Jesús
siempre se manifiesta en el amanecer de una larga noche de cansancio, de
impotencia y frustración. Oportuno como ninguno, tierno y amoroso, el Maestro
se presenta a orillas del mar de Galilea días después de su resurrección para sorprender a sus discípulos con su
alentadora presencia y un desayuno inolvidable para aquellos confundidos
hombres.
“Acérquense al fuego, y coman
conmigo”, les
invitó con tono confiable. Uno a uno, tímidamente, fueron sentándose alrededor
de las brazas. Y mientras el calor fue entibiando sus corazones Jesús en
silencio, partió el pescado asado y pan, y comenzó a compartirlos. El Siervo
que había lavado sus pies, el Cordero que había muerto por ellos en la cruz,
una vez más volvía a servirles. No hubo sermón ni reproche, sólo amor.
En la
orilla, Pedro dejó la red por segunda oportunidad, en esta ocasión llena de
grandes peces, y se sumó a la rueda. La persona de Cristo, y su invitación a comer
junto a Él, eran tan reconfortantes como para entender que, nada o mucha pesca,
significaba apenas un detalle delante del Maestro. Su presencia, su gracia, su
provisión siempre oportuna eran más importantes que la buena pesca.
Si, su
amistad prometida antes de partir a los cielos, vale mucho más que cualquier
frustración o éxito que podamos alcanzar.
¡Cuánto
deseo ser uno de aquellos discípulos sentado alrededor del fuego! ¡Cómo
necesito sentir su alentadora presencia junto a mí! Cuando la noche ha sido
difícil y tormentosa, cuando parece que las tinieblas llegan para quedarse, los
rayos del amanecer disipan la oscuridad y comienza a aclarar todo. Y con el
nuevo día la figura de Jesús, recortada en la orilla, esperándonos para
confortarnos y consolarnos es como una caricia para nuestra agitada alma. Su
luz disipa toda oscuridad a nuestro alrededor y su calor vuelve a encender
nuestra esperanza. Jesús es una invitación al refugio y el reposo para el alma
agitada.
Anhelo
sentarme y compartir un bocado de ese pescado y un poco de pan, de ese que es
servido por la misma mano que milagrosamente los multiplicó para dar de comer a
miles, que partió el pan en la última cena mientras declaraba que él era el
“pan de vida”. Tengo hambre de alimentarme de su presencia, y de su palabra. Pez
y pan: Provisión material y espiritual para fortalecer el espíritu y renovar
las fuerzas debilitadas.
Si me
dan a elegir, quisiera ser ese Pedro que no pudo contenerse arriba de la barca,
y se tiró al agua para nadar hacia la orilla. Otra vez cautivado por Jesús,
como aquella noche en que caminó sobre las aguas respondiendo a su invitación.
Su mirada en el rostro de Cristo había producido ese milagro de fe. Pero ahora
su espíritu anhelante de perdón y de restauración, volvió a ganarle a la
seguridad de una barca para ir en busca de su Maestro.
Pedro
tenía una espina clavada en su corazón. No había vuelto a conversar con su
Señor desde aquel lamentable suceso en el patio del templo. Sus ojos se
cruzaron con los de Jesús luego de su último: “No lo conozco”, y esa mirada
demoledora lo había derrumbado. Estaba quebrantado, se había chocado con la
miseria de su humanidad y había perdido toda confianza en sí mismo. Este nuevo
encuentro era la ocasión que tanto había esperado para intentar dar una
explicación al Maestro de su conducta. Pero no hizo falta que buscara sacar el
tema porque el propio Jesús tomó la iniciativa y se acercó para hablarle. Pedro
no pudo balbucear una palabra, todo su cuerpo temblaba ¿cómo justificar
semejante acto de cobardía? Pero Jesús fue simple y directo: “Pedro, ¿me amas?”. Tres veces le
preguntó, una por cada negación. Tres veces le renovó la confianza y volvió a
alentarlo para que no dudara de su amor, y se volcara a cuidar a sus ovejas ¡Su
palabra sana y restaura!
Amigo, cuando hayas
pasado una noche de crisis, cuando necesites recuperar tus fuerzas y tomar otra
vez la iniciativa, dirígete a la orilla una vez más y tendrás un nuevo
encuentro con Jesús. “Vengan a mí, y yo les daré descanso”, nos prometió. El se tomará su tiempo para confortarte,
animarte, darte de comer, y renovar tu llamado.
En aquella oportunidad los discípulos estaban tan
desalentados que ni siquiera reconocieron su presencia. Pero al escuchar la voz del Maestro un rayo de luz cruzó sus pensamientos y
de pronto regresó la fe, el aliento, la confianza, y el ánimo perdidos. Cuando te encuentres abatido y desorientado, busca oír
su voz serena, firme, consoladora, como la del pastor que guía a sus ovejas en
medio de la tormenta.
Durante la conversación entre
Jesús y Pedro no hubo reproches por su falla, tampoco lo habrá para ti. Si has
cedido a la tentación, si finalmente has comprobado que no eres imbatible, y te
sientes quebrado, incapaz de mirar a Cristo a los ojos permítele que se acerque
para sanarte. El se tomará un tiempo para estar a solas contigo. Te mirará a
los ojos, te hará preguntas, y creerá lo que le dices, aunque no tengas idea de
como sostener tus palabras. Porque el amor todo lo cree y porque él mismo
saldrá te sostendrá en integridad ¡El cree en ti!
¡Ánimo! Recuerda que siempre
amanece, y cada vez que lo necesites, puedes dirigirte a la orilla para tener
un encuentro con Jesús. El quiere servirte, amarte, y enseñarte a confiar en su
palabra.
“¡Oh, si conociéramos al Señor! Esforcémonos por
conocerlo.
Él nos responderá y vendrá tan cierto como viene el
amanecer” (Oseas 6:3)
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