No hay peor estado en la vida que vivir a contramano de
Dios. Que Dios se nos resista en nuestro camino porque no estamos obedeciendo a
su voz y a su llamado. Parece que toda la vida se nos vuelve en contra porque
Dios nos manda hacia una dirección y nosotros vamos hacia otra.
De esto tiene mucho para contarnos el profeta Jonás,
quien fue llamado por Dios para que se dirigiera hacia Nínive a llamar a esa
ciudad al arrepentimiento y él se hizo el distraído y se fue en dirección contraria.
Intentó escaparse de Dios, pero no podemos ocultarnos de él. Todos sabemos lo
que ocurrió, cuando se desató la tormenta en el barco en que viajaba y
finalmente, ya en el agua fue tragado por una ballena.
Es muy peligroso caminar fuera de la voluntad de Dios.
Sobre todo cuando él nos ha elegido para cumplir con una tarea para sus nobles
propósitos. Dios siempre estuvo llamando a los hombres para llevar adelante sus
planes.
Llamó a Noé para no destruir a toda la humanidad, a Abraham para levantar su pueblo, a José
para salvar a Israel de la destrucción, a Moisés para liberarlo de la
esclavitud, y a Gedeón para darle victoria frente a sus enemigos. Llamó a
Samuel para que sea su sacerdote, a David para que sea rey y a profetas como
Elías, Eliseo, Ezequiel y Jeremías para llamar al arrepentimiento al pueblo de
Dios.
Dios nos diseñó para cumplir con un propósito, cada uno
de nosotros fue diseñado de manera única, formado para hacer ciertas cosas.
Antes que Dios te hiciera decidió qué rol quería que jugaras en la Tierra. Por eso Pablo le
dice a los Efesios que “nos escogió en él
antes de la fundación del mundo, habiéndonos predestinado” (Efe.1:4). Él
planeó con exactitud cómo quería que lo sirvieras, y te formó para esa tarea.
Eres de la manera que eres, porque fuiste hecho para un ministerio específico.
Y Dios usa todo eso para formarte, para que ministres a otros, y te forma para
servirlo a Él. Dios no desperdicia nada. Pienso en la vida de José que, que
debió atravesar por tantas crisis y situaciones incomprensibles, hasta que
finalmente fue exaltado y pudo reconocer que cada hecho en su vida había sido
parte de un plan perfecto de Dios.
O en Moisés, que desde que nació fue predestinado para
transformarse en el líder que llevara al pueblo de Dios desde la esclavitud a
la tierra prometida. Pero él recién encontró el sentido a sus contradicciones
cuando fue llamado por Dios desde una zarza en el desierto.
El llamado nos llega cuando Dios determina que es el
momento de llevarlo adelante. Esto lo entendió Pablo quien le escribió a los
Gálatas: “Cuando agradó a Dios, que me
apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia”. Y cuando un
hijo de Dios, escogido por Dios para una tarea específica, comienza a llevarla
adelante en el tiempo determinado por Dios, con el respaldo del Espíritu Santo,
su vida lleva un fruto abundante.
Ser llamado requiere compromiso. Un cristiano que no entiende su llamado no se compromete. No
encuentra una motivación para esforzarse. Piensa que otros tienen que hacerse
cargo, ellos sólo van a la iglesia para recibir bendición, pero no encuentran
otro sentido de la vida cristiana.
Otros salen a predicar, ellos no. Otros se preocupan
por aprender, ellos no. Otros toman la carga de visitar a los están con
necesidad, ellos no.
¡Qué distinto es encontrar a un cristiano que reconoce
su llamado! Como Jeremías, los llamados tienen un fuego interior que no se
puede apagar. Los llamados son los primeros en decir “envíame a mí” al Señor.
Los llamados dejan todo por servir al Señor. Los llamados no se detienen hasta
terminar la obra.
¿Por qué tengo que responder a su llamado? Porque
sabemos que somos de Dios y el mundo está bajo el maligno, porque las
multitudes están hambrientas y desamparadas, y porque el tiempo es corto y los
campos están blancos para la ciega
Dios te llama una vez más. Dice “Hijo, ve hoy a
trabajar a mi viña. Yo voy a capacitarte y darte las fuerzas para que termines
la tarea”.
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