La trompeta de Dios está sonando, el rugir del León de
Judá se escucha en toda la tierra reclamando: ¡Despierta! ¡Despierta iglesia
porque ésta es tu hora!
Los ojos de los discípulos que acompañaron a Jesús a
orar al monte de los olivos aquella tremenda noche estaban cargados de sueño.
Era la hora más grave, el tiempo más oscuro, pero aquellos hombres no pudieron
acompañar su maestro en la vigilia. No discernieron lo que vendría y dejaron
solo al Señor, primero en su clamor y después en la dolor.
Nunca las palabras del profeta Isaías en el capítulo 52
fueron más actuales y vigentes. Hay un llamado del Espíritu para que comprendamos el tiempo kairos que nos
toca vivir y el protagonismo que la iglesia debe alcanzar. En estos días de crisis
de postulados, de utopías y de liderazgo, es la mejor oportunidad para que la
iglesia se levante y se posicione como la luz que las naciones deben mirar. La
iglesia está siendo llamada a dejar atrás temores, complejos, distracciones y
disensiones para despertar a su origen, a su misión redentora y a su destino de
gloria. Estamos siendo llamados a volver a la fuente de poder, a la intimidad
con el amado, al aposento alto para ser nuevamente investidos de la unción
fresca y poderosa de su Espíritu.
“vístete de
poder, oh Sion; vístete tu ropa hermosa, oh Jerusalén, ciudad santa…”, dice
el Señor. Dios nos está llevando a cambiar nuestro ropaje contaminado con
idolatría, superficialidad y mundanalidad para vestirnos con vestidos de
santidad y de justicia. La Novia debe guardar sus ropas porque el Amado se
aproxima y porque todo los hombres deben contemplar la hermosura de su aspecto:
Una iglesia ¡Una! ¡Santa, poderosa, llena de amor, de sabiduría y de autoridad!
No pongas tu mirada en la dimensión de tu templo, o en
las limitaciones de tu ministerio, o en la pequeñez de tu congregación. Levanta
la mirada porque Dios tiene mucho pueblo. Hay santos que no han doblan sus
rodillas en los altares de este mundo aún fuera de las iglesias, y hay otros como
tu que tienen celo de Dios y aman su Palabra. Es el tiempo de la unidad, de
superar viejas diferentes, dejar atrás nuestras miserias y mirar los desafíos
que tenemos por delante con visión de reino.
“Sacúdete del
polvo; levántate y siéntate. Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello,
cautiva hija de Sion”
Nos toca sacudirnos el polvo de la pasividad y de una
mirada periférica, resignada e impotente de lo que acontece ¿No hemos recibido
acaso autoridad para cambiar las cosas? ¿No hemos aprendido de nuestros padres
apostólicos a levantarnos contra toda adversidad? Levantémonos a tomar el
protagonismo que Dios nos demanda de ser luz y sal, levantémonos con las armas
espirituales que se nos ha concedido para tomar dominio de las potestades que
asolan nuestra tierra.
Pero además de levantarnos debemos sentarnos en los lugares
celestiales con Cristo. Con una conciencia renovada de la autoridad que se nos
ha delegado, y el poder que opera en la Palabra, recuperemos la unción
profética para proclamar las verdades del Reino.
¿Cuáles son las ataduras que nos hemos permitido?
¿Celos, contiendas, vanidades denominacionales, rencores de heridas no
perdonadas? ¿Una vida religiosa legalista que nos ha robado la libertad de
disfrutar la vida cristiana en comunión con nuestros hermanos? Dios nos reclama
madurez, honor, visión espiritual, amor y humildad, misericordia y generosidad
para poder reconocernos y valorarnos como iglesia de Cristo.
Y si no hablamos en esta hora, las piedras lo harán.
Isaías proclama “Cuan hermosos son los
pies” del que anuncia la paz, del que lleva buenas nuevas, publica
salvación y declara que Jesucristo es el Señor.
¡Iglesia, sal a la calle y anuncia las buenas nuevas
del evangelio, sal a llevar redención y libertad a los cautivos y a establecer
el gobierno del reino! Es hora de que Satanás y sus demonios se sientan
sitiados, limitados, atados y el evangelio se predique con libertar sobre toda
carne.
“Por tanto, mi
pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquél día; porque yo mismo que hablo,
he aquí estaré presente”, declara
Dios por Isaías. Jesucristo prometió lo mismo con otras palabras: “Yo pondré
palabras en su boca, las señales les seguirán, yo estaré con ustedes…” ¡Tenemos
garantizado el respaldo de Dios!
Como resultado de nuestra obediencia al llamado del
Señor “Jehová desnudará su santo brazo
ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la
salvación del Dios nuestro” (Is. 52:10)
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