“Te ruego que me
muestres tu gloria”, dijo Moisés. Había en este hombre un hambre por conocer a Dios. Y Dios
le permitió ver parte de ella. El resultado fue revolucionario en la vida de
aquél hombre. ¡Quiero conocer a Dios! Ese es el clamor más profundo de mi
corazón. En realidad, fuimos creados para conocer a
Dios. La meta más importante de nuestras vidas es conocerlo. Lo mejor que
existe en la vida, lo que ofrece mayor gozo, mayor delicia y bienestar que
ninguna otra cosa es: el conocimiento de Dios.
Como un arroyo busca el mar, como un pájaro busca su libertad, como un
niño busca a su padre, como la amada de Cantar de los Cantares buscaba a su
amado, así los hombres buscan a su creador, aún sin saberlo.
Existe en el fondo de cada
corazón una nostalgia, un vago recuerdo, y una inquietante búsqueda que sólo es
satisfecha cuando la criatura se reencuentra con su creador. Buscar conocer a
Dios ha llevado a los hombres a recorrer los más insólitos caminos, la mayoría
de ellos con frustrantes resultados, hasta que el mismo Dios se hizo hombre mostrando
el verdadero camino para alcanzar su deseo más profundo.
“Quién
me diera el saber dónde hallar a Dios.
Yo iría hasta su silla”, rogó
Job. “Con mi alma te he deseado en la
noche, y en tanto me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte”, clamó
Isaías. “Mi alma tiene sed del Dios
vivo”, “Anhela mi alma y aun
ardientemente desea los atrios de Jehová”, suspiró David.
Nosotros mismos caminamos por años alejados de Dios
y podemos recordar ese vacío que nada podía llenar. Esas preguntas que nadie
podía responder, esos miedos y esa soledad que nos asaltaba sin explicación.
Hasta que descubrimos a la persona de Dios, y nuestra alma encontró reposo. “Prueben,
y vean que el Señor es bueno”, declara
el Salmo 34. El mismo Dios se está
ofreciendo para ser conocido, porque su mayor deseo es darse a conocer por sus
hijos. Y nos seduce declarando: “Los que miran al Señor quedan radiantes de alegría y jamás se verán defraudados”.
¿Qué significa conocer a Dios? La Biblia ilustra con figuras y analogías a
Dios y a los hombres del modo en que el hijo conoce al Padre, en que la mujer
conoce a su esposo, en que el súbdito come a su rey, y en que las ovejas
conocer a su pastor. Pero todas tienen en común una relación directa y personal
entre dos personas.
El conocer a Dios es una
relación personal con él. No es cuestión del conocimiento de los eruditos
bíblicos, sino de cuestión de tratar con él a medida que él se abre a nosotros.
Conocer a Dios también es
cuestión de compromiso personal. De la misma manera que para llegar a conocer a
una persona hay que aceptar plenamente su compañía, compartir sus intereses e
identificarse con sus asuntos. No podemos saber cómo es una persona hasta que
hayamos “gustado” o probado su amistad.
El conocer a Dios es una
relación que involucra la totalidad de
lo que somos. Es necesario estar involucrado emocionalmente en las victorias
Dios en el mundo. Es necesario que nos regocijemos cuando Dios es honrado y nos
duela cuando ve que la persona de Dios
es avergonzada. Pero sobre todo, el conocer a Dios es cuestión de gracia. La
iniciativa parte invariablemente de Dios. No es que nosotros nos hagamos amigos
de Dios. Es Dios que se hace amigo de nosotros.
“Conocer” indica que
Dios tomó la iniciativa de amar, elegir, redimir, llamar y cuidar. “Más Jehová dijo a Moisés: ...has hallado
gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre” (Ex. 33:17)
Lo que interesa por
sobre todo no es el que yo conozca a Dios, sino el hecho de que él me conoce a
mí. Estoy esculpido en las palmas de sus manos. Estoy siempre presente en su mente.
Yo lo conozco a él porque él me conoció primero. Me conoce como amigo, como uno
que me ama; y no hay momento en que su mirada no esté sobre mí.
Una vez que comprendemos que
el propósito principal para el cual estamos en este mundo es el de conocer a Dios,
la mayoría de los problemas de la vida encuentras solución por sí solos
¡Atrévete a buscarle y Dios revolucionará tu vida!
“Así dijo Jehová:
No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente,
ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se
hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago
misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice
Jehová” (Jeremías 9:23)
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