Como soldados
del ejército de Cristo hemos luchado contra la injusticia, el dolor, contra las
enfermedades, la escasez, y el desánimo. Nos enfrentamos a la soledad, las
mentiras, la injusticia, las tentaciones y tantos otros enemigos. Nos hemos
enfrentado en batallas frontales, donde el diablo nos desafió con arrogancia y
fiereza, queriendo intimidarnos, como el gigante de los filisteos con David; y
otros enfrentamientos en los que fuimos sorprendidos en nuestra buena fe,
luchando con enemigos agazapados que saltaron sobre nosotros.
Algunas
batallas nos hicieron tambalear en nuestra fe, otras tal vez nos han derribado
a tierra, pero hoy podemos declarar que el diablo no ha logrado vencernos
porque en cada enfrentamiento Jehová de los Ejércitos peleó por nosotros y se
levantó como un poderoso gigante para defendernos y hacer huir al diablo.
Sin embargo
hay que admitir que, tanta lucha, tantas batallas producen un lógico cansancio.
Después de un tiempo de fuertes ataques, rechazados en el poder del Espíritu,
la tensión afloja, se siente el cansancio, y los golpes y heridas comienzan a
sentirse en todo el cuerpo. Y viene la sed, una intensa sed, como la que tuvo
Sansón después de aquella hazaña, cunado mató a mil hombres con una quijada de
asno.
Algo similar
le ocurrió a Elías, después de la victoria contra los 450 sacerdotes de Baal y
de haberlos matado uno por uno, fue amenazado por la reina Jezabel. Cansado y
desalentado nos cuenta 1° Reyes que se fue por el desierto y sentándose debajo
de un arbusto deseó morirse, y luego se encerró en una cueva. Estaba agotado.
El mismo
Jesús sufrió esta experiencia natural en todos los hombres. En un largo
trayecto entre Judea y Galilea, caminando a pleno sol por el desierto, Juan nos
dice que Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo, y le dijo a aquella
mujer samaritana: “Dame de beber”.
Nosotros
también tenemos sed de Dios. Esta sed se refleja en un desgaste que nos ha
hecho perder el brillo y el fervor de otros días, en un cansancio que nos
impide mantener el ritmo de marcha. La espada se desafila, la armadura muestra
algunos agujeros, la visión se nubla y tenemos ganas de detenernos al costado
del camino ¡Este es un terrible error!¡No podemos detenernos porque con el
diablo no hay tregua!
El problema
no es el cansancio, sino el detenernos. Si bajas la guardia, si te tomas unas
semanas de licencia, si te descuidas y dejas vivo a ese enemigo que debes
destruir, se volverá contra ti en el momento menos pensado. Por eso necesitamos
de Dios, necesitamos sus fuerzas, necesitamos su renovación, necesitamos que
nos vuelva a investir con el poder de lo alto, llenarnos de su Espíritu.
Tenemos que
poder hacer lo que nos dice la Biblia de los valientes de Gedeón luego de una
gran batalla. Nos cuenta que él y sus trescientos valientes pasaron el Jordan,
“cansados, más todavía persiguiendo”. Porque el Espíritu de poder está con
nosotros,
digamos todos
juntos: ¡Estamos cansados, más todavía persiguiendo!
Volvamos a
Sansón: “Teniendo gran sed, clamó a Dios” y agrega, “entonces abrió Dios la cuenca que hay en Lehi; y salió de allí agua, y
él bebió, y recobró su espíritu, y se reanimó. Por esto llamó el nombre de
aquel lugar En-hacore, el cual está en Lehi” (Jueces 15:19)
¿Sabes que
significa En-hacore? “La fuente del que clamó”. ¡Hay una fuente para cada uno
que clama! ¡Dios siempre abrirá una cuenca, Dios siempre hará salir agua de la
roca, Dios siempre abrirá un manantial para el sediento que clama!
Hoy hay un
manantial abierto. Hay agua viva disponible
para todos los que estén cansados y sedientos. Para quienes necesiten consuelo,
fuerzas, aliento, fe y esperanza renovada ¡Vamos a beber de su agua!
Ese
Cordero es quien nos propone: “Si alguno tiene sed, venga
a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura , de su
interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37)
Que en
este día Jesús ponga un manantial de agua pura y viva dentro de ti por medio
del Espíritu Santo, que puedas saciarte del agua que fluya de tu mismo interior
para que no tengas que correr a ningún otro lado más que a tu cuarto para
encontrarte con las nuevas fuerzas y vida del Espíritu.
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