¡Sean llenos del
Espíritu! nos manda el Señor ¿Por qué? Porque cuando su plenitud mora en
nosotros podemos vivir una vida cristiana poderosa: Con el Espíritu obrando en
nuestra vida disfrutamos una santificación progresiva, aprendemos grandes
verdades espirituales, somos guiados para aplicar la Palabra, podemos adorar y
amar a Dios con otra intensidad, orar con una autoridad mayor y usar los dones
para nuestro provecho y para la iglesia. Si es tan importante que mantengamos
la plenitud del Espíritu la pregunta es ¿Cómo nos mantenemos llenos
continuamente?
Conozcamos
cuatro principios simples pero poderosos que nos garantizará fluir en el poder
del Espíritu:
En 1° Tesalonisenses
5:19 Pablo dice: “No apaguéis al Espíritu”. La figura del fuego es un símbolo del
Espíritu Santo. Por consiguiente, apagar el Espíritu es ahogar o reprimir al
Espíritu y no permitirle que cumpla su obra. Podemos decir, entonces, que es
negarnos voluntariamente a que el Espíritu nos conduzca a su manera. El pecado
original de Satanás fue la rebelión contra Dios y cuando un creyente dice “yo
quiero” en lugar de decir como Cristo dijo en Getsemaní: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, entonces está apagando al
Espíritu. Esto tiene una sola palabra: Rebelión.
Pero Jesús nos
enseñó otro camino. Él no hizo su voluntad sino la del Padre, y dijo que un
hombre no puede servir a dos señores. Al hablar de la rendición a la voluntad
de Dios en la vida de un cristiano, Pablo escribió: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado… sino presentaos
vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos” (Rom. 6:13) Cada
cristiano tiene dos opciones: O rendirse a Dios, al pecado.
La experiencia
de ser llenado con el Espíritu sólo puede ser llevada a cabo presentamos
nuestro cuerpo en sacrificio vivo. La rendición es el hacer la voluntad final
de Dios en nuestra vida y estar dispuesto a hacer cualquier cosa cuando sea,
donde sea y como Dios quiera dirigirla. El hecho de que la exhortación “no apaguéis el Espíritu” está en tiempo
presente indica que ésta debe ser una experiencia continua iniciada por el acto
de la rendición.
Y esta actitud
la debemos mantener aún en las circunstancias más adversas, donde no entendemos
lo que Dios está haciendo, donde sólo vemos dolor e injusticia. Aún en la
confusión del desierto mantente rendido completamente, porque Dios promete
guiarnos como el pastor a sus ovejas en valles de sombra de muerte.
Un segundo
secreto se encuentra en Efesios 4:30: “y
no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el
día de la redención”. Aquí se
presume que el pecado ha entrado en la vida de un cristiano y como un hecho de
su experiencia el Espíritu se angustia, se entristece y queda maniatado dentro
de nosotros. Su libertad, su guía, y su poder menguan. El Espíritu Santo,
aunque está morando, no está libre para cumplir su obra en nuestra vida.
Cuando tomamos
conciencia del hecho de que hemos contristado al Espíritu Santo debemos
arrepentirnos. El remedio está en dejar de afligirlo, y para ello debemos
confesar nuestros pecados porque entonces, “Él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1°
Juan 1:9). Arrepintámonos, confesemos nuestros pecados, volvamos a Dios y
el Espíritu volverá a estar cómodo y feliz en nuestras vidas. Él habita con el
contrito y humillado de corazón ¡Aleluya!
Un tercero
principio, como una instrucción más positiva, la encontramos en Gálatas 5:16: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no
satisfagáis los deseos de la carne”. Caminar en el Espíritu es un
mandamiento para apropiarse del poder y la bendición que es provista por el
Espíritu que mora en nosotros. Andar es caminar continuamente con él, por lo
cual es un acto de fe ¿Qué es entonces andar en el Espíritu? Romanos 8:5 dice que
es pensar en las cosas del Espíritu, ocuparse del Espíritu y ser guiado por su
persona, haciendo morir progresivamente los apetitos de nuestra naturaleza,
de la carne. Cuando uno decide aceptar
la dirección del Espíritu, más obedecemos la voluntad de Dios. Ser guiado, no
es solamente conocer los mandamientos de la Escritura y obedecerlos, sino
también obedecer los impulsos del Espíritu a lo largo del día. Los mandamientos donde se nos ordena amar como Cristo ama y donde se ordena
que cada pensamiento sea traído a la obediencia en Cristo son imposibles aparte
del poder del Espíritu.
Un cuarto
principio está en Judas 20, donde nos invita a “orar en el Espíritu Santo”. Es decir, permitir que el Espíritu
tome nuestra lengua y oremos inspirados por él, conforme a su carga. Pero
también significa orar en lenguas para nuestra propia edificación y para ser un
instrumento en sus manos.
Vamos a
vaciarnos cada día de nosotros mismos y pedirle al Espíritu que llene todos los
rincones de nuestra vida. Aprendamos a tener comunión con él, a conocer su voz,
a ser sensibles para obedecerle aún en las pequeñas cosas, porque sólo la continua
dependencia en el Espíritu de Dios puede traernos victoria.
Vive
continuamente lleno del Espíritu y experimentarás un avivamiento constante.
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