jueves, 4 de julio de 2013

La poda

Cuando cae la última hoja, y la vid desnuda se dispone a  atravesar el largo invierno, las hábiles manos del labrador emprenden la tarea más dolorosa de cada temporada: La poda.  De rama en rama, seleccionando las que han dado fruto y están más expuestas al sol, la tijera hace su trabajo.  No es fácil distinguir a la rama fructífera de la estéril, pero el labrador sabe reconocerla y con un rápido movimiento se deshace de ella desde su mismo nacimiento.
El objetivo de la poda es reducir el número y la longitud de los sarmientos para que la vid produzca menos racimos pero de más grosor y más calidad. La poda alarga la vida de la vid y asegura la cosecha de un año para otro. Es imprescindible para que rinda más y más cada año.
En la última cena con sus discípulos, después de haber convivido con ellos íntimamente durante todo su ministerio, Jesús les dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Él corta de mí toda rama que no produce fruto y poda las ramas que sí dan fruto, para que den aún más” y luego fue más directo: “Cuando producen mucho fruto, demuestran que son mis verdaderos discípulos. Esa le da mucha gloria a mi Padre” (Juan 15)
Producir mucho fruto, esa es la consigna para cada seguidor de Jesús y ha sido mi mayor aspiración desde que me propuse ser su discípulo.  Mi oración siempre ha sido: Señor, quiero darte mucho fruto, porque quiero glorificar al Padre. Lo sueño, lo declaro y lo espero pero, para ser honesto, nunca llego a acostumbrarme a los tiempos de poda. Quisiera evitarlo, que la mano de Dios pase de largo, porque la poda duele, y aunque busco comprenderla con mi mente, todo mi humanidad la resiste. Me suena injusta, pero ¿acaso la cruz no lo fue para Cristo?
Me parece escuchar a Dios diciendo: Si quieres dar más fruto, la poda es inevitable pero si trato con tu vida, verás mucho fruto. Todos hablan de fruto, pero pocos de la poda, pero una no es sin la otra, como tampoco la vida del Espíritu sin la cruz. Sólo la poda asegura una buena cosecha.
Experimentar un tiempo de enfermedad, de quebranto económico, de soledad o desilusión, no parece nunca el trato aprobado por un Dios amoroso pero ¡cuánto aprendemos! Desaparece en nosotros todo vestigio de vanagloria, se arranca todo intento de autosuficiencia, el alma queda desnuda y vulnerable a la mano del labrador de nuestras vidas
En esos días el oído se afina, el corazón se alinea con el Espíritu, los pensamientos se enfocan sólo en Él, y su Palabra purifica, limpia hasta las más íntimas intenciones ¿Con qué propósito? Dar más fruto.
El escritor a los Hebreos señala: “La disciplina de Dios siempre es buena para nosotros, a fin de que participemos de su santidad. Ninguna disciplina resulta agradable a la hora de recibirla. Al contrario ¡Es dolorosa! Pero después, produce la apacible cosecha de una vida recta para los que han sido entrenados por ella” (Hebreos 12:10).
¿Estás viviendo el tiempo de la poda? Tranquilo. Estás seguro en sus manos. Dios tiene puesta su mirada sobre tu vida y está trabajando para limpiarte, sacar lo que no sirve y prepararte para una cosecha abundante. Parece que Dios te ha olvidado, pero es al revés, Dios está más cerca que de costumbre, sus manos están sobre tu vida y tiene grandes planes para ti.
Tú solo puedes ver dolor y quebranto pero Él está viendo mucho fruto. Aprendamos de Jesús que, debido al gozo que le esperaba y la gran cosecha que vendría, soportó la cruz sin importar la vergüenza que significaba. Y ahora está sentado en el lugar de honor, junto al trono de Dios.
Algo he aprendido, que en la poda me aferro fuerte a Jesús y esa es la mayor garantía de que no seré desechado. Y me someto mansamente al dulce trato del Labrador celestial sabiendo que me espera una temporada de mucho fruto para glorificar Su nombre.
No reniegues de tu tiempo de poda, en poco tus lágrimas darán paso a un tiempo de gozo y de abundancia. Sólo mira los racimos, la alegría del fruto y de la cosecha que llegará mucha gloria para Dios. Siente el aroma del vino porque muchos disfrutarán de tu abundante fruto. Tu vida será una prolongación de la abundancia de Cristo ¡Animo! La primavera está cerca.

Enséñame a depender de ti Señor 
a no dudar y soportar cualquier dolor.
Tu eres la vid y yo soy el pámpano,
 
unido a ti, cerca muy cerca quiero estar
 
pues se que así podré crecer en santidad,
 
y a tu persona glorificar.


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