jueves, 4 de julio de 2013

¡A brillar!

¡Fuimos creados para expresar su gloria! Una gloria que no es nuestra pero que se debe manifestar a través de nuestra vida. La gloria no puede ocultarse, como tampoco una lámpara está encendida para ponerla debajo de la mesa.
El gran líder por la defensa de los derechos de los negros y premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela, dijo una vez: “Nuestro miedo más profundo no es creer que somos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es saber que somos poderosos más allá de la mesura. Es nuestra Luz, no nuestra oscuridad, lo que más asusta. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para sentirme brillante, atractivo, talentoso, fabuloso?...Pero en realidad: ¿quién eres tú para no serlo? Tú eres un niño de Dios. Tu juego a ser insignificante no sirve al mundo. No hay nada de iluminación en hacerte menos, con el fin de que otras personas no se sientan inseguras a tu alrededor. Todos podemos brillar, tal como lo hacen los niños. Todos nacimos para manifestar la Gloria de Dios que se encuentra en nuestro interior. Esta Gloria no está dentro de unos cuantos, esta dentro de todos nosotros. Y cuando permitimos que nuestra propia Luz brille, inconscientemente damos la oportunidad a otras personas para hacer lo mismo. Conforme nos vamos liberando de nuestros miedos, nuestra presencia libera a otros automáticamente”.
Cuando nos dejamos tomar por el Señor podemos transformarnos en instrumentos poderosos en sus manos para llevar justicia donde hay injusticia, amor donde hay odio, paz donde hay temor, vida donde hay muerte.
Cristo dedicó un gran tiempo de su ministerio a cambiar la mentalidad de quienes eran sus discípulos. Él no quería que ignoraran el valor que tenían, y el poder y la autoridad que actuaba en sus vidas y el propósito de sus llamados.
Pablo también lo refleja en sus epístolas. A los efesios les escribe diciendo que ruega al Padre para que  puedan entender quién es Dios, para que comprendan el valor de su salvación, la esperanza a la que han sido llamados y entiendan el gran poder, un poder sin límites que está a nuestra disposición.
Para que aquellos primeros cristianos pusieran su mundo de cabeza debían tener muy claro quienes eran y lo que podían lograr con los poderosos recursos provistos por el Señor. Hoy más que nunca debemos ocuparnos de conocer lo que somos para Dios y que papel cumplimos como luz y sal de la tierra para cambiar el curso de la historia.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, como un reflejo de su gloria. El pecado desdibujó esta realidad, sin embargo a través de Cristo, lo que se había convertido en un vaso de vergüenza se puede transformar en una vaso de la gloria de Dios. 
 “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:10)
Al crearlos Dios les indicó a Adán y Eva que señoreen sobre toda la creación. Como reyes de la creación su principal función era gobernar. Esa autoridad la perdieron al pecar y la robó el diablo, pero a través de Jesucristo recuperamos esa autoridad.
¡Tus compañeros de trabajo deben notar la diferencia! Tienes a Dios contigo y todo  lo que haces y tocas tiene una bendición especial. Los vecinos que te rodean deben sentirse privilegiados de vivir cerca de un hijo de Dios porque un hijo de Dios tiene el poder para bendecir un barrio y una ciudad. Y los brujos y curanderos deben temblar cuando se enteran que en su barrio vive un hijo de Dios, porque estos tienen el poder de atar y desactivar todo los trabajos que hagan con poderes demoníacos.
Algunos cristianos se asustan cuando se enteran que un brujo profirió una maldición contra ellos. Pero, ¿Quién se tiene que asustar de quién? ¿Quién está arriba de quién? ¿Quién tiene mayor poder? ¿Cuál es el nombre más poderoso en la tierra? ¿Quiénes tiemblan de terror cuando se menciona ese nombre? El nombre de Jesús es la llave que desata todos los poderes del cielo. Y las puertas del infierno no pueden soportar ese nombre.
Este poder y autoridad, se refleja en nuestras oraciones como en nuestras declaraciones. Es decir, cuando oro puedo cambiar las cosas, y cuando declaro con mi boca soy poderoso por medio de la fe. ¡La fe es la condición para que mis oraciones y mis declaraciones sean poderosas!
Este poder y autoridad que Dios nos ha dado, es algo maravilloso, pero también muy peligroso para aquellos que lo usen para sus propios intereses o sin el cuidado necesario. Debemos rendir cuentas de qué hemos hecho con él.
Este don no es para nuestros intereses sino para ser instrumentos en las manos de Dios: Instrumento de paz, de amor, de esperanza, de libertad, para gobernar sobre los cielos y bendecir la tierra. No podemos ser indiferentes a lo que pasa a nuestro alrededor, porque somos responsables de influir y cambiar la realidad. Para eso Dios nos ha dado poder y autoridad.

Nos tiene que quedar bien claro que este poder es para bendecir. Tienes que poner en práctica el poder y la autoridad que Jesús te dio orando, bendiciendo, atando, reprendiendo, sirviendo, hablando con autoridad, actuando como Jesús actuaría si estuviera en tu lugar. Y por eso mismo, esa autoridad se ejerce desde la humildad y desde la completa dependencia del Padre.

Jesús tenía autoridad, pero era manso. Jesús tenía poder, pero era humilde y siervo de los demás. Jesús mostraba sus dientes frente a los demonios, pero mostraba su amor y misericordia frente a los perdidos.


¡Contamos con los recursos ilimitados del cielo para trabajar para que su Reino crezca!

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