jueves, 4 de julio de 2013

Si le buscas


Hambre, eso es lo que el Espíritu Santo está desatando en mi vida. Hambre por más de Dios, por conocerle y ver su gloria. Hambre por su presencia manifestándose en medio nuestro. Hambre por ver una iglesia que busque el rostro de Dios como nunca antes. Hambre por ver el reino de Dios llegando a todos los rincones de mi ciudad. Hambre por ver fuego,  arrepentimiento, clamor, liberación y genuina adoración en medio nuestro.  Sueño con hogares donde se levantan altares de oración, con comunidades donde las vigilias de intercesión sean pobladas de hombres desesperados por Dios, con adoradores  que levantan sus manos para amarle en los trabajos, los colegios y en las plazas. Sueño con una ciudad que, al igual que Nínive cuando escuchó la advertencia a través del profeta Jonás, se llamó al arrepentimiento y a buscar el perdón de Dios ¡Quiero ver los cielos abiertos sobre Buenos Aires y sobre toda la Argentina!
Dios nos provoca y nos desafía: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado”. ¿Cuál debe ser primer acción para que su gloria se manifieste en medio nuestro y veamos un avivamiento que transforme esta sociedad? Una iglesia humillada, arrepentida de sus pecados, quebrantada a los pies de su Dios, despojándose de toda vanagloria, de todo humanismo, y de glorias personales para volver a buscar su salvación.
“Y oraren, y buscaren mi rostro”. Creemos que sabemos todo lo que hay que saber acerca de la oración. Decimos que entendemos la oración, las recitamos y aún podemos  prevalecer en ella. Pero me pregunto ¿Cuánto entendemos completamente la orden de “buscar su rostro”? ¡Debemos buscar su rostro, no sus manos! El corazón de Dios es
conquistado por aquellos que lo buscan para adorarlo en Espíritu y verdad. Si su iglesia levanta adoración y manos santas, conocerá la gloria de Dios.
“Entonces  yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. Esta sociedad necesita sanidad, está enferma de egoísmos, de enfrentamientos, de hechicería, de maldiciones, de injusticia y de dolor. Pero la iglesia debe despertarse de su letargo, sacudirse el polvo y levantarse con la autoridad del Reino.
Ministros del Señor, agobiados por la carga que llevamos, luchados por las demandas y presiones a la que somos sometidos, cargando con frustraciones y cansancio ¡Volvamos a los pies de aquél que nos invitó a buscarle! Jesús dijo:” Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32) Nos hemos concentrado en “atraer” pero no en “levantar”. Y por eso no vemos resultados a pesar de nuestro esfuerzo. Intentamos atraer a los hombres, pensando que ese es nuestro trabajo. Y lo que logramos es multitudes, pero ¿y Su presencia?
Debemos aprender cómo atraer a Dios para que habite en la iglesia de tal manera que Él pueda  manifestar su gloria libremente. Cuando eso suceda, no tendremos que preocuparnos por atraer a las personas. Dios lo hará por sí mismo. Volvamos a humillarnos y buscar su rostro. Volvamos a la adoración, corramos a sus pies a derramar nuestro perfume, volvamos al primer amor que hemos perdido corriendo a atrás de metas, programas y obras muertas que no dan ningún fruto. Queremos fuego, pero no hay animal para sacrificio. Queremos fruto pero no hay dependencia. Queremos unción pero no hay muerte, y Dios sólo unge lo que ha muerto. Solo hombres muertos ven el rostro de Dios.
Aprendamos de Bartimeo, aquél ciego que clamó a viva voz para llamar la atención de Jesús cuando supo que estaba cerca, a pesar de los que lo querían acallar “¡Jesús, hijo de David! ¡Ten misericordia de mí!”,clamó. Y Jesús le escuchó. Después de todo, ¿no nos dice la Palabra: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado,  al corazón contrito y humillado, no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17)?
Jesús hubiera seguido de largo si Bartimeo no clamaba. Así como Jesús hubiera pasado de largo de sus discípulos, cuando estaba arriba de la barca en el mar de Galilea en la oscuridad de la noche, pero ellos clamaron a Él. Jesús hubiera seguido su camino dejando atrás a la mujer con la enfermedad incurable de flujo, si ella no hubiera corrido a tocar el borde de su manto con fe.
Dios quiere manifestarse a su iglesia, pero está esperando adoración quebrantada, humillada y purificada. Está esperando que nuestra hambre por su presencia sea tan grande que clamemos como desesperados por su salvación. Entonces Él abrirá la ventana de los cielos, irrumpirá en la tierra y hará morada en medio nuestro.
De gloria en gloria te veo;
cuanto más te conozco
quiero saber más de ti.
Mi Dios, cuan buen alfarero,
quebrántame, transfórmame,

moldéame a tu imagen, Señor.

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