Cada vez que leo acerca del llamado de Moisés y como
Dios usó una simple zarza en medio del desierto para atraerlo y hablarle pienso
en lo inesperado y maravilloso que es Dios. Él podría haber llamado la atención de Moisés de un modo más espiritual. Podría
haberse manifestado de maneras más acordes a su gloria, haberlo hecho de una
manera más grandiosa, más convincente a los ojos humanos, sin embargo lo hizo a
la manera de Dios, siempre especial y desconcertante. Cada vez que él quiere
expresarse con nosotros lo hace de manera que podamos distinguirlo. Y en el
caso de Moisés, qué mejor que despertar su curiosidad tomando esa simple mata y
encenderla en un fuego que ardía pero que no se consumía. Dios siempre usa
cosas simples y habituales a nuestro mundo para llamarnos a su presencia.
Esa
zarza tomada por Dios puede enseñarnos una clara lección. Dios elige como
instrumentos a aquellos que se saben poco, que son desechables a los ojos de
los demás, que no tienen ningún valor en sí mismos, y los transforma en
instrumentos poderosos en sus manos.
En este tiempo Dios está buscando zarzas vivientes que
tengan las mismas características. Dios está buscando una simple zarza, con
deseos de ser tomados por lo divino. Dios nos llama a ser una señal viva del
poder de Dios, que despierte la atención de los incrédulos, que los atraiga por
lo sobrenatural que hay en ellos, y que puedan escuchar la voz de Dios a través
de sus bocas, para libertad de sus esclavitudes.
¿Estarías dispuesto a ser una zarza en las manos de
Dios? Dios quiere usarte como un instrumento de su poder, para iluminar en las
tinieblas, y para llevar a los hombres a conocer la verdad.
"Cualquier
simple zarza sirve, siempre y cuando Dios esté en la zarza", decía
un predicador. Moisés tuvo que pasar cuarenta años en el desierto para darse
cuenta de que era nada. Dios estaba tratando de comunicarle un mensaje:
"No necesito una zarza bonita, educada ni elocuente. Cualquier
simple zarza sirve, siempre que Yo esté en la zarza. No serás tú haciendo algo
para mí sino Yo haciendo algo a través de ti."
Aquella
zarza del desierto era un montón de ramitas secas que apenas habían crecido, y
sin embargo, Moisés tuvo que quitarse el calzado de los pies. ¿Por qué? Porque
estaba
pisando
tierra santa ya que Dios estaba en la zarza.
Somos
como esa zarza. No podemos hacer nada para Dios. Todo nuestro ministerio
carece de valor si Dios no está en nosotros.
La
presencia de Dios se manifiesta a través del fuego. El fuego que estaba siempre
encendido en el altar del Templo de Israel. El fuego que descendió sobre el
Monte Sinaí cuando Dios le dio las tablas de la ley, y que se reflejaba en el
mismo Moisés, cuyo rostro estaba cubierto del resplandor de la gloria de Dios.
El fuego que descendió para juicio como castigo a la inmoralidad
de los habitantes de Sodoma y Gomorra. El fuego que descendió y quemó todo lo
que estaba sobre el altar construido por el profeta Elías en el Monte Carmelo,
para desafiar a los sacerdotes paganos, para demostrar quién era el verdadero
Dios.
El
fuego que descendió sobre los apóstoles en el Aposento Alto en Pentecostés y
que los transformó para trastornar el mundo conocido.
El
secreto es que seamos personas llenas del Espíritu de Dios, que ardamos como
antorchas.
¡Dios
manda tu fuego sobre nosotros! Tienes que desearlo, tienes que buscarlo con
todo tu corazón. Debes orar: ¡Padre, avívame, envía tu fuego y manifiesta tu
presencia!
Dios
quiere transformarnos en zarzas ardientes, encendidos por el amor y la pasión
por Dios, saturados de su presencia, encendidos en santidad, llenos de poder
para que podamos ser instrumentos en su mano y los Moisés que andan caminando,
frustrados, confundidos, avergonzados y sin rumbo en sus vidas escuchen a Dios
y tengan una visión por lo que valga la pena vivir.
Moisés
dijo: “Iré a ver esa gran visión”. Que tu vida desafíe a otros a
compartir tu misma visión. La visión que Dios está implantando tu vida: llenar
con su gloria este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario