“Despierta, despierta, vístete de
poder, oh Sion; vístete tu ropa hermosa, oh Jerusalén, ciudad santa; porque
nunca más vendrá a ti incircunciso. Sacúdete del polvo; levántate y siéntate.
Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion…Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquél día;
porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente. ¡Cuán hermosos son sobre
los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del
que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion:¡Tu
Dios reina!” (Isaías 52:1-2, 6)
Hay un llamado de Dios a sus hijos en estos días, es un
llamado a despertar para que estén atentos a oír su voz, atentos para
comprender el tiempo profético que les toca vivir, atentos para dejarse
conducir por el Espíritu y ser efectivos en el ministerio que Dios les ha dado.
En las Escrituras el llamado de “Despierta” tiene que ver
con la oración. Dios está diciendo: ¡Es tiempo de orar, es tiempo de velar! Lo
mismo dijo el Señor Jesús mientras El oraba en el huerto de Getsemaní. Nos
cuenta Mateo 26:36 que Jesús llevó a tres de sus discípulos para que lo
acompañen a buscar a Dios, pero luego de orar un tiempo apartado regresó y
halló a los discípulos durmiendo, y dijo a Pedro: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad”.
En otras palabras: “Manténganse despiertos y oren; estén alertas”.
Nos sigue contando que fue por segunda vez a orar, y
viniendo a ellos los halló de nuevo durmiendo por “los ojos de ellos estaban cargados de sueño” Y dejándolos se fue
de nuevo y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras.
Jesús estaba buscando fuerzas para lo que vendría.
Jesús necesitaba la compañía de sus discípulos, pero ellos estaban más atentos
a su sueño y cansancio que a entender la gravedad del tiempo espiritual que
atravesaban. Siempre que vamos a orar tendremos una tentación con la cual
luchar.
El pasaje de Isaías comienza diciéndonos que
despertemos, que nos sacudamos del letargo, que busquemos al Señor con todas
nuestras fuerzas, que entremos en profunda oración para comprender la voluntad
de Dios para ese momento.
Cuando nos despertamos y oramos con disciplina y
perseverancia el Espíritu Santo nos impartirá cosas grandes y poderosas que de
otra manera no alcanzaremos:
Poder: Cuando oramos nos revestimos
de fortaleza espiritual. Contra Satanás, contra el pecado, contra la tentación.
Santidad: Cuando oramos Dios nos
viste con nuevos vestidos santos, vestidos de justicia. Dios nos lava y nos
santifica borrando todo rastro de pecado y de mentira, y vistiéndonos con ropas
limpias, puras para la gloria de su nombre.
Consagración: Cuando oramos lo
incircunciso e inmundo no tiene más lugar en nosotros. Dios nos santifica para
apartarnos para sus propósitos. Pasamos a ser vasos de santificación para sus
fines específicos. Pasamos a ser templos del Espíritu Santo. Ya no volvemos a
poner nuestra atención y nuestra vida con las cosas de este mundo.
Autoridad: Cuando oramos nos despojamos
del polvo de nuestra miseria, de nuestra pobreza. Quebramos los límites de
nuestra incredulidad para movernos en una dimensión de fe donde las montañas
podrán ser echadas al mar. Cuando oramos Dios nos devuelve la autoridad para
hacer huir al diablo.
Paz: Cuando oramos entonces podemos
sentarnos con el Señor en el trono y contemplar todo lo que ocurre a nuestro
alrededor con una paz sobrenatural. Estamos por encima y no debajo de la
tormenta.
Libertad: Cuando oramos nos libramos
de las ataduras de nuestro cuello. Ya no somos esclavos de las mentiras, ni del
temor, ni del pecado. Somos libres para servir a Cristo como instrumentos de
justicia.
Revelación de la persona de Dios: Cuando
oramos Dios prometió que él mismo que habla estará presente. Dios se da a
conocer, se muestra como un Dios lleno de poder y de sabiduría, dueño de todas
las cosas y dueño de nuestras vidas.
Visión:
Cuando oramos Dios nos llena de visión para llevar el mensaje de esperanza a
los perdidos.
Él nos llena de sus propios deseos y sueños, nos llena de compasión para que
publiquemos salvación y nos declara que si lo hacemos, Dios reinará en todos
los corazones. Tus pies serán hermosos y la bendición del Señor te rodeará por
los cuatro costados y todo lo que emprendas prosperará.
Como resultado de nuestra intercesión “Jehová desnudará su santo brazo ante los
ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la
salvación del Dios nuestro” (Isaías 52:10)
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