Jesús dijo que el reino de Dios se había
acercado, pero ¿Qué significa? Hablar del reino de Dios es hablar del gobierno
de Dios sobre la tierra.
Como creador y dueño de todas las cosas, Dios estableció su
reinado desde el génesis de la
creación. Nos dice Génesis 1:1 “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Aquí
encontramos al soberano de todo el universo manifestando su poder creativo por
medio de su palabra. Su preexistencia es el fundamento de su autoridad y
reinado sobre todas las cosas. Él es antes de que todo fuera creado.
El plan original de Dios en la creación fue extender
su reino celestial sobre la
tierra. Su propósito fue gobernar sobre lo visible desde lo
invisible, viviendo a través de los hombres como reyes de la creación. Los seres
humanos fuimos creados para ejercer dominio sobre la tierra y todas sus
criaturas. Dios estableció a Adán y Eva como una familia real, como un reino de
hijos.
La desobediencia de aquella familia real trajo un caos
con terribles consecuencia: El hombre perdió la autoridad y la realeza que
tenía, y se la concedió a Satanás, y se transformó en un errante y extranjero
en la tierra, sufriendo las consecuencias de su pecado ¡De ser rey de la
creación pasó a ser esclavo!
El pecado le quitó a Adán tres
características inherentes a su función. El hombre perdió dignidad real porque
el pecado corrompió la dignidad puesta por Dios. Dilapidó su herencia real porque perdió la posibilidad de heredar una
eternidad con Dios. Y frustró su destino real porque perdió la semejanza y el
señorío sobre todas las cosas.
Pero como hemos dicho, Dios se propuso recuperar el
gobierno del mundo a través de un pueblo, formado a partir del llamado de otro
hombre que fuese capaz de creerle y de reconocerle como rey de su vida. Ese
varón fue Abraham, el prototipo de un hombre de reino. De sus lomos nació
Israel, escogida para ser cabeza de naciones. El pueblo del Dios vivo. Después de la liberación
milagrosa de Israel de Egipto, la relación entre Dios y los hijos de Israel fue
pública y solemnemente ratificada en el Monte Sinaí.
Leemos
en Éxodo 19:3-6: “Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó
desde el monte, diciendo: Si diereis
oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre
todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de
sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de
Israel”
Podemos
considerar este punto de la historia como la inauguración formal de la mención
del reino de Dios. Cada paso del proceso por el cual este anciano sin hijos, se
convirtió en una nación, revela el propósito y el plan divino de restaurar el reino.
Nunca antes se había formado una nación a partir de una promesa hecha realidad;
ninguna nación gozaba de esta relación con Dios; ninguna poseía tal historia
tan poderosa. Para asegurar su propósito
el Señor mismo se hizo Rey de ellos, en un gobierno teocrático caracterizado
por la justicia, la paz y fidelidad de Dios.
Israel
era un pueblo de reyes y de sacerdotes y era cabeza de naciones. Pero, una vez
más, sus planes fueron postergados, por la rebelión de un pueblo, que pidió
reyes humanos como el resto de los pueblos vecinos, y como había advertido
Dios, finalmente cayó en la idolatría y en la esclavitud por sus pecados.
En los días de Jesús, Israel esperaba el Mesías
liberador profetizado por siglos, en los días oscuros para este pueblo. Se
esperaba un guerrero, un rey victorioso que liberara a Israel del yugo
extranjero y devolviera su gloria al reino de Israel. Por eso, al principio, su
mensaje era tan popular. Aún los religiosos que se enfrentaron a Jesús jamás lo
acusaron por anunciar el reino, pues eso era lo que más ardientemente deseaban
ellos mismos. Pero Jesús no vino a
establecer un reino físico, sino espiritual. Los milagros y las manifestaciones
de poder de Jesús son las “señales” de un reino que era invisible, universal y
eterno.
En su proclama ya no ocupa un papel relevante los
privilegios de Israel sino toda la humanidad. Su proclamación del reino de Dios,
como idea central de su buena noticia, era reveladora de libertad, de
fraternidad, de igualdad, de reconciliación, de paz, es decir, la gloria de
Dios manifestada en la vida plena de todos los hombres.
Cuando Jesús declaró: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado” (Marcos
1:15) estaba diciendo que su misión era reintroducir el reino en la tierra.
¡Toda la realidad del reino de Dios se resume en la persona de Jesús! “El Reino de Dios está entre vosotros”, declara. Él es el Rey que, con su muerte y
resurrección venció al pecado y la muerte y se constituyó Señor del universo.
El trajo a los hombres algo más que la salvación, también los
llevó nuevamente a la posesión del reino que habían perdido: ¡La de gobernar
sobre la tierra!
Por eso, cuando somos restaurados al reino, somos
restaurados a la grandeza, porque regresamos al lugar y al medio para el que
fuimos creados.
Las buenas noticias son que en Cristo somos ciudadanos
del reino de los cielos, y todos los recursos de ese reino están disponibles
para ayudarnos a vivir en victoria cada día desde aquí en adelante. El reino de
Dios nos pertenece por derecho legal, en calidad de herencia, y el grado en que
disfrutemos de nuestra ciudadanía en el reino depende del nivel de nuestra
disposición a ser valientes y reclamar lo que es legalmente nuestro, lo que
Jesús ha restaurado para nosotros a través de su muerte y resurrección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario