Dentro de la Fiesta de los Tabernáculos, el último día festivo del
año, y octavo de esa Fiesta, era el más alegre y especial para el pueblo judío.
En una ceremonia a la que nadie quería perderse, al son de trompetas y de
cánticos, el sacerdote tomaba agua del manantial de
Siloé, que brotaba bajo la montaña del pueblo, en un vaso de oro, recorría
algunos metros, y vertía solemnemente el agua sobre el altar, mientras pueblo
cantaba las palabras del profeta Isaías 12:3 “Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación”.
Dice un comentarista que era tal la alegría que producía esa
ceremonia, que en aquellos días se solía decir que quien no había visto esto,
nunca había visto nada de regocijos”. La ceremonia recordaba el milagro de que brotara
agua de la roca, mientas Israel estaba en el desierto.
Pero en esta oportunidad, participaba de la fiesta el Señor Jesús,
sobre el cual estaban los ojos de todo el mundo. Nos dicen algunas versiones
del relato que Cristo se puso de pie, probablemente en algún sitio elevado, y
clamó a oídos de todo el pueblo: “¡Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba!”. Y agrega algo que hasta allí no se
había oído: “El
que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua
viva”. Jesús aludía a algunas Escrituras conocidas por ellos, en la
mayoría de las cuales declaraban que aguas de vida salían del templo como dijo
el profeta Joel: “Y saldrá una fuente de
la casa del Señor”.
El hombre interior es lo íntimo de nuestro ser, lo más profundo de nuestro
corazón, nuestro espíritu. Cuando Jesús entra a nuestra
vida y hace morada en nosotros, nuestro ser interior se transforma en un
templo, un tabernáculo donde él comienza a manifestarse por medio del Espíritu
Santo. Somos templo del Espíritu Santo y ese Espíritu morando en nosotros no
sólo nos sacia en abundancia la sed de paz, de perdón, de consuelo, de
esperanza y de fuerzas que podemos tener, sino que establece un manantial de
aguas vidas en nuestro hombre interior. Ese manantial provee en abundancia para
nuestras propias necesidades y para todos lo que lo necesiten.
El manantial que
brota de nosotros riega vida y esperanza a la tierra seca de aquellos que viven
a nuestro alrededor. En
aquellos días, había una única oportunidad para beber agua pura, vivir cerca de
un pozo de agua.
Los pozos de agua han sido de gran importancia desde tiempos muy
remotos en las tierras donde la estación seca es muy larga, en especial en las
regiones desérticas. El que alguien usara un pozo sin autorización antiguamente
se consideraba una violación de los derechos de propiedad. La escasez de agua y
el trabajo implicado en excavarlos hizo que los pozos se convirtieran en una
posesión valiosa. En diversas ocasiones surgieron disputas violentas y
contiendas por causa de ellos.
Isaac se ocupó de volver a abrir los pozos de su padre Abraham que los
filisteos habían tapado y nos dice que habitó Isaac junto al pozo del
Viviente-que-me-ve.
“Y todos los pozos que habían abierto los criados de
Abraham su padres en sus días, los filisteos los habían cegado y llenado de
tierra” (Génesis 26:15)
Aquellos que quieren producir un gran mal al propietario de un pozo de
agua es cegarlo con arena, o piedras, o contaminándolo con animales muertos.
¡Lo mismo busca hacer el diablo!
¿Cómo está tu vida?
Cómo está el manantial? ¿Está fluyendo? ¿Tienes vida abundante para ti y para
saciar la sed de otros? Para que el agua fluya pura y limpia el pozo de tu
manantial debe estar fluyendo constantemente. Si el agua de vida de tu corazón no fluye
con libertad y con gozo corres el riesgo de que deje de fluir y empiece a
envenenarse con aguas amargas. Entonces, en vez de tomar agua de vida comienzas
a beber agua de muerte, de amargura y de dolor.
En este día pide al
Espíritu Santo que te ayude a destapar tu pozo y el agua de vida volverá a
fluir en abundancia. Decídete a sacar todo lo que obstruye tu manantial, todo
lo que te ha quitado el gozo. Renuncia a la amargura, a la queja, a la
resignación, renuncia a la debilidad, renuncia al desánimo y a la tristeza.
Para que tu vida se
mantenga sana debes saciarte del manantial de agua pura. Algunos han vuelto a
probar agua contaminada. El diablo los ha tentado con volver a atrás.
Regresaron a sus viejos hábitos de pecado, y dejaron a Dios como su verdadera
fuente de alegría y satisfacción. Jesús nos enseñó que ninguno puede servir a
dos señores. No se puede tomar agua contaminada sin que nos afecte. No se puede
jugar con el pecado. Pero hoy Dios te da otra oportunidad. Debes arrepentiste
ya abandonar esas fuentes de pecado y de idolatría.
Para garantizar la
provisión de esta agua tienes que ser profundo. No te conformes con aguas
superficiales. Los que se dedican a hacer pozos para bombas dicen que hay agua
a distintos niveles de profundidad y el agua más pura es la más profunda. La
oración profunda te garantiza que tus enemigos no puedan filtrarse. El diablo
se mueve en la superficialidad.
Cavar aguas
profundas garantiza un fluir constante del agua de Dios, beber del agua más
pura, un agua llena de propiedades curativas, y garantiza que ningún enemigo
pueda obstruir y ensuciar la fuente. Todo tiene un precio en la vida del
Espíritu. Hay que cavar profundamente, debemos luchar y traspasar el corazón de
la montaña para recoger el agua de vida, el agua que purifica y no corre
peligro de que tus enemigos entren a tu vida.
Cuando ores busca
intensificar cada día más tu oración. Cuando leas la Palabra no te conformes
con una ligera interpretación. Sigue profundizando. Elige buscarlo con más
dedicación, aunque eso signifique tener que renunciar a algunas cosas. Tu vida
debe ser como ese manantial de Siloé. Lleno de vida, lleno de poder y de
sanidad.
Hay bendiciones que
se alcanzan buscando intensamente. El poder de Dios tiene precio. Sumérgete en
las aguas de Dios, llénate del Espíritu para que tengas vida en abundancia para
quienes lo necesiten. Busca a Cristo cada día y cada vez avanza hacia las
profundidades de Dios porque hay más para el que más busca.
Si tu vida es
profunda, y si tienes agua pura Cristo pueda enviar ciegos y en tus aguas
puedan ser purificados.
Este es el pueblo
que Dios está formando. Un pueblo que rebosa la medida de lo imaginado.
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