jueves, 4 de julio de 2013

Discípulos

Jesús nos salvó cuando estábamos perdidos, él nos rescató cuando no teníamos más esperanza. Nos acercó a él, nos hizo libres y nos restituyó el derecho de ser hijos de Dios. Hoy disfrutamos de todo el bien que significa ser parte de su familia, tener hermanos, y sentir la bendición de su presencia guiándonos por la vida.
Estos poderosos hechos de Cristo son para darle mucha gloria, pero hay más. El Señor quiere hacer una obra más profunda en nosotros. Jesús nos llama a ser sus discípulos. Y ser un discípulo de Cristo es mucho más que asistir a la iglesia y saber que soy un hijo de Dios.
Durante su ministerio muchos hombres y mujeres fueron sanados, otros alimentados milagrosamente, creyeron y vieron un milagro en sus vidas, pero luego no le siguieron de cerca. No escucharon el llamado de Jesús. Él llama a todos, y nos llama a nosotros, no solo para hacernos bien, sino para que nos transformemos en sus discípulos.
¿Qué es ser un discípulo de Jesús?  Es saber que tengo que seguirle,  que tengo mucho que aprender de él, mucho que cambiar. Es dejar cosas que estoy haciendo, tomar otras, y cada día parecerme más a él. Un discípulo es alguien que cree todo lo que Cristo dice y busca hacer todo lo que Cristo manda. Es alguien que se consagra a Cristo, se santifica y se prepara para ser un testigo fiel, obedeciendo el mandado de ir y hacer discípulos como ellos.
En Juan 15: 16 Jesús dice una gran verdad: “No me elegisteis vosotros a mí, sino yo os he escogido”. Él nos llamó a seguirle y ser sus discípulos ¡Que honor! Pero nos toca a nosotros responder con sinceridad a su llamado.
Otros fueron llamados y pusieron excusas. Uno dijo: Deja que primero espere a que mi padre muera y entonces te seguiré. Otro dijo te seguiré pero primero tengo que despedirme de los que forman parte de mi mundo. El Señor le dijo que ninguno que pone su mano en el arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.
Jesús fue muy claro respecto al precio de seguirle como sus discípulos: - El que no renuncia a todo lo que posee; el que no se niega a si mismo y toma la cruz; el que no me ama más que a su padre o su esposo, o sus hijos, o lo que más ama ¡No puede ser mi discípulo!
Pero otros no pusieron peros y le siguieron sin dudar:
“Andando junto al mar del Galilea vio a Simón y Andrés, su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y os haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron” (Mc.1:16)
“Al pasar, vio a Leví hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió” (Mc. 2:13)
¿Cómo le vamos a responder a Jesús? “Son muchos los llamados, mas pocos escogidos”, si decimos que sí a Señor seremos parte de los escogidos para ser sus discípulos.
Entonces el Señor comienza un trabajo profundo para discipularnos, para enseñarnos, que comprende un trato de amor pero también de disciplina, de esfuerzo y de paciencia.
Por medio del Espíritu Santo comienza a tratar con nuestro corazón rebelde, con nuestro temperamento inestable, con nuestros hábitos desordenados y nuestra manera de pensar llena de mentiras.
A Jesús le llevó tres años de una relación intensa al lado de sus discípulos para ir cambiándoles su manera de pensar y su forma de vivir. Jesús es nuestro modelo. Él era todo cuanto tenía que enseñar, y hacía todo cuánto sus discípulos debieran hacer.
El discipulado del Señor requiere de un trabajo intenso y profundo al interior de cada uno de nosotros; también de esfuerzo y paciencia para ver el fruto.
¿Cuál es el propósito de este discipulado? Leamos de nuevo Juan 15:16 “os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”.
Debemos dar fruto, un fruto que permanezca: Debemos transformarnos en personas que manifestemos el fruto del espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, según nos enseña Gálatas 5:22-23.
Pero además debemos dar mucho fruto: Es decir, por medio de nuestro testimonio y de nuestra predicación, muchos puedan ser salvos y podamos enseñarles a seguir Cristo.
Entremos a un tiempo de afirmar nuestra relación con Jesús, vamos poner atención a las palabras del Señor y en obedecerle. Estemos bien unidos a él, en una dependencia completa para que podamos dar todo el fruto que el Señor espera.
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí
mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo
soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho
fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4).

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