jueves, 4 de julio de 2013

Haciendo camino

Dios quiere manifestarse entre nosotros como no lo ha hecho nunca hasta ahora. El se ha propuesto revelarse de una forma nueva, más poderosa y más gloriosa que lo que ha sido a lo largo de la historia de su relación con los hombres. Preparémonos porque cosas “que ojo no vio ni oído oyó” son las que ha preparado para estos días. Y lo hará, no porque seamos sus mejores hijos, o porque nos ame más que a otros, sino porque es necesario que la Iglesia de estos días brille más que nunca y manifieste Su poder para preparar el camino para la venida del Señor Jesús.
Aunque miramos con cierta envidia a aquellos primeros cristianos, tenemos que saber que la gloria postrera será mayor, por lo que nosotros seremos testigos de manifestaciones que nunca se han registrado. Todavía sigue vigente la promesa de Jesús: “Ustedes harán mayores cosas de las que yo he hecho”.
De manera que estamos esperando un avivamiento sin precedentes en su extensión, su duración, y sus resultados. Toda la tierra será llena del conocimiento de su gloria y como dijo Isaías 40:5: “Se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá”.
Dios lo hará porque lo ha determinado, pero debemos recordar que toda manifestación de Dios y todo avivamiento en la historia de la iglesia fueron precedidos por un pueblo que se santificó, que se humilló, que se arrepintió de sus pecados y que lo buscó con pasión.
Así como no hay salvación sin cruz, la santificación siempre nos llevará a la manifestación de Dios, porque Dios habita en medio de la santidad de su pueblo.
Josué escuchó claramente la voz de Dios y así la transmitió a Israel: “Santificaos porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros” (Josué 3:5) Sin santidad no habría victoria frente a los pueblos que habitaban Canaán, ni habría tierra por posesión. De esta manera, cuando todo Israel guardó con temor y temblor los mandamientos de Dios, vio caer a los muros de Jericó y muchos reyes temblaron hasta desmayar delante de ellos. Pero también todo Israel fue humillado cuando dejaron que la avaricia y la mentira se apoderaran de algunos de ellos.
La nube de Dios llenó el tabernáculo de Moisés luego de que Aarón y los sacerdotes se santificaran y ofrecieran sacrificios.
David pagó las consecuencias de intentar llevar el arca de Jehová de una manera equivocada a Jerusalén, pero luego de aprender la lección, las condiciones nos quedaron escritas para nosotros en 1° Crónicas 15:11: “Vosotros que sois los principales padres de las familias de los levitas, santificaos, vosotros y vuestros hermanos, y pasad el arca de Jehová Dios de Israel al lugar que le he preparado”.
 Nos dice el libro de Hebreos que, sin santidad, nadie verá a Dios. Y si la iglesia no ve a Dios, pierde la brújula. De la misma manera como Israel no hubiera podido sobrevivir en el desierto sin la nube de gloria de Dios, tampoco nosotros tendríamos ninguna oportunidad de existencia si camináramos a ciegas, sin ver a Dios.
Abraham se sostuvo en su recorrido hacia la tierra de su heredad “como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27). Si no lo hubiera podido ver habría quedado a mitad de camino.
Nosotros también necesitamos ver al Invisible para sostenernos hacia las promesas de Dios. Ver a Dios es la garantía para no transformarnos en una pieza de museo ni en una iglesia como aquella de Laodicea, a la cual el ángel definió como “desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda” (Apocalipsis 3:17) Ese ángel también le aconsejó que comprara oro refinado en fuego, para que sea rica, y vestiduras blancas, y que ungiera sus ojos con colirio para que “veas”.
Juan el Bautista fue el hombre elegido por Dios para llamar a Israel al arrepentimiento y la santificación antes de que Jesucristo se manifestara entre los hombres.
Nos cuenta Lucas 3:3 que proclamaba: “Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas. Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado; los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos allanados; y verá toda carne la salvación de Dios”.
Juan el Bautista, un profeta poderoso, a quien se lo compara con Elías, era un hombre al que el propio rey Herodes admitía que era justo y santo. Valiente como pocos, no temía decir la verdad y hablaba con la autoridad del que no tiene nada que ocultar. Juan tenía un ardiente celo por Dios y llamaba a los hombres al arrepentimiento. Y cuando llegó el tiempo, Jesucristo se presentó en escena.
Dios está activando el espíritu de Juan el Bautista sobre nosotros, su pueblo. Un espíritu profético con la autoridad para reprender la inmoralidad, para denunciar el pecado y para llamar a los hombres al arrepentimiento. Esto es preparar el camino en estos días: como en los días de Noé, avisar a los hombres que el día del juicio se acerca, que Cristo viene pronto y que deben arrepentirse. Y entonces su gloria se manifestará sobre toda carne.
Pero para eso, para ver la gloria de Dios manifestada en medio de nosotros, debemos comenzar por santificarnos y arrepentirnos de nuestros pecados.
¡Vamos derrotar al diablo en la tentación del desierto, vamos a santificarnos por la palabra, vamos a permitirle al Espíritu que nos purifique y nos unja con aceite santo para ser instrumentos poderosos que preparen el camino para la venida del Señor!


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