jueves, 4 de julio de 2013
La iglesia del río
No sólo somos el pueblo de la Palabra, Dios también quiere que seamos la Iglesia del río.
Muchos hombres peregrinan en estos días por fuentes de aguas cuyas propiedades revitalizan y hacen bien a todo el cuerpo. El hombre cansado y estresado encuentra en estos centros termales descanso y alivio pasajeros, pero nosotros conocemos otra fuente mucho mejor: la del río de vida de Dios. Dice la Biblia: “Acontecerá también en aquél día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas…y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquél día Jehová será uno, y uno su nombre” (Zac.14:8)
Los profetas anunciaron que un río de vida llenaría la Iglesia. No es un río cualquiera, es un río de aguas cristalinas, con propiedades divinas, para traer a los hombres sanidad, fuerzas, poder, liberación, vida y abundante fruto. Es un río de amor, de paz, de consuelo y quien bebe y se sumerge en estas aguas salutíferas sale completamente transformado.
¿Por qué estas aguas son tan especiales? Porque la fuente de este río es Cristo, dador de vida y de esperanza para toda la humanidad. Miremos lo que vio Juan descrito en Apocalipsis 22:1 “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero”.
Si ese río pasa por tu vida no te pierdas la oportunidad de sumergirte en él. Si aquél general llamado Naamán fue limpiado de su lepra sumergiéndose en el río Jordán, cuanto poder tiene el río de aguas vivas para cambiar nuestra debilidad en poder y nuestra suciedad en limpieza. Recuerda que esta agua es cristalina, puedes ver tu realidad, puedes conocerte y conocer la verdad. Si te metes en este río tendrás la oportunidad de ser limpio por dentro y por fuera, porque este río es el Espíritu Santo fluyendo a través nuestro.
Miremos la visión de Ezequiel 47. En primer lugar las aguas salen del altar del templo, porque es el altar del sacrificio. Por la puerta de entrada del templo sale el agua y comienza a correr. A medida que el agua avanza se torna más profunda. A los quinientos metros al profeta el agua le llega a los a los tobillos, al otro medio, llega hasta las rodillas, más adelante a la cintura y finalmente es un río tan profundo que no podía pasar sino a nado. Mas adelante el caudal y la profundidad eran tan fuertes que no podía hacer pie, sino dejarse llevar por el río.
Así como crece la profundidad del río de vida, también crece en nosotros el conocimiento de la persona de Dios y los efectos de estar sumergidos en esta agua se manifiestan cada vez más en nosotros, y nos transformamos en árboles llenos de fruto y de vida, “cuyas hojas nunca caen, ni nunca nos falta el fruto”.
El efecto de este río es tan poderoso que, aquellos que nacieron destinados a fracasar y a vivir vidas inútiles, se transforman en hombres virtuosos, prósperos, exitosos y bendecidos en todo lo que emprenden.
Es interesante que este río desemboque en el mar. Concretamente en el mar Muerto. Y nos dice que cuando esta agua alcanzar el mar, las aguas del mar reciben sanidad y vida. Hoy el mundo es como un mar de aguas contaminadas por el pecado. Es un mar muerto, sucio. Sus aguas son tan oscuras y contaminadas que quien se sumerge en ellas queda manchado y con olor a cloaca. Pero las aguas de este río de vida llevan sanidad y pureza, y cuando se ponen en contacto con las aguas sucias del mundo las purifica, la sana.
¡Este mundo necesita de las aguas de vida del Espíritu!
Muchos sedientos de agua viva acuden a la iglesia, pero se encuentran con una iglesia muerta, llena de olor a religiosidad y a legalismo. Un hermoso templo, pero sin río, sin Espíritu. Pero así como en los días de la creación “salía de Edén un río para regar el huerto”, así la iglesia está llamada a regar y bendecir esta tierra árida y estéril por causa de la maldición del pecado.
¡Seamos la Iglesia del río y no la Iglesia del templo! La iglesia del río es más que la Iglesia del templo porque está guiada por el Espíritu Santo. La Iglesia del río tiene vida y sanidad. Si quieres bendición acércate al río, no al templo.
Esta Iglesia no tiene número ni calle, porque el río va fluyendo. Y este río debe correr por las calles llevando vida y santidad. Recuerda que eres un canal de bendición. Si el agua llega a tu vida y no la dejas correr estás poniéndole diques a la bendición. Si el agua no corre se estanca, y si se estanca estás impidiendo que el fluir del Espíritu bendiga a otros.
Para que el río siga llevando vida debes transformarte en un canal, tienes que dejar que fluya de ti hacia otros sin que la controles. Si buscas controlarlo entonces el Espíritu buscará a otros y no te usará más, porque el río va en la dirección que el Espíritu quiere y no acepta limitaciones ni controles de los hombres.
Permite que el río de vida llegue a tu casa y bendiga tu familia, permite que el río del Espíritu alcance tu barrio, llévalo contigo donde vayas. Sé una fuente divina a la que muchos vengan a beber.
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