier cosa para contaminar tus aguas y tapar tu manantial.
¿Qué arruina un pozo de vida espiritual? La incredulidad. “El que cree en mí,”, dijo Jesús, pero la falta de fe, la duda, la queja no hace más que echarle tierra al pozo ¡Créele a Dios! Y el río seguirá fluyendo. El descuido de la vida espiritual, la falta de oración, la inconstancia en la comunión van permitiendo que el diablo siga tirando piedras en el pozo. ¡Despiértate y vigila tu pozo! Porque el diablo hará lo que hacían los filisteos: tirar animales muertos en los pozos para contaminar el agua.
La falta de servicio, el desinterés por dar lo que recibes hace que el agua deje de fluir, se estanque y se pudra ¡Sirve! La vida del Espíritu tiene un ritmo, se recibe y se da. Si se recibe más de lo que se da, llega el momento en que se limita al Espíritu. Para que se caracterice por su frescu­ra, es preciso que el Espíritu Santo tenga libertad, que fluya incesantemente.
Cuando permitimos que el rencor y el enojo echen raíz en nuestro corazón, y el gozo se transforma en una mueca vacía, las aguas se vuelven amargas. Si tu pozo se ha transformado en disputa y enemistad, como los pozos de Isaac, libérate y cava otro pozo. Deja atrás la contienda, perdona, bendice, libérate y volverás a beber aguas limpias.
Si tu pozo está descuidado ¡Comienza a trabajar ya! Vuelve a buscar a Dios en oración, porque a todos los que le buscan, dice el Salmo 36:7:“Les permites beber del río de tus delicias. Pues tu eres la fuente de vida”. Vuelve a la Palabra que es “manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte”.
Apártate del pecado y sumérgete en sus aguas purificadoras, porque a través de Zacarías Dios promete que brotará “una fuente que los limpiará de todos sus pecados e impurezas”. Busca la sanidad de tus heridas haciendo que tus aguas entren al mar del amor de Dios porque entonces “recibirán sanidad las aguas”.
Escucha la voz del Amado, quien se dirigió a sus discípulos diciendo: “Les he dicho estas cosas para que se llenen de mi gozo; así es, desbordarán de gozo” (Juan 15:11) ¡Sí! Jesús quiere llenarnos de su gozo, y que esa alegría desborde para bendecir a los que están a nuestro alrededor. Cierra la fuente de la amargura y abre la fuente del gozo. Recuerda que del trono de Dios y del Cordero fluye un río de agua de vida, transparente como el cristal. Y el árbol de la vida que crece a su lado produce una cosecha de fruto para cada mes. Si vuelves a creer, verás mucho fruto pronto, porque tenemos un Dios de abundancia.
Quiero invitarte a que me acompañes a beber de su fuente, porque el Dador invita: “Todos los que tengan sed, vengan. Todo aquél que quiera, beba gratuitamente del agua de vida”.


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