Este es el
siglo del stress, el insomnio, las úlceras y los infartos. Sencillamente el
cuerpo no soporta tantas presiones, tanta exigencia de una forma de vida
materialista y consumista que nos hace vivir endeudados. Las cargas son cada
día más pesadas, los impuestos, la lucha por mantener a la familia en los
valores esenciales. Cada día es una lucha. Por eso hoy en descanso se ha
transformado en un negocio exitoso. Hoy se paga para descansar, y mucho. Pero
aunque muchos podamos estar frente a una playa, o en un río serrano, cuantos
regresan con más agotamiento que antes.
¿Dónde
hallar descanso diario? No lo da la televisión, no alcanza un fin de semana, no
lo dan los amigos, tampoco esas sesiones de yoga, o de meditación trascendental.
El verdadero, el único descanso es la presencia de Dios. Su presencia nos
conforta, nos aquieta y nos calma. Así como un niño cuando se encuentra con
extraños, o una oveja cuando no observa la presencia de su pastor. Sólo la
presencia de Dios nos tranquiliza. El nos promete esa paz que no encontramos en
otra cosa, ese alivio, ese descanso mental y espiritual. Esa confianza de saber
que las cargas se las lleva él y que en cada mañana nos da las fuerzas para
seguir trabajando. Por eso el Señor Jesús dijo: “Vengan a mí todos los que están trabajados y cansados, y yo les haré
descansar”.
Moisés
tenía una tarea que superaba todo esfuerzo humano. Guiar a un pueblo de dos
millones de personas por el desierto. Darles de comer y de beber, resolver el
problema de la higiene, los conflictos entre ese pueblo que no sabía tener un
líder, que murmuraba y se quejaba, que debía luchar contra otros pueblos. Había
tanto para organizar, tanto que resolver, tantas presiones que soportar que
cualquier ser humano habría desfallecido con solo pensarlo. Pero antes de
emprender el viaje habló con Dios así:
“Si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me
muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y
mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él dijo: Mi presencia irá
contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no
ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Éxodo 33:12)
Esta es
una promesa de Dios: ¡Mi presencia irá contigo y te daré descanso! Te invito a
que antes de salir de tu casa le digas al Señor que no saldrás si no te
garantiza que su presencia de acompañe ¡Y él te respaldará!
La
presencia de Dios también nos da ese gozo que nos fortalece cuando estamos
débiles y
tristes.
En momentos de amargura, de dolor, de angustia, es muy importante correr a la
presencia
de Dios. Porque cuando estamos con él, toda ansiedad va, toda tristeza
desaparece, porque su amor, su belleza, su dulce voz
es tan hermoso que nos produce un
gozo. Dice
el Salmo 16:11: “Me mostrarás la senda de
la vida; en tu presencia hay plenitud
de gozo; delicias a tu diestra para siempre”.
El gozo es una cualidad que
sostiene a una persona a través de los tiempos difíciles hasta el nacimiento
del poder de Dios. El gozo es la habilidad que Jesús tuvo para resistir la
cruz. Es una fuerza espiritual poderosa del reino.
Su
presencia da consuelo en las pruebas. Dios promete a través de Isaías: “Cuando pases por las aguas, yo estaré
contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te
quemarás, ni la llama arderá en ti”. Al pasar por aguas de tribulación si pensamos luchar
con nuestras fuerzas, es muy probable que nos ahoguemos, pero si invitamos al
Señor a ir con nosotros, Él nos protegerá. Su presencia, a través del
Consolador, el Espíritu Santo, nos reconforta y nos sostiene en los momentos
más difíciles. Cuando estamos atravesando los momentos de mayor dolor y
angustia, el viene para consolarnos, para que la tristeza no nos embargue.
Su
presencia, además, da valor en las batallas de la vida. Nuestros enemigos son
el diablo, el sistema de este mundo inmoral y nuestros pecados. En nuestra
batalla diaria, tenemos que tener valor para vencer a la tentación y a las
mentiras del enemigo, que usa a las personas. Hay personas que nos hacen la
vida imposible. Son la voz de la derrota, del desaliento, están esperando que
caigamos, que fracasemos para que se sientan satisfechos.
La peor de
las condenas es que Dios te quite su presencia. Le ocurrió a Israel cuando como
resultado de su idolatría Dios dijo: “He
aquí que yo os echaré en olvido, y arrancaré de mi presencia a vosotros y a la
ciudad que di a vosotros y a vuestros padres; y pondré sobre
vosotros afrenta perpetua, y eterna confusión que nunca borrará el
olvido”.(Jeremías 23:39)
¿Cuándo
pierdo su presencia? Cuando contristo
al Espíritu Santo con mis pecados, cuando
vivo en una queja constante, cuando
tengo otros ídolos más importantes y
cuando no le oigo ni le hago caso. Busca
y cuida su presencia como el capital más preciado de tu vida.
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