Jesús nos salvó cuando estábamos
perdidos, él nos rescató cuando no teníamos más esperanza. Nos acercó a él, nos
hizo libres y nos restituyó el derecho de ser hijos de Dios. Hoy disfrutamos de
todo el bien que significa ser parte de su familia, tener hermanos, y sentir la
bendición de su presencia guiándonos por la vida.
Estos poderosos hechos de Cristo son
para darle mucha gloria, pero hay más. El Señor quiere hacer una obra más
profunda en nosotros. Jesús nos llama a ser sus discípulos. Y ser un discípulo
de Cristo es mucho más que asistir a la iglesia y saber que soy un hijo de
Dios.
Durante su ministerio muchos hombres
y mujeres fueron sanados, otros alimentados milagrosamente, creyeron y vieron
un milagro en sus vidas, pero luego no le siguieron de cerca. No escucharon el
llamado de Jesús. Él llama a todos, y nos llama a nosotros, no solo para
hacernos bien, sino para que nos transformemos en sus discípulos.
¿Qué es ser un discípulo de
Jesús? Es saber que tengo que
seguirle, que tengo mucho que aprender
de él, mucho que cambiar. Es dejar cosas que estoy haciendo, tomar otras, y
cada día parecerme más a él. Un discípulo es alguien que cree todo lo que
Cristo dice y busca hacer todo lo que Cristo manda. Es alguien que se consagra a
Cristo, se santifica y se prepara para ser un testigo fiel, obedeciendo el
mandado de ir y hacer discípulos como ellos.
En Juan 15: 16 Jesús dice una gran
verdad: “No me elegisteis vosotros a mí,
sino yo os he escogido”. Él nos llamó a seguirle y ser sus discípulos ¡Que
honor! Pero nos toca a nosotros responder con sinceridad a su llamado.
Otros fueron llamados y pusieron
excusas. Uno dijo: Deja que primero espere a que mi padre muera y entonces te
seguiré. Otro dijo te seguiré pero primero tengo que despedirme de los que
forman parte de mi mundo. El Señor le dijo que ninguno que pone su mano en el
arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.
Jesús fue muy claro respecto al
precio de seguirle como sus discípulos: - El que no renuncia a todo lo que
posee; el que no se niega a si mismo y toma la cruz; el que no me ama más que a
su padre o su esposo, o sus hijos, o lo que más ama ¡No puede ser mi discípulo!
Pero otros no pusieron peros y le
siguieron sin dudar:
“Andando junto al mar
del Galilea vio a Simón y Andrés, su hermano, que echaban la red en el mar;
porque eran pescadores. Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y os haré que
seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron” (Mc.1:16)
“Al pasar, vio a Leví
hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y
levantándose, le siguió” (Mc. 2:13)
¿Cómo le vamos a responder a Jesús? “Son muchos los llamados, mas pocos
escogidos”, si decimos que sí a Señor seremos parte de los escogidos para
ser sus discípulos.
Entonces el Señor comienza un
trabajo profundo para discipularnos, para enseñarnos, que comprende un trato de
amor pero también de disciplina, de esfuerzo y de paciencia.
Por medio del Espíritu Santo
comienza a tratar con nuestro corazón rebelde, con nuestro temperamento
inestable, con nuestros hábitos desordenados y nuestra manera de pensar llena
de mentiras.
A Jesús le llevó tres años de una
relación intensa al lado de sus discípulos para ir cambiándoles su manera de
pensar y su forma de vivir. Jesús es nuestro modelo. Él era todo cuanto tenía
que enseñar, y hacía todo cuánto sus discípulos debieran hacer.
El discipulado del Señor requiere de
un trabajo intenso y profundo al interior de cada uno de nosotros; también de
esfuerzo y paciencia para ver el fruto.
¿Cuál es el propósito de este
discipulado? Leamos de nuevo Juan 15:16 “os
he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”.
Debemos dar fruto, un fruto que
permanezca: Debemos transformarnos en personas que manifestemos el fruto del
espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y
templanza, según nos enseña Gálatas 5:22-23.
Pero además debemos dar mucho fruto:
Es decir, por medio de nuestro testimonio y de nuestra predicación, muchos
puedan ser salvos y podamos enseñarles a seguir Cristo.
Entremos a un tiempo de afirmar
nuestra relación con Jesús, vamos poner atención a las palabras del Señor y en
obedecerle. Estemos bien unidos a él, en una dependencia completa para que
podamos dar todo el fruto que el Señor espera.
“Permaneced en mí, y
yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí
mismo, si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo
soy la vid, vosotros
los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho
fruto; porque
separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4).
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