jueves, 4 de julio de 2013

Tiempo cumplido

Jesús dijo que el reino de Dios se había acercado, pero ¿Qué significa? Hablar del reino de Dios es hablar del gobierno de Dios sobre la tierra. Como creador y dueño de todas las cosas, Dios estableció su reinado desde el génesis de la creación. Nos dice Génesis 1:1 “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Aquí encontramos al soberano de todo el universo manifestando su poder creativo por medio de su palabra. Su preexistencia es el fundamento de su autoridad y reinado sobre todas las cosas. Él es antes de que todo fuera creado.
El plan original de Dios en la creación fue extender su reino celestial sobre la tierra. Su propósito fue gobernar sobre lo visible desde lo invisible, viviendo a través de los hombres como reyes de la creación. Los seres humanos fuimos creados para ejercer dominio sobre la tierra y todas sus criaturas. Dios estableció a Adán y Eva como una familia real, como un reino de hijos.
La desobediencia de aquella familia real trajo un caos con terribles consecuencia: El hombre perdió la autoridad y la realeza que tenía, y se la concedió a Satanás, y se transformó en un errante y extranjero en la tierra, sufriendo las consecuencias de su pecado ¡De ser rey de la creación pasó a ser esclavo!
El pecado le quitó a Adán tres características inherentes a su función. El hombre perdió dignidad real porque el pecado corrompió la dignidad puesta por Dios. Dilapidó su herencia real  porque perdió la posibilidad de heredar una eternidad con Dios. Y frustró su destino real porque perdió la semejanza y el señorío sobre todas las cosas.
Pero como hemos dicho, Dios se propuso recuperar el gobierno del mundo a través de un pueblo, formado a partir del llamado de otro hombre que fuese capaz de creerle y de reconocerle como rey de su vida. Ese varón fue Abraham, el prototipo de un hombre de reino. De sus lomos nació Israel, escogida para ser cabeza de naciones. El pueblo del Dios vivo. Después de la liberación milagrosa de Israel de Egipto, la relación entre Dios y los hijos de Israel fue pública y solemnemente ratificada en el Monte Sinaí.
Leemos en Éxodo 19:3-6: “Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”
Podemos considerar este punto de la historia como la inauguración formal de la mención del reino de Dios. Cada paso del proceso por el cual este anciano sin hijos, se convirtió en una nación, revela el propósito y el plan divino de restaurar el reino. Nunca antes se había formado una nación a partir de una promesa hecha realidad; ninguna nación gozaba de esta relación con Dios; ninguna poseía tal historia tan poderosa.  Para asegurar su propósito el Señor mismo se hizo Rey de ellos, en un gobierno teocrático caracterizado por la justicia, la paz y fidelidad de Dios.
Israel era un pueblo de reyes y de sacerdotes y era cabeza de naciones. Pero, una vez más, sus planes fueron postergados, por la rebelión de un pueblo, que pidió reyes humanos como el resto de los pueblos vecinos, y como había advertido Dios, finalmente cayó en la idolatría y en la esclavitud por sus pecados.
En los días de Jesús, Israel esperaba el Mesías liberador profetizado por siglos, en los días oscuros para este pueblo. Se esperaba un guerrero, un rey victorioso que liberara a Israel del yugo extranjero y devolviera su gloria al reino de Israel. Por eso, al principio, su mensaje era tan popular. Aún los religiosos que se enfrentaron a Jesús jamás lo acusaron por anunciar el reino, pues eso era lo que más ardientemente deseaban ellos mismos.  Pero Jesús no vino a establecer un reino físico, sino espiritual. Los milagros y las manifestaciones de poder de Jesús son las “señales” de un reino que era invisible, universal y eterno.
En su proclama ya no ocupa un papel relevante los privilegios de Israel sino toda la humanidad. Su proclamación del reino de Dios, como idea central de su buena noticia, era reveladora de libertad, de fraternidad, de igualdad, de reconciliación, de paz, es decir, la gloria de Dios manifestada en la vida plena de todos los hombres.
Cuando Jesús declaró: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado” (Marcos 1:15) estaba diciendo que su misión era reintroducir el reino en la tierra. ¡Toda la realidad del reino de Dios se resume en la persona de Jesús! “El Reino de Dios está entre vosotros”, declara. Él es el Rey que, con su muerte y resurrección venció al pecado y la muerte y se constituyó Señor del universo. El trajo a los hombres algo más que la salvación, también los llevó nuevamente a la posesión del reino que habían perdido: ¡La de gobernar sobre la tierra!
Por eso, cuando somos restaurados al reino, somos restaurados a la grandeza, porque regresamos al lugar y al medio para el que fuimos creados.
Las buenas noticias son que en Cristo somos ciudadanos del reino de los cielos, y todos los recursos de ese reino están disponibles para ayudarnos a vivir en victoria cada día desde aquí en adelante. El reino de Dios nos pertenece por derecho legal, en calidad de herencia, y el grado en que disfrutemos de nuestra ciudadanía en el reino depende del nivel de nuestra disposición a ser valientes y reclamar lo que es legalmente nuestro, lo que Jesús ha restaurado para nosotros a través de su muerte y resurrección.


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