jueves, 4 de julio de 2013

Quiero conocerte

Fuimos creados para adorar a Dios. Nuestra verdadera vocación es habitar en su presencia, en una relación de amor filial, y glorificar su persona por todas sus maravillas. A medida que le alabamos y le adoramos le vamos conociendo en toda su dimensión; por eso, conocer a Dios debe transformarse en nuestro mayor anhelo. “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero”, dijo Jesús.  Lo mejor que existe en la vida, lo que ofrece un verdadero gozo y un deleite incomparable, es vivir descubriendo y adorando la persona de Dios.
Tan natural como el río que busca el mar, como los pájaros enjaulados que buscan su libertad, como un niño que busca a sus padres, como la amada de Cantar de los Cantares que buscaba a su amado, así también los hombres buscan a Dios de muchas maneras porque, aunque no sepan expresarlo, sienten que sin él nada los satisface. Existe en el corazón de cada hombre una nostalgia, un vago recuerdo, y una inquietante búsqueda que sólo es satisfecha cuando la criatura se reencuentra con su Creador y restaura su vínculo con él.
La búsqueda de Dios ha llevado a los hombres a recorrer todo tipo de camino, la mayoría de ellos con frustrantes resultados, e inventando las más diversas religiones, mientras que el mismo Dios se hizo hombre mostrando el verdadero camino para alcanzar su deseo más profundo. En su amor, Dios siempre sació el hambre de aquellos que lo buscaron sincera y humildemente: “Te ruego que me muestres tu gloria”, dijo Moisés, y Su gloria quedó reflejado en su rostro. “Quién me diera  el saber dónde hallar a Dios. Yo iría hasta su silla”, rogó Job, y Dios se le reveló como nunca lo había hecho. “Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte”, clamó Isaías, y vio al Señor sentado en su trono de gloria. “Mi alma tiene sed del Dios vivo”,  “Anhela mi alma y aún ardientemente desea los atrios de Jehová”, deseó David, y fue saciado con ríos de aguas de vida.
Nosotros mismos caminamos por años alejados de Dios y con vacío por dentro que nada ni nadie podía llenar. Había preguntas que nadie podía responder, había miedos, y esa profunda soledad que nos asaltaba sin motivo, hasta que descubrimos su persona y nuestra alma encontró paz y reposo.
“Prueben, y vean que el Señor es bueno”, declara el Salmo 34.  El mismo Dios se está ofreciendo para ser conocido, porque su mayor deseo es darse a conocer por sus hijos.  Y nos seduce declarando: “Los que miran al Señor quedan radiantes de alegría y jamás se verán defraudados.
Algunos pueden caer en el error de pensar que, por escuchar o leer acerca de Dios le conocen. Podemos leer muchos libros de teología y apologética, podemos aprender a manejar las Escrituras, y hablar bien sobre temas cristianos y sin embargo, no conocer a Dios en absoluto. Hasta se puede ser muy religiosos, escuchar muchos sermones, saber cómo desenvolvernos como creyentes: leer la Biblia, orar, ganar a otros para Cristo, ofrendar y como cumplir con todos los requisitos que el joven rico que se encontró con Jesús hacía, pero no conocer a Dios. Incluso podemos alcanzar una tarea de responsabilidad en la iglesia, y conocer muy poco a Dios porque, conocer a Dios significa mucho más que eso.
La Biblia ilustra con figuras y analogías a Dios y su relación con los hombres de formas tan variadas como el hijo con su Padre, en mujer con su esposo, el súbdito con su rey, y el rebaño de ovejas que sigue a su pastor. Pero todos estos ejemplos tienen en común una relación directa y personal entre dos personas.
¡El conocer a Dios es una relación personal con él! No es el conocimiento intelectual de los eruditos bíblicos, sino de ir conociéndolo a medida que él se abre a nosotros.

Conocer a Dios también es un compromiso personal. De la misma manera que para llegar a conocer a una persona hay que aceptar plenamente su compañía, compartir sus intereses e identificarse con sus asuntos. No podemos saber cómo es una persona hasta que hayamos “gustado” o probado su amistad.  El conocer a Dios es una relación  que involucra tanto lo intelectual, como lo emocional y la voluntad. Es necesario estar involucrado emocionalmente en las victorias Dios en el mundo, es necesario que nos regocijemos cuando Dios es honrado y nos duela cuando ve que  la persona de Dios es avergonzada. Finalmente, conocer a Dios es cuestión de gracia. La iniciativa parte invariablemente de Dios. No es que nosotros nos hagamos amigos de Dios, sino que es Dios que se hace amigo de nosotros ¡Aleluya!
“Conocer” indica que Dios tomó la iniciativa de amar, elegir, redimir, llamar y cuidar. Significa que nos buscó primero y nos ha elegido para que vivamos para siempre con él.
Su amor manifestado en Cristo nos sacó de la muerte, su amor nos rescató de la condena eterna, su amor nos devolvió la dignidad, su amor nos devolvió la esperanza, su amor terminó por conquistarnos. Supo sacar lo mejor de nosotros cuando no había agradable en nuestra vida. El vio en nosotros lo que nadie veía. El volvió a dar vida lo que estaba muerto, y restauró lo que estaba derribado: Una capacidad desconocida en nosotros para amar, para perdonar, para unir, para construir, para edificar y para reflejar su gloria.
Dios le dijo a Moisés: “Has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre” (Ex. 33:17) Lo que interesa, por sobre todo, no es que nosotros conozcamos a Dios, sino el hecho de que Él nos conoce a nosotros. Estamos esculpidos en las palmas de sus manos, estamos siempre presentes en su mente y lo conocemos porque él nos conoció primero. Nos entiende como uno que nos ama y está interesado en nosotros, y no hay momento en que su mirada no esté fija en nuestra realidad. Entonces, una vez que comprendemos que el propósito principal para el cual estamos en este mundo es el de conocer a Dios, la mayoría de los problemas de la vida encuentran solución por sí solos.



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