jueves, 4 de julio de 2013

Una fuente

Como soldados del ejército de Cristo hemos luchado contra la injusticia, el dolor, contra las enfermedades, la escasez, y el desánimo. Nos enfrentamos a la soledad, las mentiras, la injusticia, las tentaciones y tantos otros enemigos. Nos hemos enfrentado en batallas frontales, donde el diablo nos desafió con arrogancia y fiereza, queriendo intimidarnos, como el gigante de los filisteos con David; y otros enfrentamientos en los que fuimos sorprendidos en nuestra buena fe, luchando con enemigos agazapados que saltaron sobre nosotros.
Algunas batallas nos hicieron tambalear en nuestra fe, otras tal vez nos han derribado a tierra, pero hoy podemos declarar que el diablo no ha logrado vencernos porque en cada enfrentamiento Jehová de los Ejércitos peleó por nosotros y se levantó como un poderoso gigante para defendernos y hacer huir al diablo.
Sin embargo hay que admitir que, tanta lucha, tantas batallas producen un lógico cansancio. Después de un tiempo de fuertes ataques, rechazados en el poder del Espíritu, la tensión afloja, se siente el cansancio, y los golpes y heridas comienzan a sentirse en todo el cuerpo. Y viene la sed, una intensa sed, como la que tuvo Sansón después de aquella hazaña, cunado mató a mil hombres con una quijada de asno.
Algo similar le ocurrió a Elías, después de la victoria contra los 450 sacerdotes de Baal y de haberlos matado uno por uno, fue amenazado por la reina Jezabel. Cansado y desalentado nos cuenta 1° Reyes que se fue por el desierto y sentándose debajo de un arbusto deseó morirse, y luego se encerró en una cueva. Estaba agotado.
El mismo Jesús sufrió esta experiencia natural en todos los hombres. En un largo trayecto entre Judea y Galilea, caminando a pleno sol por el desierto, Juan nos dice que Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo, y le dijo a aquella mujer samaritana: “Dame de beber”.
Nosotros también tenemos sed de Dios. Esta sed se refleja en un desgaste que nos ha hecho perder el brillo y el fervor de otros días, en un cansancio que nos impide mantener el ritmo de marcha. La espada se desafila, la armadura muestra algunos agujeros, la visión se nubla y tenemos ganas de detenernos al costado del camino ¡Este es un terrible error!¡No podemos detenernos porque con el diablo no hay tregua!
El problema no es el cansancio, sino el detenernos. Si bajas la guardia, si te tomas unas semanas de licencia, si te descuidas y dejas vivo a ese enemigo que debes destruir, se volverá contra ti en el momento menos pensado. Por eso necesitamos de Dios, necesitamos sus fuerzas, necesitamos su renovación, necesitamos que nos vuelva a investir con el poder de lo alto, llenarnos de su Espíritu.
Tenemos que poder hacer lo que nos dice la Biblia de los valientes de Gedeón luego de una gran batalla. Nos cuenta que él y sus trescientos valientes pasaron el Jordan, “cansados, más todavía persiguiendo”. Porque el Espíritu de poder está con nosotros,
digamos todos juntos: ¡Estamos cansados, más todavía persiguiendo!
Volvamos a Sansón: “Teniendo gran sed, clamó a Dios” y agrega, “entonces abrió Dios la cuenca que hay en Lehi; y salió de allí agua, y él bebió, y recobró su espíritu, y se reanimó. Por esto llamó el nombre de aquel lugar En-hacore, el cual está en Lehi” (Jueces 15:19)
¿Sabes que significa En-hacore? “La fuente del que clamó”. ¡Hay una fuente para cada uno que clama! ¡Dios siempre abrirá una cuenca, Dios siempre hará salir agua de la roca, Dios siempre abrirá un manantial para el sediento que clama!

Hoy hay un manantial abierto. Hay  agua viva disponible para todos los que estén cansados y sedientos. Para quienes necesiten consuelo, fuerzas, aliento, fe y esperanza renovada ¡Vamos a beber de su agua!
Ese Cordero es quien nos propone: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37)

Que en este día Jesús ponga un manantial de agua pura y viva dentro de ti por medio del Espíritu Santo, que puedas saciarte del agua que fluya de tu mismo interior para que no tengas que correr a ningún otro lado más que a tu cuarto para encontrarte con las nuevas fuerzas y vida del Espíritu.

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