En estos días como pueblo de
Dios creemos que hay una puerta abierta para nosotros. Es una puerta abierta a
la esperanza, al perdón, a las oportunidades, al trono de la gracia.
La puerta es un lugar de
acceso, de entrada a otro ambiente, a otro lugar de donde estamos en un
presente. Es decir, pasamos de un lugar a otro, de un ámbito a otro. Si lo
entendemos espiritualmente, Dios nos está diciendo que la puerta a una nueva
etapa llena de posibilidades está abierta: De la oscuridad a la luz. De la
ignorancia a la revelación. De la esterilidad a la fructificación. De las
limitaciones y debilidades a la capacidad para alcanzar todo lo que nos
proponemos.
La puerta está abierta para
entrar a una tierra de abundancia, de ver milagros en cada momento. La puerta
está abierta para creer, para soñar, para avanzar hacia las promesas. Nos dice
Apocalipsis 3:7:“Escribe al ángel de la
iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave
de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: Yo
conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual
nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra,
y no has negado mi nombre”.
Hubo un tiempo donde el que
quería no podía. Donde quien se esforzara por intentarlo se chocaría con una
puerta en sus narices. Es terrible sentirte impotente, incapaz, frustrado.
Reconocer que por más que pruebe aquí o allá. De una manera o de otra, no hay
posibilidades para él. Pero ese tiempo ya pasó para los que hemos puesto
nuestra fe, nuestra confianza en Jesucristo. Dijo Jesús: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo;
y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9)
¡La puerta está abierta porque Jesús es esa puerta! Y él decidió
abrirla de par en par a través de la cruz. Cristo dijo: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios se ha acercado”. La
puerta que estaba cerrada ahora estará abierta para todos aquellos que deseen
entrar por ella. Muchos quisieron entrar antes y no pudieron, pero ahora pueden
hacerlo.
Y lo que Dios abre nadie puede cerrarlo. El diablo puede decirte: “Es
imposible”. “No tienes posibilidades”, “ni lo intentes”. ¡Mentira! Si Dios
abrió la puerta, el diablo no la puede cerrar, y aunque se pare debajo de la
puerta para obstruir el acceso, no puede resistir mucho tiempo porque no
soporta ver la sangre del Cordero con la que está manchad el dintel. Cada vez
que te sientas tentado a dudar, a temer, a detenerte: simplemente declara: ¡La
puerta está abierta para mí!
Jesús dijo: “Entrará y saldrá, y
hallará pastos” El que entre por esta puerta encontrará lo que su alma
necesita. Será satisfecho, plenamente. Hoy Cristo nos está invitando a entrar
por su puerta para que tengamos salvación y vida abundante.
¿Entonces todos pueden entrar? Si, todos los que lo deseen y estén
dispuestos a cumplir con tres condiciones esenciales.
Por algo dijo Jesús que la puerta está abierta pero es angosta y para
entrar a ella había que esforzarse:
Llénate de la Palabra: “Abrid las puertas, y entrará la gente
justa, guardadora de verdades” (Isaías 26:2) Aquellos hombres que aman la verdad, que no aceptan el engaño ni
la mentira como forma de vida. Aquellos que buscan llenar su mente y su corazón
con la Palabra
de Dios, son los que pueden entrar por esta puerta.
Busca a Dios en oración: “Llamad
y se os abrirá” (Mateo 7:7) Las
puertas se abren sólo para aquellos que llaman, que insisten, que no se
conforman ni aceptan su realidad. Aquellos que claman a Dios para hallar paz y
misericordia a causa de su condición pecaminosa. Sólo los que tienen hambre y
sed de justicia son saciados.
Pon tu fe en Jesucristo: “Por
quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia” (Romanos 5:2) La fe
es una condición esencial. Sólo los que confían en él pueden entrar por la
puerta. Pablo le dijo a los efesios que sólo
“tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él”. La fe
en Jesús es la verdadera llave que nos lleva a una vida sobrenatural. De esto
puede hablar Pedro cuando caminó sobre las aguas, y fue libertado de la cárcel
o Pablo cuando fue mordido por una serpiente y no le ocurrió nada.
Por mucho tiempo entramos a puertas equivocadas. Le abrimos la puerta
al pecado. Le abrimos la puerta al diablo. Le abrimos la puerta a la miseria.
Le abrimos la puerta a las maldiciones. Pero Dios nos invita a cerrar la puerta
a todo lo que no viene de él y abrir la puerta de par en par a sus bendiciones.
Dios nos invita a que cambiemos de mentalidad y sepamos que la puerta está
abierta para nosotros.
Aquella mujer sunamita que había un pequeño aposento para el profeta
Eliseo tenía un deseo que no se podía cumplir. Deseaba un hijo pero era
estéril. Sin embargo cuando el siervo de Dios la mandó a llamar ella supo dónde
ubicarse: “Se paró a la puerta” (2º Reyes
4:15). Y allí recibió una palabra profética. “El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo” Y la mujer
concibió, y Dios le dio el hijo del milagro.
Ella oraba a Dios, ella se paró a la puerta, ella escuchó la palabra,
ella la creyó en su corazón y el milagro se cumplió
¡Párate en la puerta y recibe las promesas de Dios en tu corazón! Y
las promesas se cumplirán.
La iglesia también es la puerta. La puerta al cielo, la puerta que nos
lleva a habitar delante de Dios y de sus beneficios. Por eso Dios declara
proféticamente:
Iglesia: “Tus puertas estarán de
continuo abiertas; no se cerrarán de día ni de noche, para que a ti sean
traídas las riquezas de las naciones, y conducidos a ti tus reyes” (Isaías
60:11)
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