Dios es un Dios que ama el gozo y quiere que sus hijos
entren en su gozo, dejando atrás la tristeza y la amargura. En Lucas 15 hay
tres parábolas y en cada una de ellas el Padre nos insta a gozarnos con él. Y
el propio Señor Jesús nos aconseja: “Pidan
y recibirán; para que vuestro gozo sea cumplido”. Y promete que nuestra
tristeza se convertirá en gozo.
Es el gozo una característica que debe distinguir al
pueblo de Dios. ¿Lo es en tu vida?
El libro de Éxodo nos relata el
apasionante viaje que Israel hizo luego que salió de la esclavitud. En el
capítulo 15 nos cuenta que, después de cruzar el Mar Rojo en la huida de Egipto
y de regocijarse por su liberación de Faraón, los hijos de Israel llegaron al
desierto seco. El pueblo de Israel estaba muy mal, muy molesto. Tenía sed y le
pedían al pobre Moisés que les diera agua. El pueblo tenía una necesidad
concreta. Tres días caminando en el desierto produce una profunda sed. Y cuando
llegan a esa laguna, con el alivio de haber hallado agua para calmar la sed,
resultan que son amargas y no se pueden tomar. Y se quejaron a Moisés y el
pueblo murmuró. Uno hasta puede entender el fastidio de ese pueblo.
Por años, mientras éramos esclavos pasamos por períodos
de sed profunda y bebimos muchas veces las aguas amargas de nuestros dolores y
frustraciones, pero cuando conocimos a Cristo y fuimos libres, experimentamos
el gozo de haber sido perdonados y rescatados, sin embargo, ante las primeras
dificultades volvemos a quejarnos y a dudar del Dios al que seguimos.
¿Por qué Dios permite que volvamos a experimentar esas
circunstancias en esta nueva etapa de nuestras vidas? Porque quiere que
aprendamos a depender de él y no de nuestras propias capacidades. Cada vez que
Dios quiere mostrarnos algo, nos lleva a una circunstancia en la que
necesitamos de El, nos hará enfrentar con aguas amargas.
Israel seguía teniendo amargura en su corazón por
tantos años de sufrimiento. No había alcanzado con tan grande salvación. A
veces nosotros tampoco alcanzamos a comprender y valorar nuestra salvación.
Creemos que estamos reviviendo una historia conocida y nos olvidamos que
estamos en otra situación. No estamos en aprietos sin esperanza, sino que
pasamos por momentos difíciles pero camino a una tierra de bendición con el
cuidado de un Dios maravilloso.
Las aguas amargas de Mara fueron una prueba que no
supieron enfrentar con fe, sino con queja, con enojo y con amargura. Son
situaciones que Dios nos presenta para que aprendamos a vivir de milagros, pero
no pueden transformarse en una costumbre en nosotros.
En el verso 25 continúa diciendo que Moisés
clamó a Dios y Él le mostró un árbol, un madero. Dios no le dijo a Moisés en
ningún momento que abriría otra fuente, otro río. Le dijo: Voy a sanar esas
aguas. Voy a restaurar las aguas amargas y serán dulces. Pero cómo, se habrá
preguntado Moisés, y Dios le respondió: Mira ese árbol, córtalo y échalo en las
aguas. ¡Y las aguas se endulzaron!
A veces la enfermedad puede ser una prueba que Dios usa
para enseñarnos una lección de fe y paciencia. Cuando clamamos, Dios nos da las
ramas de sanidad que transforman esa agua amarga en dulce. Dios siempre provee
para lo que necesitamos.
Dios usa las circunstancias difíciles de nuestra vida
para glorificarse a través de Cristo. Ese árbol, ese madero, es figura de la
cruz. Esa obra de la cruz puede endulzar tus emociones amargas, tus
enfermedades, tus desgracias.
Luego continúa el relato: “Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si
oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus
ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos,
ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo
soy Jehová tu sanador” (v:26).
Dios les quería enseñar esta lección: Tenían que
aprender a caminar por fe y en obediencia. Dios iba a ser el todo en todo para
ellos, su Dios.
Lee el verso 27: “Y
llegaron a Elim, donde había doce fuentes de aguas, y setenta palmeras; y
acamparon allí junto a las aguas”.
Dios nos lleva a Elim para darnos fuentes de agua de
vida. Después de que Israel aprendió la lección Dios los llevó a Elim, donde
los esperaba agua abundante, alivia y descanso para el gozo del pueblo. Eran
doce fuentes de agua, una para cada tribu y setenta palmeras que nos habla de
abundancia. Es la plenitud del Espíritu, es el lugar donde tenemos suficiente
agua para nosotros y para dar a otros en abundancia. Cuando Dios envía su
Espíritu recibimos una fuente para cada uno. Una fuente de agua de vida, de
paz, de esperanza, de fuerzas y de gozo.
Dijo Jesús. “El que cree en mí, como dice la Escritura , de su
interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que
habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:38-39)
Estas son las aguas del Espíritu Santo disponible
para todos aquellos que los busquen. ¡Sanidad para el alma, liberación para los
oprimidos, consuelo para los angustiados, gozo para los que están amargados!
Dios
dice: “Basta de amargura y de tristeza, yo desato un manto de gozo. Ya no
tienes que beber de las aguas amargas porque yo traigo un nuevo tiempo de gozo
y de sanidad”
Lee esta
promesa: “Ya no tendrán hambre ni sed, y
el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero
que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de
vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7:17)
Gracias
Dios por enjugar nuestras lágrimas y saciar nuestra sed con tu gozo eterno.
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