Hambre,
eso es lo que el Espíritu Santo está desatando en mi vida. Hambre por más de
Dios, por conocerle y ver su gloria. Hambre por su presencia manifestándose en
medio nuestro. Hambre por ver una iglesia que busque el rostro de Dios como
nunca antes. Hambre por ver el reino de Dios llegando a todos los rincones de
mi ciudad. Hambre por ver fuego, arrepentimiento, clamor, liberación y
genuina adoración en medio nuestro. Sueño con hogares donde se levantan
altares de oración, con comunidades donde las vigilias de intercesión sean
pobladas de hombres desesperados por Dios, con adoradores que levantan
sus manos para amarle en los trabajos, los colegios y en las plazas. Sueño con
una ciudad que, al igual que Nínive cuando escuchó la advertencia a través del
profeta Jonás, se llamó al arrepentimiento y a buscar el perdón de Dios ¡Quiero
ver los cielos abiertos sobre Buenos Aires y sobre toda la Argentina!
Dios nos
provoca y nos desafía: “Si
se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado”. ¿Cuál debe ser primer acción para
que su gloria se manifieste en medio nuestro y veamos un avivamiento que
transforme esta sociedad? Una iglesia humillada, arrepentida de sus pecados,
quebrantada a los pies de su Dios, despojándose de toda vanagloria, de todo humanismo, y de
glorias personales para volver a buscar su salvación.
“Y
oraren, y buscaren mi rostro”. Creemos
que sabemos todo lo que hay que saber acerca de la oración. Decimos que
entendemos la oración, las recitamos y aún podemos prevalecer en ella.
Pero me pregunto ¿Cuánto entendemos completamente la orden de “buscar su
rostro”? ¡Debemos buscar su rostro, no sus manos! El corazón de Dios es
conquistado
por aquellos que lo buscan para adorarlo en Espíritu y verdad. Si su iglesia
levanta adoración y manos santas, conocerá la gloria de Dios.
“Entonces
yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. Esta sociedad necesita sanidad, está
enferma de egoísmos, de enfrentamientos, de hechicería, de maldiciones, de injusticia
y de dolor. Pero la iglesia debe despertarse de su letargo, sacudirse el polvo
y levantarse con la autoridad del Reino.
Ministros
del Señor, agobiados por la carga que llevamos, luchados por las demandas y
presiones a la que somos sometidos, cargando con frustraciones y cansancio
¡Volvamos a los pies de aquél que nos invitó a buscarle! Jesús dijo:” Y yo,
si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32) Nos hemos concentrado en “atraer”
pero no en “levantar”. Y por eso no vemos resultados a pesar de nuestro
esfuerzo. Intentamos atraer a los hombres, pensando que ese es nuestro trabajo.
Y lo que logramos es multitudes, pero ¿y Su presencia?
Debemos
aprender cómo atraer a Dios para que habite en la iglesia de tal manera que Él
pueda manifestar su gloria libremente. Cuando eso suceda, no tendremos
que preocuparnos por atraer a las personas. Dios lo hará por sí mismo. Volvamos
a humillarnos y buscar su rostro. Volvamos a la adoración, corramos a sus pies
a derramar nuestro perfume, volvamos al primer amor que hemos perdido corriendo
a atrás de metas, programas y obras muertas que no dan ningún fruto. Queremos
fuego, pero no hay animal para sacrificio. Queremos fruto pero no hay
dependencia. Queremos unción pero no hay muerte, y Dios sólo unge lo que ha
muerto. Solo hombres muertos ven el rostro de Dios.
Aprendamos
de Bartimeo, aquél ciego que clamó a viva voz para llamar la atención de Jesús
cuando supo que estaba cerca, a pesar de los que lo querían acallar “¡Jesús, hijo de David! ¡Ten
misericordia de mí!”,clamó.
Y Jesús le escuchó. Después de todo, ¿no nos dice la Palabra: “Los sacrificios de Dios son el
espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado, no despreciarás
tú, oh Dios” (Salmo 51:17)?
Jesús
hubiera seguido de largo si Bartimeo no clamaba. Así como Jesús hubiera pasado
de largo de sus discípulos, cuando estaba arriba de la barca en el mar de
Galilea en la oscuridad de la noche, pero ellos clamaron a Él. Jesús hubiera
seguido su camino dejando atrás a la mujer con la enfermedad incurable de
flujo, si ella no hubiera corrido a tocar el borde de su manto con fe.
Dios
quiere manifestarse a su iglesia, pero está esperando adoración quebrantada,
humillada y purificada. Está esperando que nuestra hambre por su presencia sea
tan grande que clamemos como desesperados por su salvación. Entonces Él abrirá
la ventana de los cielos, irrumpirá en la tierra y hará morada en medio
nuestro.
De
gloria en gloria te veo;
cuanto
más te conozco
quiero
saber más de ti.
Mi
Dios, cuan buen alfarero,
quebrántame,
transfórmame,
moldéame
a tu imagen, Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario