Los hijos de Dios estamos llamados a dar y a
darnos con el mismo amor y compromiso que expresó nuestro Señor Jesucristo al
descender del cielo y reconciliarnos con el Padre. Debemos recordar las
palabras de Pablo cuando le dijo a los filipenses: “Haya en vosotros este
mismo sentir” (Fil.2:5)
Luego de Pentecostés, los discípulos, llenos
del Espíritu Santo, comenzamos a vivir unidos, fervientes, generosos y
creciendo en la gracia del Señor. Inmediatamente, comenzamos a ser luz y sal en
el pueblo. Nos cuenta en los Hechos que tenían el favor de todo el pueblo y el
Señor añadía cada día a la iglesia a los que habían de ser salvos.
El Espíritu Santo había descendido sobre
ellos para que fueran testigos, y comenzaron a hacerlo. El capítulo 3 de los
Hechos el primer milagro narrado por mano de los discípulos. Pedro y Juan
estaban yendo al templo a orar y se encuentran con aquél cojo de nacimiento, al
cual estaban acostumbrados a ver. Pero en esta oportunidad algo cambió. El
Espíritu les dio ojos sensibles y compasivos a la necesidad, y ellos estaban
llenos de fe y de amor.
Cuando aquel pobre hombre les pidió una
limosna, en ese instante el Espíritu los sacudió para que intervinieran en su
vida y rompieran esa maldición que lo ataba a la miseria.
“Pedro, con Juan, fijando
en él los ojos, le dijo: Míranos”. No sólo lo dijeron para llamar la atención
del cojo, sino porque en sus rostros se reflejaba la esperanza y el amor de
Cristo. Ellos sabían que cuando este hombre les mirara se llenaría de fe.
No tenemos que temer brillar. La luz fue
hecha para iluminar y no es humildad ocultarnos, sino incredulidad de lo que
realmente somos. Si Jesús nos hizo luz, vamos a iluminar. Nosotros también
tenemos que decir a los necesitados: ¡Míranos! En todo caso, la pregunta es
¿Qué ve la gente cuando nos mira? ¿Esperanza y fe, o incredulidad y duda? El
relato dice que él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Pero
ellos no iban a dar “algo”, sino a “alguien”. Ellos lo conectaron a la fuente
de poder, al Espíritu de sanidad.
La declaración de Pedro es poderosa y nos
enseña mucho: “Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que
tengo te doy” ¡Aleluya! Hay cosas que no se arreglan con unas
monedas. Son necesidades profundas que no pueden suplidas con bienes
materiales. Hay necesidad de amor, de paz, de esperanza, de salud, de perdón,
de libertad y tienen que ser suplidas por aquellos que han sido satisfechos en
sus propias necesidades y están llenos de todas estas cosas.
No tienes que dar lo que no tienes. Tienes
que compartir lo que Dios te ha dado ¿Qué tenemos? ¿Qué nos proveyó Dios? Eso
es lo que tenemos y podemos dar. Recordaron las palabras de Jesús “de gracia
recibisteis, dad de gracia” (Mt. 10:7)
Pedro declaró: “En el nombre de Jesucristo
de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al
momento se le afirmaron los pies y tobillos”. Esa mano estaba ungida con el
poder del Espíritu ¡Hay poder en nuestras manos!
“Y saltando, se puso
en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y
alabando a Dios” ¡Las señales se confirman alabando a Dios en
el templo! Para este necesitado la iglesia llena del Espíritu tuvo respuesta
para lo que la religión oficial no tenía.
Esta experiencia nos recuerda algunas cosas
fundamentales:
1) La necesidad
está a las puertas de la iglesia ¡Salgamos a la calle!
2) Los
hombres tienen necesidades que sólo la Iglesia puede suplir. Salvación y
sanidad para las naciones es el objetivo de la iglesia.
3) Necesitamos
creer que estamos preparados para bendecir a la humanidad. Con el poder del
Espíritu Santo tenemos la capacidad para ser testigos de Cristo.
4) No
tenemos que dar otra cosa que lo que Dios nos ha dado. Sencillez pero
efectividad.
5) Tenemos
que pedirle a Dios que nos llene de amor y compasión por los que sufren. Y esto
sólo es posible a través de la oración. Cuando nos acercamos a él, nos
identificamos con su corazón.
“¿No es más bien el
ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de
opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es
que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa;
que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces
nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu
justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia” (Isaías
58:6)
No hay comentarios:
Publicar un comentario