Pedro vio a Jesús y caminó sobre las aguas.
Esteban vio a Jesús sentado en su trono y tuvo fuerzas para perdonar a quienes
lo apedreaban. Saulo vio a Jesús y sus ojos vengativos fueron
transformados en ojos llenos de misericordia. Hasta su nombre fue cambiado en
Pablo. Juan vio a Jesús y se le reveló la gloria postrera. Cualquiera que
mire a Jesucristo será salvo de la muerte, como ocurría en el desierto con la
serpiente de bronce. Si eres capaz de mirar a Jesús serás salvo, tendrás fe,
tendrás guía en tu caminar, y crecerás en sabiduría y revelación.
Hay un secreto poderoso en mantener la vista
fija en el Señor. Dice Pablo que cuando miramos a cara descubierta la gloria
del Señor “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como
por el Espíritu del Señor”. Mirar a Jesús es: Llenarnos de amor y de
compasión, es envolvernos en lo que apasiona su corazón y dejarlo todo para
seguirle, es hacerlo nuestro salvador, nuestro maestro y nuestro pastor.
Mientras le contemplamos, mientras lo descubrimos en una experiencia espiritual
y progresiva, vamos identificándonos con lo que él ama, y dejando a un costado
nuestro pequeño mundo para sumergirnos en sus proyectos eternos.
El diablo consciente de esto busca de todas
las maneras posibles desviar nuestra mirada y borrar nuestra visión. A Eva la
sedujo por los ojos. A Israel lo tentó con los ídolos de los pueblos vecinos. A
nosotros con las luces del mundo, con el afán de las riquezas y llevarnos a
buscar satisfacer nuestros deseos carnales. Por eso el proverbio nos exhorta: “Tus
ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes por delante”
(Prov. 4.25) Y el ángel le dijo a la iglesia de Laodicea: “Unge tus ojos
con colirio, para que veas” (Ap. 3:18)
Cuando vemos a Jesús, nuestro corazón no
puede continuar de la misma manera, y caemos rendidos a sus pies. El profeta
Zacarías lo dijo así: “Y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como
se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito”
(Zac. 1:10)
Mirar a Jesús nos alienta a despojarnos de
todo pecado y correr con paciencia la carrera
que tenemos por delante. “Puestos los ojos
en Jesús, el autor y consumador de la fe”, sin
mirar a los costados, sin compararnos con
nadie, sabiendo que el Maestro es el ejemplo
perfecto de la fe que hemos de expresar.
Autor significa que él es el pionero o líder en la
carrera de la fe y es el consumador, quien ha
ejercido la fe a pleno desde el comienzo
hasta el fin, ha cumplido las promesas de
Dios para todos los que creen, dando a la fe
una perfecta base por medio de su obra como
sumo sacerdote.
Oramos la oración de Pablo para que Dios
alumbre nuestros ojos para poder entender la
esperanza a la que fuimos llamados, las
riquezas de la gloria de su herencia y la
grandeza de su gran poder que opera en
quienes le creemos.
Si estás luchando con dolores, frustraciones
o distracciones que te roban la atención y la
paz, y estás dispuesto a fijar tu mirada en
Él, Isaías expresa una promesa: “Tus ojos
verán al Rey en su hermosura” ¡Aleluya!
Sigamos en este día las gloriosas pisadas de
aquellos que se sostuvieron en la prueba y
caminaron en fe, igual que Moisés, como
“viendo al Invisible”, y aquella vieja canción se
hará realidad en tu vida.
Fija
tus ojos en Cristo
tan lleno de gracia y amor
y
lo terrenal sin valor será
a la luz del glorioso Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario