Cuando
cae la última hoja, y la vid desnuda se dispone a atravesar el largo invierno, las hábiles
manos del labrador emprenden la tarea más dolorosa de cada temporada: La
poda. De rama en rama, seleccionando las
que han dado fruto y están más expuestas al sol, la tijera hace su trabajo. No es fácil distinguir a la rama fructífera
de la estéril, pero el labrador sabe reconocerla y con un rápido movimiento se
deshace de ella desde su mismo nacimiento.
El objetivo de la poda es reducir el número y la longitud de
los sarmientos para que la vid produzca menos racimos
pero de más grosor y más calidad. La poda alarga la vida de la vid y asegura la
cosecha de un año para otro. Es imprescindible para que rinda más y más cada
año.
En la
última cena con sus discípulos, después de haber convivido con ellos
íntimamente durante todo su ministerio, Jesús les dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Él corta de mí
toda rama que no produce fruto y poda las ramas que sí dan fruto, para que den
aún más” y luego fue más directo: “Cuando
producen mucho fruto, demuestran que son mis verdaderos discípulos. Esa le da
mucha gloria a mi Padre” (Juan 15)
Producir
mucho fruto, esa es la consigna para cada seguidor de Jesús y ha sido mi mayor
aspiración desde que me propuse ser su discípulo. Mi oración siempre ha sido: Señor, quiero darte
mucho fruto, porque quiero glorificar al Padre. Lo sueño, lo declaro y lo
espero pero, para ser honesto, nunca llego a acostumbrarme a los tiempos de
poda. Quisiera evitarlo, que la mano de Dios pase de largo, porque la poda
duele, y aunque busco comprenderla con mi mente, todo mi humanidad la resiste.
Me suena injusta, pero ¿acaso la cruz no lo fue para Cristo?
Me
parece escuchar a Dios diciendo: Si quieres dar más fruto, la poda es
inevitable pero si trato con tu vida, verás mucho fruto. Todos hablan de fruto,
pero pocos de la poda, pero una no es sin la otra, como tampoco la vida del
Espíritu sin la cruz. Sólo la poda asegura una buena cosecha.
Experimentar
un tiempo de enfermedad, de quebranto económico, de soledad o desilusión, no
parece nunca el trato aprobado por un Dios amoroso pero ¡cuánto aprendemos!
Desaparece en nosotros todo vestigio de vanagloria, se arranca todo intento de
autosuficiencia, el alma queda desnuda y vulnerable a la mano del labrador de
nuestras vidas
En esos
días el oído se afina, el corazón se alinea con el Espíritu, los pensamientos
se enfocan sólo en Él, y su Palabra purifica, limpia hasta las más íntimas
intenciones ¿Con qué propósito? Dar más fruto.
El
escritor a los Hebreos señala: “La
disciplina de Dios siempre es buena para nosotros, a fin de que participemos de
su santidad. Ninguna disciplina resulta agradable a la hora de recibirla. Al
contrario ¡Es dolorosa! Pero después, produce la apacible cosecha de una vida
recta para los que han sido entrenados por ella” (Hebreos 12:10).
¿Estás
viviendo el tiempo de la poda? Tranquilo. Estás seguro en sus manos. Dios tiene
puesta su mirada sobre tu vida y está trabajando para limpiarte, sacar lo que
no sirve y prepararte para una cosecha abundante. Parece que Dios te ha
olvidado, pero es al revés, Dios está más cerca que de costumbre, sus manos
están sobre tu vida y tiene grandes planes para ti.
Tú solo
puedes ver dolor y quebranto pero Él está viendo mucho fruto. Aprendamos de
Jesús que, debido al gozo que le esperaba y la gran cosecha que vendría,
soportó la cruz sin importar la vergüenza que significaba. Y ahora está sentado
en el lugar de honor, junto al trono de Dios.
Algo he
aprendido, que en la poda me aferro fuerte a Jesús y esa es la mayor garantía
de que no seré desechado. Y me someto mansamente al dulce trato del Labrador
celestial sabiendo que me espera una temporada de mucho fruto para glorificar
Su nombre.
No
reniegues de tu tiempo de poda, en poco tus lágrimas darán paso a un tiempo de
gozo y de abundancia. Sólo mira los racimos, la alegría del fruto y de la
cosecha que llegará mucha gloria para Dios. Siente el aroma del vino porque
muchos disfrutarán de tu abundante fruto. Tu vida será una prolongación de la
abundancia de Cristo ¡Animo! La primavera está cerca.
Enséñame a depender
de ti Señor
a no dudar y soportar cualquier dolor.
Tu eres la vid y yo soy el pámpano,
unido a ti, cerca muy cerca quiero estar
pues se que así podré crecer en santidad,
y a tu persona glorificar.
a no dudar y soportar cualquier dolor.
Tu eres la vid y yo soy el pámpano,
unido a ti, cerca muy cerca quiero estar
pues se que así podré crecer en santidad,
y a tu persona glorificar.
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