jueves, 4 de julio de 2013

A su mesa

Sólo Dios pueda cambiar una historia de tragedia en una nueva vida de paz y felicidad. Sólo Él pueda cambiar el destino de un hombre condenado a una vida de frustración y dolor. Su misericordia y su gran bondad pueden transformar de un momento para el otro el rumbo de una vida sumergida en la oscuridad.
Esta es la historia de Mefiboset, nieto del rey Saúl de Israel, e hijo del príncipe Jonatán un varón que tenía la posibilidad de alcanzar el trono de esa nación pero su historia cambió rápidamente cuando era apenas un niño. Tenía cuatro años cuando en su casa se recibió la noticia de que su padre y su abuelo habían muerto en una batalla y su vida corría peligro. Su nodriza corre para escapar del peligro, el niño cae del caballo y sus dos pies quedaron destrozados, así como también sus esperanzas.
La vida de este joven quedó en el olvido y en la miseria. Sus años transcurrieron en medio de la tristeza y la oscuridad: Lisiado, sin futuro, sin sueños, sin familia. Hasta que un día alguien golpea a su miserable casa y le da una noticia: el rey David lo llama a la corte. Su corazón desmayó: ¡Mi vida es una desgracia! Ahora me toca sufrir el castigo del rey por la maldad de mi abuelo, pensó. Mefiboset sabía que David tenía motivos para vengarse de los descendientes de su abuelo Saúl.
Fue el propio Saúl, el primer rey de Israel, que le causó grandes sufrimientos a David, quien lo persiguió por años para matarlo, enviándole ejércitos enteros a buscarlo para apresarlo, lo que lo obligó a exiliarse y convivir con extranjeros. David no tenía ningún buen recuerdo de ese hombre envidioso y malvado, pero su corazón había sido transformado por Dios, había sido sanado de toda amargura y sus largas horas en la presencia de Dios hizo que su mismo corazón se llenara de amor y de bondad y tenía gratitud por las veces que Jonatán lo defendió de su propio padre. Ahora que es rey, que tiene todo el poder, hace un repaso de su vida y siente que tiene que extender su misericordia hacia quien quedara de su familia.
Leamos 2º Samuel 9. De un momento la dolorosa vida de Mefiboset cambió. Se encontró con la misericordia de un rey que se acordó de él cuando a nadie le importaba. Ese rey no sólo ordenó que se le ayudara a sostenerse devolviéndole sus tierras sino que también lo lleva a su palacio para que coma de su misma mesa.
La bondad y misericordia que el rey David tuvo con este pobre hombre nos recuerda el amor que nos alcanzó de parte de Dios. Cuando estábamos incapacitados por nuestros pecados para alcanzar la felicidad, cuando todos nos habían olvidado y no éramos importantes para nadie, Dios envió a su hijo Jesucristo para buscarnos. Él nos buscó a nosotros y nos restituyó todo lo que habíamos perdido.
Mefiboset vivía en la oscuridad del olvido, pero David lo llevó a Jesuralen. Así también nosotros vivíamos lejos de Dios pero él nos acercó a su presencia. Este varón hubiera sido feliz toda su vida sólo con este cambio de vida ¡Pero hubo más! David lo hizo sentarse a su misma mesa para comer sus mismos manjares por toda su vida ¡Aleluya!
Así también Jesús nos acerca a su Iglesia y nos invita a comer en su mesa para comer de sus mismos manjares. Cada día podemos comer de sus abundantes platos de paz, de gozo, de fuerzas, de salud, de esperanzas y conversar con él como un verdadero amigo.
¿Sabes que significa Mefiboset? “El que destruye la vergüenza”. Declara en este momento que Dios te ha liberado de toda la vergüenza que cargabas sobre tus espaldas y te da un lugar de honra en su mesa.
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9)
Que podamos decir con el poeta:

¡Oh! ¡Qué gran deudor a la gracia
Diariamente estoy obligado a ser!
¡Qué esa gracia ahora como una cadena
Ligue mi descarriado corazón a ti!
Inclinado a vagar, Señor, la siento;
¡Toma mi corazón, oh, tómalo y séllalo,
Séllalo desde tu trono celestial!




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