jueves, 4 de julio de 2013

Plenitud del Espíritu

¡Sean llenos del Espíritu! nos manda el Señor ¿Por qué? Porque cuando su plenitud mora en nosotros podemos vivir una vida cristiana poderosa: Con el Espíritu obrando en nuestra vida disfrutamos una santificación progresiva, aprendemos grandes verdades espirituales, somos guiados para aplicar la Palabra, podemos adorar y amar a Dios con otra intensidad, orar con una autoridad mayor y usar los dones para nuestro provecho y para la iglesia. Si es tan importante que mantengamos la plenitud del Espíritu la pregunta es ¿Cómo nos mantenemos llenos continuamente?
Conozcamos cuatro principios simples pero poderosos que nos garantizará fluir en el poder del Espíritu:
En 1° Tesalonisenses 5:19 Pablo dice: “No apaguéis al Espíritu”. La figura del fuego es un símbolo del Espíritu Santo. Por consiguiente, apagar el Espíritu es ahogar o reprimir al Espíritu y no permitirle que cumpla su obra. Podemos decir, entonces, que es negarnos voluntariamente a que el Espíritu nos conduzca a su manera. El pecado original de Satanás fue la rebelión contra Dios y cuando un creyente dice “yo quiero” en lugar de decir como Cristo dijo en Getsemaní: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, entonces está apagando al Espíritu. Esto tiene una sola palabra: Rebelión.
Pero Jesús nos enseñó otro camino. Él no hizo su voluntad sino la del Padre, y dijo que un hombre no puede servir a dos señores. Al hablar de la rendición a la voluntad de Dios en la vida de un cristiano, Pablo escribió: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado… sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos” (Rom. 6:13) Cada cristiano tiene dos opciones: O rendirse a Dios, al pecado.
La experiencia de ser llenado con el Espíritu sólo puede ser llevada a cabo presentamos nuestro cuerpo en sacrificio vivo. La rendición es el hacer la voluntad final de Dios en nuestra vida y estar dispuesto a hacer cualquier cosa cuando sea, donde sea y como Dios quiera dirigirla. El hecho de que la exhortación “no apaguéis el Espíritu” está en tiempo presente indica que ésta debe ser una experiencia continua iniciada por el acto de la rendición.
Y esta actitud la debemos mantener aún en las circunstancias más adversas, donde no entendemos lo que Dios está haciendo, donde sólo vemos dolor e injusticia. Aún en la confusión del desierto mantente rendido completamente, porque Dios promete guiarnos como el pastor a sus ovejas en valles de sombra de muerte.
Un segundo secreto se encuentra en Efesios 4:30: “y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”.  Aquí se presume que el pecado ha entrado en la vida de un cristiano y como un hecho de su experiencia el Espíritu se angustia, se entristece y queda maniatado dentro de nosotros. Su libertad, su guía, y su poder menguan. El Espíritu Santo, aunque está morando, no está libre para cumplir su obra en nuestra vida.
Cuando tomamos conciencia del hecho de que hemos contristado al Espíritu Santo debemos arrepentirnos. El remedio está en dejar de afligirlo, y para ello debemos confesar nuestros pecados porque entonces,  “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1° Juan 1:9). Arrepintámonos, confesemos nuestros pecados, volvamos a Dios y el Espíritu volverá a estar cómodo y feliz en nuestras vidas. Él habita con el contrito y humillado de corazón ¡Aleluya!
Un tercero principio, como una instrucción más positiva, la encontramos en Gálatas 5:16: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”. Caminar en el Espíritu es un mandamiento para apropiarse del poder y la bendición que es provista por el Espíritu que mora en nosotros. Andar es caminar continuamente con él, por lo cual es un acto de fe ¿Qué es entonces andar en el Espíritu? Romanos 8:5 dice que es pensar en las cosas del Espíritu, ocuparse del Espíritu y ser guiado por su persona, haciendo morir progresivamente los apetitos de nuestra naturaleza, de  la carne. Cuando uno decide aceptar la dirección del Espíritu, más obedecemos la voluntad de Dios. Ser guiado, no es solamente conocer los mandamientos de la Escritura y obedecerlos, sino también obedecer los impulsos del Espíritu a lo largo del día. Los mandamientos donde se nos ordena amar como Cristo ama y donde se ordena que cada pensamiento sea traído a la obediencia en Cristo son imposibles aparte del poder del Espíritu.
Un cuarto principio está en Judas 20, donde nos invita a “orar en el Espíritu Santo”. Es decir, permitir que el Espíritu tome nuestra lengua y oremos inspirados por él, conforme a su carga. Pero también significa orar en lenguas para nuestra propia edificación y para ser un instrumento en sus manos.
Vamos a vaciarnos cada día de nosotros mismos y pedirle al Espíritu que llene todos los rincones de nuestra vida. Aprendamos a tener comunión con él, a conocer su voz, a ser sensibles para obedecerle aún en las pequeñas cosas, porque sólo la continua dependencia en el Espíritu de Dios puede traernos victoria.

Vive continuamente lleno del Espíritu y experimentarás un avivamiento constante. 

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