Cuando un pueblo es elegido para un destino, tiene
que prepararse para cumplirlo. Cuando fue creado con un propósito tiene que
caminar hacia ese él con la seguridad de que trascenderá sobre otros y se
extenderá por generaciones. Pero cuando hablamos del pueblo de Dios, el pueblo
creado y destinado a expresar su gloria entonces avanzar hacia ese objetivo se
transforma en un imperativo, sobre todo en estos días, los días más dramáticos
de la historia de la
humanidad. En primer lugar, se nos tiene que revelar que
somos un pueblo creado para Dios “Este
pueblo he creado para mí, mis alabanzas publicará”, dijo Dios. Somos el
pueblo de su heredad, su herencia, su orgullo, su especial tesoro. ¿Para
qué? Para establecer su Reino y gobernar
sobre todo lo creado. “Yo os asigno un
reino…”, “A mi Padre le ha placido daros el reino”, dijo Jesús ¿Lo puedes
ver? A través de Cristo se nos ha entregado un reino para reinar, Él es nuestro
redentor real, el primogénito de una familia con destino de realeza.
Si volvemos a los días de la creación podemos ver a
Dios formando al hombre a su imagen y semejanza para que señoreara y gobernara
como los reyes de la creación. “Llenad la
tierra y señoread” les mando, en
otras palabras: “llenen el mundo y gobiérnenlo”, les mandó. Es decir, Adán y
Eva fueron creados con un destino de realeza, con capacidades de gobierno y
responsabilidades de reyes. Dios tenía un plan para una familia real.
A través del antiguo pacto, Dios buscó recuperar ese
destino con Israel cuando le prometió que si le obedecía pondría a esa nación “por cabeza, y no por cola” y estaría “encima solamente, y no estarás debajo”
(Deut.28:13)
Cuando Cristo es anunciado en la tierra Satanás
desata una guerra espiritual para destruir el propósito de Dios. Lo hace por la fuerza matando a todos los niños de
menos de dos años en el lugar de nacimiento de Jesús. Lo hace por la tentación
a comienzos de su ministerio en el desierto. Satanás esperaba que Jesús actuara
como Adán y Eva, según su propio interés egoísta y desafía la fuente de su
autoridad “Si eres hijo de Dios...”
(Mt. 4:3). En la última tentación se enfrenta con la cuestión de la
autoridad. “Allí le mostró todos los reinos del mundo y
su gloria. Y le dijo: todas estas cosas te daré si postrado me adorares” (Mt.
4:8) El diablo se los puede mostrar porque en ese momento tenía el dominio
sobre ellos.
Recuerda siempre que, aquello que adoramos se convierte en nuestra
autoridad. Su tentación fue real porque
todavía Satanás tenía esa autoridad. Pero al
morir y resucitar Cristo recupera todo el poder y autoridad. Por eso pudo decir “Todo poder me ha sido
dado en el cielo y en la tierra”. La palabra “poder”
significa gobernar, adquirir autoridad y tener dominio.
A través de su muerte Jesús destronó al diablo y le arrebató su poder
de muerte. Los discípulos de Cristo tenemos dominio sobre el diablo. Jesús no
sólo tiene todo el poder sino que también lo ha dado a sus discípulos. “He aquí os doy potestad de hollar
serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”
(Lc. 10:19)
En la redención Cristo restaura la condición del hombre
y se recupera todo lo que había perdido. A través del nuevo nacimiento tú y yo
no sólo hemos sido perdonados y salvos de la perdición eterna, sino que también
recuperamos nuestra comunión con Dios, nuestra imagen y semejanza del Dios que
nos creó y se nos ha devuelto nuestro sentido de realeza y gobierno
¡Tienes que saber que la palabra más importante en la Biblia no es salvación sino
gobierno!
Por eso dijo Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado”. Los
días del reino de las tinieblas estaban contados. La autoridad y el gobierno de
toda la creación robada por Satanás en el Edén, volvía a manos de los hijos de Dios.
¡Sí! En Cristo nos reencontramos con el propósito de
nuestra vida: Ejercer el señorío y el gobierno sobre todas las cosas conforme
al sueño original de Dios.
“Mas vosotros
sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”
(1º Pedro 2:9) ¡Hemos sido
escogidos por Dios para ministrar y para gobernar!
Pablo le explica a los efesios esta verdad a lo
largo del capítulo 2 y termina confirmando nuestra nueva posición. Antes
estábamos muertos y éramos esclavos. Pero en Cristo recuperamos nuestro destino
porque “nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:6)
Estamos sentados en los lugares celestiales y nadie puede gobernar desde
abajo. Gobernamos desde los lugares celestiales, reinando junto con Cristo.
Todos los cristianos hemos comprendido dos grandes
verdades declaradas en Apocalipsis 1:5
que dice: “Al que nos
amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. El diablo no tiene problema con
esto, sabe que no puede hacer nada frente al amor y la sangre de Cristo, pero
ha buscado por todos los medios que la Iglesia ignorara una realidad que lo colocaría en una posición de derrota
total y llevaría a la iglesia a un liderazgo sobre las naciones que cambiaría
el curso de la historia. ¿Cuál verdad? La que Juan declara a continuación: ¡“Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su
Padre”! (Apoc.1:6)
Hemos nacido para ser reyes pero el diablo nos ha
sumido en ignorancia para poder controlarnos. ¡Somos gente de reino, nacidos
para gobernar! Fuimos capacitados para ejercer dominio y autoridad. Para estar
adelante y no atrás. Para pensar y mandar, no para responder a los caprichos de
otros. Hemos sido reyes ignorantes, pero ahora nosotros vamos a comenzar a
ejercer nuestro gobierno.
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