sábado, 3 de agosto de 2013

Instrumento de paz

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde hay odio, que yo ponga amor.
Donde haya ofensas, que yo ponga perdón.
Donde haya discordia, que yo ponga unión.
Donde haya error, que yo ponga verdad.
Donde haya duda, que yo ponga fe.
Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza.
Donde haya tinieblas, que yo ponga luz.
Donde haya tristeza, que yo ponga alegría.

Haz que yo no busque tanto el ser consolado como el consolar,
el ser comprendido como el comprender,
el ser amado como el amar.
Porque dando es como se recibe.
Olvidándose de sí mismo es como se encuentra a sí mismo.
Perdonando es como se obtiene perdón.
Muriendo es como se resucita para la vida eterna.

                                   Francisco de Asís

viernes, 2 de agosto de 2013

Nada te turbe

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.


Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.


A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.


¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
todo se pasa.


Aspira a lo celeste,
que siempre dura;

fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece 
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.


Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.


Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.


Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro
nada te falta.


Id, pues, bienes del mundo;
id dichas vanas;
aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta.


Teresa de Avila

martes, 23 de julio de 2013

El Evangelio

El Evangelio es un hecho; 
por lo tanto, cuéntalo con sencillez.
El Evangelio es un hecho gozoso; 
por lo tanto, cuéntalo con alegría.
El Evangelio es un hecho que se nos ha encomendado; 
por lo tanto cuéntalo con fidelidad.
EL Evangelio es un hecho de infinita importancia; 
por lo tanto, cuéntalo con fervor.
El Evangelio es un hecho de infinito amor;
por lo tanto, cuéntalo con sentimiento.
El Evangelio es para muchos difícil de comprender; 
por lo tanto, ilústralo hasta hacerlo comprensible.
El Evangelio es un hecho acerca de una persona; 
por lo tanto, predica a Cristo.

                                 Archibald Brown

Pentecostés

Oh, que tuviera una ardiente pasión por las almas.
Oh, que tuviera una compasión que anhela.
Oh, que tuviera un amor que ama hasta la muerte.
Oh, que tuviera el fuego que consume.
Oh, que tuviera el poder de la oración que prevalece, 
que se derrama por los perdidos.
Oración victoriosa en el nombre del Vencedor.
¡Oh, que tuviéramos un Pentecostés!

                 Amy Wilson Carmichael

Anhelo

¡Anhelo una carga en mi corazón!
Una pasión que lleva a la oración.
Anhelo  en mi ser un gran despertar,
que siempre fluya su poder.
Un corazón dame como mi Salvador,
quien estando en agonía oró.
Tal cuidado por otros dame, oh Señor...
por tu carga allí en mi corazón.
Padre, anhelo esta pasión,
por los perdidos derramar mi ser,
por ellos hoy mi vida dar;
orar sin importar el dolor.
Enséñame este secreto,
revélalo a mi ser, Señor.
                María Warburton Booth

sábado, 20 de julio de 2013

Amanece

Jesús siempre se manifiesta en el amanecer de una larga noche de cansancio, de impotencia y frustración. Oportuno como ninguno, tierno y amoroso, el Maestro se presenta a orillas del mar de Galilea días después de su resurrección  para sorprender a sus discípulos con su alentadora presencia y un desayuno inolvidable para aquellos confundidos hombres.
“Acérquense al fuego, y coman conmigo”, les invitó con tono confiable. Uno a uno, tímidamente, fueron sentándose alrededor de las brazas. Y mientras el calor fue entibiando sus corazones Jesús en silencio, partió el pescado asado y pan, y comenzó a compartirlos. El Siervo que había lavado sus pies, el Cordero que había muerto por ellos en la cruz, una vez más volvía a servirles. No hubo sermón ni reproche, sólo amor.
En la orilla, Pedro dejó la red por segunda oportunidad, en esta ocasión llena de grandes peces, y se sumó a la rueda. La persona de Cristo, y su invitación a comer junto a Él, eran tan reconfortantes como para entender que, nada o mucha pesca, significaba apenas un detalle delante del Maestro. Su presencia, su gracia, su provisión siempre oportuna eran más importantes que la buena pesca.
Si, su amistad prometida antes de partir a los cielos, vale mucho más que cualquier frustración o éxito que podamos alcanzar.
¡Cuánto deseo ser uno de aquellos discípulos sentado alrededor del fuego! ¡Cómo necesito sentir su alentadora presencia junto a mí! Cuando la noche ha sido difícil y tormentosa, cuando parece que las tinieblas llegan para quedarse, los rayos del amanecer disipan la oscuridad y comienza a aclarar todo. Y con el nuevo día la figura de Jesús, recortada en la orilla, esperándonos para confortarnos y consolarnos es como una caricia para nuestra agitada alma. Su luz disipa toda oscuridad a nuestro alrededor y su calor vuelve a encender nuestra esperanza. Jesús es una invitación al refugio y el reposo para el alma agitada.
Anhelo sentarme y compartir un bocado de ese pescado y un poco de pan, de ese que es servido por la misma mano que milagrosamente los multiplicó para dar de comer a miles, que partió el pan en la última cena mientras declaraba que él era el “pan de vida”. Tengo hambre de alimentarme de su presencia, y de su palabra. Pez y pan: Provisión material y espiritual para fortalecer el espíritu y renovar las fuerzas debilitadas.
Si me dan a elegir, quisiera ser ese Pedro que no pudo contenerse arriba de la barca, y se tiró al agua para nadar hacia la orilla. Otra vez cautivado por Jesús, como aquella noche en que caminó sobre las aguas respondiendo a su invitación. Su mirada en el rostro de Cristo había producido ese milagro de fe. Pero ahora su espíritu anhelante de perdón y de restauración, volvió a ganarle a la seguridad de una barca para ir en busca de su Maestro.
Pedro tenía una espina clavada en su corazón. No había vuelto a conversar con su Señor desde aquel lamentable suceso en el patio del templo. Sus ojos se cruzaron con los de Jesús luego de su último: “No lo conozco”, y esa mirada demoledora lo había derrumbado. Estaba quebrantado, se había chocado con la miseria de su humanidad y había perdido toda confianza en sí mismo. Este nuevo encuentro era la ocasión que tanto había esperado para intentar dar una explicación al Maestro de su conducta. Pero no hizo falta que buscara sacar el tema porque el propio Jesús tomó la iniciativa y se acercó para hablarle. Pedro no pudo balbucear una palabra, todo su cuerpo temblaba ¿cómo justificar semejante acto de cobardía? Pero Jesús fue simple y directo: “Pedro, ¿me amas?”. Tres veces le preguntó, una por cada negación. Tres veces le renovó la confianza y volvió a alentarlo para que no dudara de su amor, y se volcara a cuidar a sus ovejas ¡Su palabra sana y restaura!

Amigo, cuando hayas pasado una noche de crisis, cuando necesites recuperar tus fuerzas y tomar otra vez la iniciativa, dirígete a la orilla una vez más y tendrás un nuevo encuentro con Jesús. “Vengan a mí, y yo les daré descanso”, nos prometió. El se tomará su tiempo para confortarte, animarte, darte de comer, y renovar tu llamado.

En aquella oportunidad los discípulos estaban tan desalentados que ni siquiera reconocieron su presencia. Pero al escuchar la voz del Maestro un rayo de luz cruzó sus pensamientos y de pronto regresó la fe, el aliento, la confianza, y el ánimo perdidos. Cuando te encuentres abatido y desorientado, busca oír su voz serena, firme, consoladora, como la del pastor que guía a sus ovejas en medio de la tormenta.
Durante la conversación entre Jesús y Pedro no hubo reproches por su falla, tampoco lo habrá para ti. Si has cedido a la tentación, si finalmente has comprobado que no eres imbatible, y te sientes quebrado, incapaz de mirar a Cristo a los ojos permítele que se acerque para sanarte. El se tomará un tiempo para estar a solas contigo. Te mirará a los ojos, te hará preguntas, y creerá lo que le dices, aunque no tengas idea de como sostener tus palabras. Porque el amor todo lo cree y porque él mismo saldrá te sostendrá en integridad ¡El cree en ti! 
¡Ánimo! Recuerda que siempre amanece, y cada vez que lo necesites, puedes dirigirte a la orilla para tener un encuentro con Jesús. El quiere servirte, amarte, y enseñarte a confiar en su palabra.

“¡Oh, si conociéramos al Señor! Esforcémonos por conocerlo.
Él nos responderá y vendrá tan cierto como viene el amanecer” (Oseas 6:3)



jueves, 11 de julio de 2013

Cuida tu pozo

Tiempo atrás el Espíritu Santo me susurró al oído: ¿Cómo está tu pozo?  Fue entonces cuando puse más atención a mis palabras, a mis pensamientos y a lo que brotaba de mi corazón ¡Y me asusté! Ese manantial de vida, esa abundancia del Espíritu que Dios había instalado en mi interior y que tantas veces había saciado mi sed y bendecido a otros, ya no fluía como antes. Su advertencia llegó a tiempo y me puse a trabajar para que el agua volviera a correr en su plenitud.
Jesús le dijo a la mujer junto al pozo de Sicar: “El agua que yo le daré será una fuente” Después, en el gran día de la fiesta, se dirigió a la multitud, diciendo: “El que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva”. Fuente y ríos son dos términos que recalcan el al­cance de la obra poderosa del Espíritu Santo, la medida en que se recibe y la medida en que se da. Se recibe el Espíritu ilimitadamente.
Dios no quiere que seamos cristianos que solo tengamos un odre o un cántaro de agua, sino que seamos pozos de agua, es decir, que estemos llenos del Espíritu.
De nuestro interior, el Espíritu Santo quiere fluir como un in­menso río y no como arroyuelo. En el Antiguo Testa­mento, el Salmista dice: “Tomaré la copa de salvación, e invocaré el nombre de Jehová” (Salmos 116:13). Una copa es pequeña y es poco lo que le puede caber. El pro­feta Isaías, por su parte, exclama: “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación” (Isaías 12:3). El Señor Jesús, sin em­bargo, declara que el agua que El ofrece será como una fuente que salte para vida eterna ¡Profundas vertientes abastecen a una fuente y jamás se seca! Después el Maestro, asegura que el que en él cree, de su interior correrán ríos. Hay un maravilloso progreso, de una copa a un pozo, de allí a una fuente y, por último, de la fuente a un río. Esta es la inmensidad, la plenitud del don de Dios.
¡El Espíritu Santo ha provisto un pozo de avivamiento en nuestro interior! Una fuente de vida, de poder, de amor, de sabiduría, de libertad, de gozo y de abundancia. Pero el secreto para que fluya es cuidar ese pozo como nuestro mayor tesoro.
Génesis 26 nos enseña una gran lección. Abraham había abierto varios pozos de agua en su recorrido por el desierto. Pero cuando murió, los filisteos vinieron, y por envidia los taparon. Isaac no supo cuidar los pozos y con el tiempo tuvo el doble trabajo de volver a destaparlos y cavar otros. Cuidar un pozo no era poca cosa. Por causa de los enemigos los dueños de los pozos vivían en vigilias constantes, cada seis horas se turnaban un guardia o dos o tres, para que nadie tapara el pozo. Pero en el caso de Isaac, no supo cuidar los pozos que heredó de su padre. El objetivo de Satanás es que tu pozo no fluya más y usará cualquier cosa para contaminar tus aguas y tapar tu manantial.
¿Qué arruina un pozo de vida espiritual? La incredulidad. “El que cree en mí,”, dijo Jesús, pero la falta de fe, la duda, la queja no hace más que echarle tierra al pozo ¡Créele a Dios! Y el río seguirá fluyendo. El descuido de la vida espiritual, la falta de oración, la inconstancia en la comunión van permitiendo que el diablo siga tirando piedras en el pozo. ¡Despiértate y vigila tu pozo! Porque el diablo hará lo que hacían los filisteos: tirar animales muertos en los pozos para contaminar el agua.
La falta de servicio, el desinterés por dar lo que recibes hace que el agua deje de fluir, se estanque y se pudra ¡Sirve! La vida del Espíritu tiene un ritmo, se recibe y se da. Si se recibe más de lo que se da, llega el momento en que se limita al Espíritu. Para que se caracterice por su frescu­ra, es preciso que el Espíritu Santo tenga libertad, que fluya incesantemente.
Cuando permitimos que el rencor y el enojo echen raíz en nuestro corazón, y el gozo se transforma en una mueca vacía, las aguas se vuelven amargas. Si tu pozo se ha transformado en disputa y enemistad, como los pozos de Isaac, libérate y cava otro pozo. Deja atrás la contienda, perdona, bendice, libérate y volverás a beber aguas limpias.
Si tu pozo está descuidado ¡Comienza a trabajar ya! Vuelve a buscar a Dios en oración, porque a todos los que le buscan, dice el Salmo 36:7:“Les permites beber del río de tus delicias. Pues tu eres la fuente de vida”. Vuelve a la Palabra que es “manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte”.
Apártate del pecado y sumérgete en sus aguas purificadoras, porque a través de Zacarías Dios promete que brotará “una fuente que los limpiará de todos sus pecados e impurezas”. Busca la sanidad de tus heridas haciendo que tus aguas entren al mar del amor de Dios porque entonces “recibirán sanidad las aguas”.
Escucha la voz del Amado, quien se dirigió a sus discípulos diciendo: “Les he dicho estas cosas para que se llenen de mi gozo; así es, desbordarán de gozo” (Juan 15:11) ¡Sí! Jesús quiere llenarnos de su gozo, y que esa alegría desborde para bendecir a los que están a nuestro alrededor. Cierra la fuente de la amargura y abre la fuente del gozo. Recuerda que del trono de Dios y del Cordero fluye un río de agua de vida, transparente como el cristal. Y el árbol de la vida que crece a su lado produce una cosecha de fruto para cada mes. Si vuelves a creer, verás mucho fruto pronto, porque tenemos un Dios de abundancia.
Quiero invitarte a que me acompañes a beber de su fuente, porque el Dador invita: “Todos los que tengan sed, vengan. Todo aquél que quiera, beba gratuitamente del agua de vida”.


jueves, 4 de julio de 2013

Instrumentos en sus manos


En estos días me acuerdo mucho de José, el instrumento que Dios escogió para servir al Mesías. Las sorprendentes palabras de su prometida dejaron a aquél joven en un estado de conmoción. Conocía a María, y la amaba profundamente. Sabía que ella era una mujer íntegra y no mentiría, pero la noticia de ese embarazo del cual era ajeno, y la explicación aún más extraña que escuchó de su boca, lo dejaron desconcertado y preguntándose como resolver el dilema ¿Le hacía caso a sus convicciones o a sus emociones? José era un hombre justo, y se sentía con el deber de obedecer la ley de Dios. Pero ero significaría denunciar a su amada, lo cual la llevaría a una sentencia de muerte. Por otro lado, no quería humillarla pero seguir adelante en esas condiciones era inaceptable. Con una mezcla de dolor y de desilusión, se propuso mantener el secreto y dejar a su prometida, aunque el amor hacia ella le producía una gran angustia.
La noche de aquella decisión tormentosa fue interrumpida por la visita de un ángel que le habló en sueños. -¡José, hijo de David! Lo llamó y las palabras del ángel, como rayos de luz, fueron penetrando en la oscuridad de su alma hasta liberarla de tal turbación: -No temas en recibir a María, le dijo. El niño es engendrado por el Espíritu Santo. Se llamará Jesús. Salvará al pueblo de sus pecados, nos cuenta Mateo 1:21.
La noticia del ángel del Señor fue tan contundente, tan poderosa que transformó para siempre su vida. Sería protagonista de un hecho profetizado y esperado por todo Israel. Lejos de asustarse, la visión desató en aquél joven fe y determinación a dejarse usar como un instrumento en las manos del Señor. Había dejado de ser un simple carpintero anónimo para ser el padre adoptivo del Salvador.
Pero amigo, entra por un momento en los zapatos de José. ¿Qué hubiera pasado si se habría dejado llevar por el legalismo religioso?, ¿O si se hubiera dejado tentar por el diablo para proponerle a María que abortara?, ¿O simplemente desechara la voz el ángel y abandonara a su prometida?
Pero José tomó las decisiones correctas, y su ejemplo nos enseña tanto. Fue prudente al recibir la noticia del embarazo. No se dejó llevar por las emociones ni la desesperación. Esperó como quien espera que Dios dé una señal. Y cuando escuchó al ángel, creyó y respondió rápidamente, sin demora ni discusiones inútiles. María necesitaba todo su apoyo, y el Espíritu Santo contaba con su cuidado y sensibilidad para mantener a salvo al niño.
Todos los sucesos que se desencadenarían luego, demandaban que aquel hombre tuviera fuertes convicciones, fuera valiente, humilde y muy obediente a las señales que recibiera de parte de Dios. José estaría en el centro de una guerra espiritual desatada por el diablo para destruir a Jesús.
Él debió viajar a Nazareth para ser empadronado cuando el estado de gravidez de María ya era avanzado, con el peligro que esto significaba para su salud. Tuvo que tomar decisiones difíciles cuando el alumbramiento se avecinaba y no encontraba lugar donde hospedarse. Fue el improvisado partero de su mujer, cuando María dio a luz, en un instante donde todo el cielo contemplaba expectante esa escena iluminada por una estrella creada para esa ocasión.
José cumplió con lo que le mandaba Dios y a los ocho días, subió a Jerusalén para presentarlo ante el Señor. De regreso fue otra vez visitado por un ángel del Señor quien le mandó levantarse y huir porque el rey Herodes buscaría destruir al niño. “Y esa misma noche, José salió para Egipto con el niño y con María, su madre” - ¿Qué ocurre José? ¿Por qué la prisa? Habrá preguntado María. Pero su esposo conocía la voz del ángel y sabía que debía obedecerla. Otra vez a levantar campamento, otra vez a caminar por varios días a través del desierto hacia aquella nación extraña.
La Biblia no nos dice cuánto tiempo vivieron en Egipto, sólo que duró hasta que murió Herodes. Pero la noticia no la leyó en un diario ni la vio por televisión. Otra vez el ángel mensajero apareció en sueños diciéndole: “Levántate, toma al niño y a su madre, y vuelve a la tierra de Israel porque han muerto los que procuraban  la muerte del niño”, continúa diciendo Mateo 2:20  ¡Otra vez a viajar! Cuidar a aquella esperanza llamada Jesús significaba velar en todo tiempo ¿te suena conocido?
José regresó a su tierra, pero otra vez fue avisado por revelación en sueños y en lugar de ir Judea, se estableció en Nazareth. Lucas nos cuenta que todos los años José y María llevaban a Jesús a Jerusalén para la fiesta de la pascua, mientras el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él.
Si hoy me encontrara con José le diría: -¡Gracias José! Fuiste un gran padre, y también un gran hombre de Dios.
Así debemos ser los siervos del Señor: Estar dispuestos en el momento que Dios nos necesita, permitirle que cambie nuestros planes, ser instrumentos rendidos en las manos del Señor aunque nos signifique pasar por días de zozobra y de angustia. Tenemos que ser fieles en lo poco, y cuando hayamos cumplido con lo que Dios nos encomendó tener la humildad de menguar, sabiendo que nuestro tiempo ha concluido.
¡Dios, levanta muchos José, hijos de David, en esta generación!  


Fortaleza

¡Necesitamos la fortaleza del Señor! Porque es natural que todos los que se esfuerzan se cansen. El guerrero se cansa en la batalla, el atleta se cansa en la carrera, el agricultor se cansa durante la siembra y la cosecha. Todo trabajador que lleva adelante una tarea pesada se cansa. Sólo los que están siempre sentados, y no asumen trabajan nunca se cansan, pero los trabajadores que se esfuerzan, necesitan renovar sus fuerzas.
Cuando los discípulos que habían sido enviados por Jesús a predicar el reino de Dios regresaron luego de haber predicado, sanado a los enfermos y libertados a los oprimidos, y se lo contaron Jesús les dijo: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco” (Marcos 6:31)
Las responsabilidades, las tensiones, los desafíos, las batallas diarias nos van quitando la frescura y el vigor. Comenzamos las cosas con entusiasmo y mucho empuje, pero a medida que transcurre el tiempo, y vemos que es más difícil hacerlo que decirlo, mientras surgen dificultades inesperadas, vamos perdiendo fuerza.
Alguno puede pensar que sólo le ocurre a él, que otros tienen más fe, otros parecen incansables. Los miran con una cierta envidia, porque parecen que tuvieran más fuerzas. Pero tienes que saber que todos nos cansamos. Porque somos hombres débiles.
 “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10) Cuando Pablo nos manda a fortalecernos, no dice: Arréglenselas con sus propias fuerzas, sino, busquen fuerzas del Señor. Él tiene recursos y poder inagotable para quienes le buscan. Por algo Jesús dijo: Vengan a mí todos los que estén cansados ¿Por qué? Porque yo les daré descanso.
Dios no abandona a sus hijos cuando más lo necesitan. Al contrario, se manifiesta en los momentos más difíciles para sostenerlos en la fe y en los desafíos que están sosteniendo.
Frente a la empresa que tenía por delante, Josué estaba un poco asustado. Pero Dios le visitó y le animó a esforzarse y ser valiente “porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9)
Ante la persecución a muerte que llevaba contra él el rey Saúl, David también estaba cansado y desanimado, pero nos dice la Biblia que “se levantó Jonatán hijo de Saúl y vino a David a Hores, y fortaleció su mano en Dios (1° Sa. 23:15)
Dios envía provisión para cada uno, conforme a su necesidad ¡Hay una porción de gracia para cada uno de nosotros! Aún nos envía ángeles ministradores que vienen a asistirnos. Daniel estaba agotado de batallar en ayuno y oración por tres semanas. Entonces se le presentó un ángel. Daniel estaba postrado en tierra. Él mismo nos cuenta que: “al instante me faltó la fuerza, y no me quedó aliento. Y aquel que tenía semejanza de hombre me tocó otra vez, y me fortaleció, y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré las fuerzas, y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido” (Daniel 10:17)
¡Cuando el ángel del Señor nos toca somos fortalecidos para levantarnos de la tierra y volver a ponernos a disposición de Dios!
Cuando llevó el momento de enfrentarse con su muerte, Jesús se dobló, pero no se quebró. Aquella noche en el monte de los Olivos “oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle” (Lucas 22:41)
Otra vez los ángeles de Dios se presentan para darnos fuerza para seguir adelante.
Como iglesia del Señor Dios quiere que nos atrevamos a creer a sus desafíos, que nos pongamos a trabajar con entusiasmo y que completemos lo que comenzamos sin dejar las cosas por la mitad.
Recordemos lo que dijo aquél gigante de la fe llamado Hudson Taylor, llamado a misionar a la China sin ningún tipo de apoyo material: El trabajo de Dios, realizado como Dios lo quiere, nunca carecerá de las provisiones de Dios.
¡Levántate, fortalece tus manos, mantente firme en la batalla, recupera la iniciativa porque Dios está contigo!


Testigos

Estamos atravesando los cincuenta días después de Semana Santa y es el tiempo de la fiesta del Pentecostés. Son días para pedirle al Espíritu que se derrame sobre nosotros como ocurrió aquél Pentecostés en el Aposento Alto con los primeros seguidores de Jesús. Él les había prometido a sus discípulos que recibirían poder cuando descendiera sobre ellos el Espíritu Santo, y le serían testigos ¡La promesa de poder en el Espíritu es para servir y para ministrar! La intención de Cristo fue que cada hijo de Dios proclamara el mensaje y supliera las necesidades del mundo con el poder del Espíritu Santo. La iglesia tiene que tomar conciencia de que la llenura del Espíritu Santo es esencialmente para que el reino de Dios se extienda.
No podemos brillar, ni ser testigos de un Cristo resucitado, ni vencer al pecado y a las tinieblas sin el poder del Espíritu. Recordemos que estamos en guerra con Satanás y tenemos una lucha con potestades a la que tenemos que enfrentar revestidos de poder.
Recibir el poder y ser testigos, son dos verdades que van de la mano. No sirve de nada el poder del Espíritu si no salimos a ser testigos de Cristo. Y tampoco seremos eficaces, intentando ser testigos sin poder. No podemos ganar ninguna batalla con armas carnales. Pero si no tenemos la firme convicción de ser testigos y predicar el evangelio, no pidamos más poder. Porque la unción del Espíritu es para cumplir la misión que Dios nos ha encargado. Si Dios nos está avivando, la realidad es que nos está comprometiendo a salir a evangelizar.
¿Cuál es la diferencia entre avivamiento y evangelismo? Avivamiento es revivir algo que tuvo vida antes. No podemos revivir  algo que nunca tuvo vida. Pero evangelismo es dar nueva vida a aquellos que están “muertos en delitos y pecados”.  El avivamiento es para los cristianos; el evangelismo es para el mundo.
El lugar para el avivamiento es adentro del edificio de la iglesia. El lugar para el evangelismo es afuera del edificio. El mundo perdido ha tratado de decir algo a los cristianos desde hace mucho tiempo. “Su pastor podrá ser un gran predicador,  puede tener los mejores músicos y el mejor programa, pero no estoy interesado en entrar a su iglesia”.
Hay millones de personas necesitadas, desesperadas, solas, temerosas, sin amor, abandonadas que están maduras para la cosecha ¡Pero están esperando afuera del templo! Necesitan salvación, quieren perdón, buscan conocer a Cristo, tienen miedo de morir como están, anhelan tener una relación con Dios, pero muchas de ellas tal vez nunca lleguen a la iglesia.
Cuando vamos hacia ellas y les presentamos el evangelio, afuera donde están, alegremente aceptan a Cristo, y esas personas nos siguen a la iglesia. Saben que alguien se preocupó por ellas, que llegaron a ellos y les ayudaron a recibir a Cristo en su propio terreno. Ir a su realidad y hablarle de Cristo es decirle: “Tu vida me importa”. Todos los hombres quieren ser amados, quieren que alguien se preocupe por ellos.
El Espíritu está hablándonos en este tiempo. Él dice: Hacen falta odres nuevos para el vino nuevo que Dios quiere derramar sobre nosotros, para eso debemos profundizar en el conocimiento de la persona del Espíritu Santo, su obra, su poder y su relación con la iglesia.
Dios quiere hacer una obra nueva, más allá de las ideas preconcebidas y de las barreras mentales. Dios quiere derramar vino nuevo sobre su Iglesia, pero necesita de odres nuevos. Nuestra mentalidad, nuestra manera de vivir la fe, nuestro corazón debe ser renovado. Es necesario que se remuevan estructuras, valores y prácticas que no sirven para el nuevo tiempo que Dios está trayendo a nuestra sobre la iglesia.
El mundo que nos toca redimir es cada día más complejo, y las tinieblas son cada día más intensas. Pero cuando abundó el pecado sobreabundó la gracia. Y los hijos de luz tenemos poder sobre las tinieblas. Tenemos que fortalecer nuestra fe, renovar nuestra visión y levantar un ejército de hombres y mujeres militantes, capaces de dar sus vidas por la causa del Reino.
Necesitamos una iglesia que esté sentada en los lugares celestiales con Cristo. Una iglesia llena de amor y de luz, una iglesia militante, una iglesia radical con el pecado, una iglesia llena del poder y del fuego del Espíritu que extienda las fronteras del Reino de Dios y las puertas del infierno no la puedan detener.
Vamos a pedirle al Espíritu Santo que vuelva a encender nuestras vidas y congregaciones con el fuego del Pentecostés.



Gobierno

Cuando un pueblo es elegido para un destino, tiene que prepararse para cumplirlo. Cuando fue creado con un propósito tiene que caminar hacia ese él con la seguridad de que trascenderá sobre otros y se extenderá por generaciones. Pero cuando hablamos del pueblo de Dios, el pueblo creado y destinado a expresar su gloria entonces avanzar hacia ese objetivo se transforma en un imperativo, sobre todo en estos días, los días más dramáticos de la historia de la humanidad. En primer lugar, se nos tiene que revelar que somos un pueblo creado para Dios “Este pueblo he creado para mí, mis alabanzas publicará”, dijo Dios. Somos el pueblo de su heredad, su herencia, su orgullo, su especial tesoro. ¿Para qué?  Para establecer su Reino y gobernar sobre todo lo creado. “Yo os asigno un reino…”, “A mi Padre le ha placido daros el reino”, dijo Jesús ¿Lo puedes ver? A través de Cristo se nos ha entregado un reino para reinar, Él es nuestro redentor real, el primogénito de una familia con destino de realeza.
Si volvemos a los días de la creación podemos ver a Dios formando al hombre a su imagen y semejanza para que señoreara y gobernara como los reyes de la creación. “Llenad la tierra y señoread” les mando,  en otras palabras: “llenen el mundo y gobiérnenlo”, les mandó. Es decir, Adán y Eva fueron creados con un destino de realeza, con capacidades de gobierno y responsabilidades de reyes. Dios tenía un plan para una familia real.
A través del antiguo pacto, Dios buscó recuperar ese destino con Israel cuando le prometió que si le obedecía pondría a esa nación “por cabeza, y no por cola” y estaría “encima solamente, y no estarás debajo” (Deut.28:13)
Cuando Cristo es anunciado en la tierra Satanás desata una guerra espiritual para destruir el propósito de Dios. Lo hace por la fuerza matando a todos los niños de menos de dos años en el lugar de nacimiento de Jesús. Lo hace por la tentación a comienzos de su ministerio en el desierto. Satanás esperaba que Jesús actuara como Adán y Eva, según su propio interés egoísta y desafía la fuente de su autoridad “Si eres hijo de Dios...” (Mt. 4:3). En la última tentación se enfrenta con la cuestión de la autoridad.  “Allí le mostró todos los reinos del mundo y su gloria. Y le dijo: todas estas cosas te daré si postrado me adorares” (Mt. 4:8) El diablo se los puede mostrar porque en ese momento tenía el dominio sobre ellos.
Recuerda siempre que, aquello que adoramos se convierte en nuestra autoridad.  Su tentación fue real porque todavía Satanás tenía esa autoridad. Pero al morir y resucitar Cristo recupera todo el poder y autoridad. Por eso pudo decir “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra”. La palabra “poder” significa gobernar, adquirir autoridad y tener dominio.
A través de su muerte Jesús destronó al diablo y le arrebató su poder de muerte. Los discípulos de Cristo tenemos dominio sobre el diablo. Jesús no sólo tiene todo el poder sino que también lo ha dado a sus discípulos. “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lc. 10:19)
En la redención Cristo restaura la condición del hombre y se recupera todo lo que había perdido. A través del nuevo nacimiento tú y yo no sólo hemos sido perdonados y salvos de la perdición eterna, sino que también recuperamos nuestra comunión con Dios, nuestra imagen y semejanza del Dios que nos creó y se nos ha devuelto nuestro sentido de realeza y gobierno
¡Tienes que saber que la palabra más importante en la Biblia no es salvación sino gobierno!
Por eso dijo Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado”. Los días del reino de las tinieblas estaban contados. La autoridad y el gobierno de toda la creación robada por Satanás en el Edén, volvía a manos de  los hijos de Dios.
¡Sí! En Cristo nos reencontramos con el propósito de nuestra vida: Ejercer el señorío y el gobierno sobre todas las cosas conforme al sueño original de Dios.
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1º Pedro 2:9) ¡Hemos sido escogidos por Dios para ministrar y para gobernar!
Pablo le explica a los efesios esta verdad a lo largo del capítulo 2 y termina confirmando nuestra nueva posición. Antes estábamos muertos y éramos esclavos. Pero en Cristo recuperamos nuestro destino porque “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:6) Estamos sentados en los lugares celestiales y nadie puede gobernar desde abajo. Gobernamos desde los lugares celestiales, reinando junto con Cristo.
Todos los cristianos hemos comprendido dos grandes verdades declaradas en Apocalipsis 1:5  que dice: Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. El diablo no tiene problema con esto, sabe que no puede hacer nada frente al amor y la sangre de Cristo, pero ha buscado por todos los medios que la Iglesia ignorara una realidad  que lo colocaría en una posición de derrota total y llevaría a la iglesia a un liderazgo sobre las naciones que cambiaría el curso de la historia. ¿Cuál verdad? La que Juan declara a continuación: ¡“Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre”! (Apoc.1:6)
Hemos nacido para ser reyes pero el diablo nos ha sumido en ignorancia para poder controlarnos. ¡Somos gente de reino, nacidos para gobernar! Fuimos capacitados para ejercer dominio y autoridad. Para estar adelante y no atrás. Para pensar y mandar, no para responder a los caprichos de otros. Hemos sido reyes ignorantes, pero ahora nosotros vamos a comenzar a ejercer nuestro gobierno.


Haciendo camino

Dios quiere manifestarse entre nosotros como no lo ha hecho nunca hasta ahora. El se ha propuesto revelarse de una forma nueva, más poderosa y más gloriosa que lo que ha sido a lo largo de la historia de su relación con los hombres. Preparémonos porque cosas “que ojo no vio ni oído oyó” son las que ha preparado para estos días. Y lo hará, no porque seamos sus mejores hijos, o porque nos ame más que a otros, sino porque es necesario que la Iglesia de estos días brille más que nunca y manifieste Su poder para preparar el camino para la venida del Señor Jesús.
Aunque miramos con cierta envidia a aquellos primeros cristianos, tenemos que saber que la gloria postrera será mayor, por lo que nosotros seremos testigos de manifestaciones que nunca se han registrado. Todavía sigue vigente la promesa de Jesús: “Ustedes harán mayores cosas de las que yo he hecho”.
De manera que estamos esperando un avivamiento sin precedentes en su extensión, su duración, y sus resultados. Toda la tierra será llena del conocimiento de su gloria y como dijo Isaías 40:5: “Se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá”.
Dios lo hará porque lo ha determinado, pero debemos recordar que toda manifestación de Dios y todo avivamiento en la historia de la iglesia fueron precedidos por un pueblo que se santificó, que se humilló, que se arrepintió de sus pecados y que lo buscó con pasión.
Así como no hay salvación sin cruz, la santificación siempre nos llevará a la manifestación de Dios, porque Dios habita en medio de la santidad de su pueblo.
Josué escuchó claramente la voz de Dios y así la transmitió a Israel: “Santificaos porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros” (Josué 3:5) Sin santidad no habría victoria frente a los pueblos que habitaban Canaán, ni habría tierra por posesión. De esta manera, cuando todo Israel guardó con temor y temblor los mandamientos de Dios, vio caer a los muros de Jericó y muchos reyes temblaron hasta desmayar delante de ellos. Pero también todo Israel fue humillado cuando dejaron que la avaricia y la mentira se apoderaran de algunos de ellos.
La nube de Dios llenó el tabernáculo de Moisés luego de que Aarón y los sacerdotes se santificaran y ofrecieran sacrificios.
David pagó las consecuencias de intentar llevar el arca de Jehová de una manera equivocada a Jerusalén, pero luego de aprender la lección, las condiciones nos quedaron escritas para nosotros en 1° Crónicas 15:11: “Vosotros que sois los principales padres de las familias de los levitas, santificaos, vosotros y vuestros hermanos, y pasad el arca de Jehová Dios de Israel al lugar que le he preparado”.
 Nos dice el libro de Hebreos que, sin santidad, nadie verá a Dios. Y si la iglesia no ve a Dios, pierde la brújula. De la misma manera como Israel no hubiera podido sobrevivir en el desierto sin la nube de gloria de Dios, tampoco nosotros tendríamos ninguna oportunidad de existencia si camináramos a ciegas, sin ver a Dios.
Abraham se sostuvo en su recorrido hacia la tierra de su heredad “como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27). Si no lo hubiera podido ver habría quedado a mitad de camino.
Nosotros también necesitamos ver al Invisible para sostenernos hacia las promesas de Dios. Ver a Dios es la garantía para no transformarnos en una pieza de museo ni en una iglesia como aquella de Laodicea, a la cual el ángel definió como “desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda” (Apocalipsis 3:17) Ese ángel también le aconsejó que comprara oro refinado en fuego, para que sea rica, y vestiduras blancas, y que ungiera sus ojos con colirio para que “veas”.
Juan el Bautista fue el hombre elegido por Dios para llamar a Israel al arrepentimiento y la santificación antes de que Jesucristo se manifestara entre los hombres.
Nos cuenta Lucas 3:3 que proclamaba: “Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas. Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado; los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos allanados; y verá toda carne la salvación de Dios”.
Juan el Bautista, un profeta poderoso, a quien se lo compara con Elías, era un hombre al que el propio rey Herodes admitía que era justo y santo. Valiente como pocos, no temía decir la verdad y hablaba con la autoridad del que no tiene nada que ocultar. Juan tenía un ardiente celo por Dios y llamaba a los hombres al arrepentimiento. Y cuando llegó el tiempo, Jesucristo se presentó en escena.
Dios está activando el espíritu de Juan el Bautista sobre nosotros, su pueblo. Un espíritu profético con la autoridad para reprender la inmoralidad, para denunciar el pecado y para llamar a los hombres al arrepentimiento. Esto es preparar el camino en estos días: como en los días de Noé, avisar a los hombres que el día del juicio se acerca, que Cristo viene pronto y que deben arrepentirse. Y entonces su gloria se manifestará sobre toda carne.
Pero para eso, para ver la gloria de Dios manifestada en medio de nosotros, debemos comenzar por santificarnos y arrepentirnos de nuestros pecados.
¡Vamos derrotar al diablo en la tentación del desierto, vamos a santificarnos por la palabra, vamos a permitirle al Espíritu que nos purifique y nos unja con aceite santo para ser instrumentos poderosos que preparen el camino para la venida del Señor!


Mi amigo

Si deseas que la unción del Espíritu que estaba en Jesucristo aquí en la tierra llegue a ser evidente en tu vida, comienza con un entendimiento de quien es, como opera, y como puedes entrar en su comunión. Vamos a pedirle que queremos conocerlo, ser su amigo, y él se revelará personalmente.
¿Cómo es el Espíritu Santo? Tiene la capacidad de sentir las emociones humanas: dolor, aflicción, angustia. Él puede sentir, percibir y responder. Tiene la habilidad de amar y de odiar. Él habla y tiene su propia voluntad. El Espíritu Santo es tan sensible que aún la más ligera herida le causa dolor.  
Es santo. Odia el pecado, nos redarguye por él, nos hace sentir mal, y nos ayuda limpiar el corazón. Por eso nos da la voluntad, la fortaleza y el deseo de obedecer a Dios. Sin él es imposible alcanzar victoria sobre nuestra humanidad.
“El Espíritu Santo os guiará. Él os consolará, os aconsejará y os recordará las cosas que yo os he dicho. Él hablará de mí”, dijo Jesús. Es el maestro de la Biblia, pero también el Espíritu nunca se ensalza a sí mismo. El enaltece a Jesús. El dará honor al Señor y no respaldará a los que están ensalzándose a sí mismos.
Él es tu ayudador. Tu asistente para ayudarte a recibir la vida, las fuerzas, la sanidad o la liberación que necesitas, pero tienes que saber que él no es un siervo, él está al control.
El Espíritu está profundamente interesado en la gente. Ama y tiene compasión por los que sufren, de la misma manera como Cristo veía a las personas, como ovejas que no tenían pastor, él les muestra que son pecadores y que deben arrepentirse de sus pecados. Si estás lleno del Espíritu, también estarás lleno de compasión por los perdidos.
De las tres personas de la Trinidad el Espíritu santo es quien se comunica con nosotros. Él es quien comunica el cielo en tu corazón. Él es la voz de Dios para ti. Él toma la voz del Padre y la del Hijo y las hace suaves, amables y perfectamente claras.
La tarea del Espíritu Santo es traer el mandamiento del Padre y la ejecución del Hijo. Dios el Padre es el que da el mandamiento, el Hijo ejecuta el mandamiento del Padre, y el Espíritu Santo tiene el poder de cumplirlo. El Espíritu es el canal, el contacto entre el Padre y el Hijo. El Padre es como el sol completo, Jesús es la luz, y el Espíritu Santo es el calor que tú sientes.
¿Cómo eres guiado por el Espíritu? En primer lugar buscando afinar tú oído para oírle Tienes que familiarizarte con su voz en medio de todas las voces. Tienes que reconocerla y obedecerla. Para reconocer la voz de alguien en una multitud debes invertir tiempo en estar con él. El Espíritu no es sólo la voz que oyes, es el poder fuerte que sientes. Cuando el Espíritu respalda tu decisión, sientes el impulso interior de sobreponerte a cualquier adversidad. Es como una energía sobrenatural, es el poder del Espíritu para respaldar nuestras iniciativas.
Sólo puedes ser guiado si eres lleno de él, así como lo era Jesucristo. Pero para que seas lleno del Espíritu, es esencial que estés rendido a él completamente, y te vacíes  de ti mismo.
¿Qué es vaciarse? Es negarnos a nosotros mismos y tomar la cruz. Es reconocernos incapaces fuera de él, es negarse a nuestros propios deseos y reconocernos sin ningún tipo de recurso fuera de él.
Cada día cuando te presentas a él, y le pides que te llene, él te vuelve a llenar, y de esta manera te sentirás fresco como una flor en el sol de la mañana.
Vivir en el Espíritu es negarse a uno mismo, morir a nuestra carne, dejar de ser esclavo de nuestras pasiones, y obedecer a la Palabra. Romanos 8 describe este proceso por el que somos libres para vivir en el Espíritu. Y Gálatas 5:22 nos dice que “el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza”.
En cada acto de nuestra vida, elegir perdonar, es tomar la iniciativa para amar, es creerle a Dios y no a las circunstancias, es decir siempre la verdad aunque duela.
Andar en el Espíritu es tener tal comunión e intimidad con su persona que, cuando el Espíritu te dice: “Ora”, eso haces. Cuando te dice: “Predica”, eso haces. Es sentirlo dentro tuyo estando al mando de tu voluntad, indicándote que, cuándo y cómo debes hacer cada cosa. El Espíritu te respaldará con palabra de ciencia y de conocimiento, con el don de fe y de milagros para conducirte a testificar, a servir al Señor con tu vida.
Gálatas 5:26 agrega: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”
Orar en el Espíritu es rendirnos como vasijas para que el Espíritu nos lleve a interceder lo que él quiere que oremos, y no lo que nos parezca a nosotros.
Romanos 8:26 nos dice que “El Espíritu  nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”.


Si le buscas


Hambre, eso es lo que el Espíritu Santo está desatando en mi vida. Hambre por más de Dios, por conocerle y ver su gloria. Hambre por su presencia manifestándose en medio nuestro. Hambre por ver una iglesia que busque el rostro de Dios como nunca antes. Hambre por ver el reino de Dios llegando a todos los rincones de mi ciudad. Hambre por ver fuego,  arrepentimiento, clamor, liberación y genuina adoración en medio nuestro.  Sueño con hogares donde se levantan altares de oración, con comunidades donde las vigilias de intercesión sean pobladas de hombres desesperados por Dios, con adoradores  que levantan sus manos para amarle en los trabajos, los colegios y en las plazas. Sueño con una ciudad que, al igual que Nínive cuando escuchó la advertencia a través del profeta Jonás, se llamó al arrepentimiento y a buscar el perdón de Dios ¡Quiero ver los cielos abiertos sobre Buenos Aires y sobre toda la Argentina!
Dios nos provoca y nos desafía: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado”. ¿Cuál debe ser primer acción para que su gloria se manifieste en medio nuestro y veamos un avivamiento que transforme esta sociedad? Una iglesia humillada, arrepentida de sus pecados, quebrantada a los pies de su Dios, despojándose de toda vanagloria, de todo humanismo, y de glorias personales para volver a buscar su salvación.
“Y oraren, y buscaren mi rostro”. Creemos que sabemos todo lo que hay que saber acerca de la oración. Decimos que entendemos la oración, las recitamos y aún podemos  prevalecer en ella. Pero me pregunto ¿Cuánto entendemos completamente la orden de “buscar su rostro”? ¡Debemos buscar su rostro, no sus manos! El corazón de Dios es
conquistado por aquellos que lo buscan para adorarlo en Espíritu y verdad. Si su iglesia levanta adoración y manos santas, conocerá la gloria de Dios.
“Entonces  yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. Esta sociedad necesita sanidad, está enferma de egoísmos, de enfrentamientos, de hechicería, de maldiciones, de injusticia y de dolor. Pero la iglesia debe despertarse de su letargo, sacudirse el polvo y levantarse con la autoridad del Reino.
Ministros del Señor, agobiados por la carga que llevamos, luchados por las demandas y presiones a la que somos sometidos, cargando con frustraciones y cansancio ¡Volvamos a los pies de aquél que nos invitó a buscarle! Jesús dijo:” Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32) Nos hemos concentrado en “atraer” pero no en “levantar”. Y por eso no vemos resultados a pesar de nuestro esfuerzo. Intentamos atraer a los hombres, pensando que ese es nuestro trabajo. Y lo que logramos es multitudes, pero ¿y Su presencia?
Debemos aprender cómo atraer a Dios para que habite en la iglesia de tal manera que Él pueda  manifestar su gloria libremente. Cuando eso suceda, no tendremos que preocuparnos por atraer a las personas. Dios lo hará por sí mismo. Volvamos a humillarnos y buscar su rostro. Volvamos a la adoración, corramos a sus pies a derramar nuestro perfume, volvamos al primer amor que hemos perdido corriendo a atrás de metas, programas y obras muertas que no dan ningún fruto. Queremos fuego, pero no hay animal para sacrificio. Queremos fruto pero no hay dependencia. Queremos unción pero no hay muerte, y Dios sólo unge lo que ha muerto. Solo hombres muertos ven el rostro de Dios.
Aprendamos de Bartimeo, aquél ciego que clamó a viva voz para llamar la atención de Jesús cuando supo que estaba cerca, a pesar de los que lo querían acallar “¡Jesús, hijo de David! ¡Ten misericordia de mí!”,clamó. Y Jesús le escuchó. Después de todo, ¿no nos dice la Palabra: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado,  al corazón contrito y humillado, no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17)?
Jesús hubiera seguido de largo si Bartimeo no clamaba. Así como Jesús hubiera pasado de largo de sus discípulos, cuando estaba arriba de la barca en el mar de Galilea en la oscuridad de la noche, pero ellos clamaron a Él. Jesús hubiera seguido su camino dejando atrás a la mujer con la enfermedad incurable de flujo, si ella no hubiera corrido a tocar el borde de su manto con fe.
Dios quiere manifestarse a su iglesia, pero está esperando adoración quebrantada, humillada y purificada. Está esperando que nuestra hambre por su presencia sea tan grande que clamemos como desesperados por su salvación. Entonces Él abrirá la ventana de los cielos, irrumpirá en la tierra y hará morada en medio nuestro.
De gloria en gloria te veo;
cuanto más te conozco
quiero saber más de ti.
Mi Dios, cuan buen alfarero,
quebrántame, transfórmame,

moldéame a tu imagen, Señor.

Tiempo cumplido

Jesús dijo que el reino de Dios se había acercado, pero ¿Qué significa? Hablar del reino de Dios es hablar del gobierno de Dios sobre la tierra. Como creador y dueño de todas las cosas, Dios estableció su reinado desde el génesis de la creación. Nos dice Génesis 1:1 “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Aquí encontramos al soberano de todo el universo manifestando su poder creativo por medio de su palabra. Su preexistencia es el fundamento de su autoridad y reinado sobre todas las cosas. Él es antes de que todo fuera creado.
El plan original de Dios en la creación fue extender su reino celestial sobre la tierra. Su propósito fue gobernar sobre lo visible desde lo invisible, viviendo a través de los hombres como reyes de la creación. Los seres humanos fuimos creados para ejercer dominio sobre la tierra y todas sus criaturas. Dios estableció a Adán y Eva como una familia real, como un reino de hijos.
La desobediencia de aquella familia real trajo un caos con terribles consecuencia: El hombre perdió la autoridad y la realeza que tenía, y se la concedió a Satanás, y se transformó en un errante y extranjero en la tierra, sufriendo las consecuencias de su pecado ¡De ser rey de la creación pasó a ser esclavo!
El pecado le quitó a Adán tres características inherentes a su función. El hombre perdió dignidad real porque el pecado corrompió la dignidad puesta por Dios. Dilapidó su herencia real  porque perdió la posibilidad de heredar una eternidad con Dios. Y frustró su destino real porque perdió la semejanza y el señorío sobre todas las cosas.
Pero como hemos dicho, Dios se propuso recuperar el gobierno del mundo a través de un pueblo, formado a partir del llamado de otro hombre que fuese capaz de creerle y de reconocerle como rey de su vida. Ese varón fue Abraham, el prototipo de un hombre de reino. De sus lomos nació Israel, escogida para ser cabeza de naciones. El pueblo del Dios vivo. Después de la liberación milagrosa de Israel de Egipto, la relación entre Dios y los hijos de Israel fue pública y solemnemente ratificada en el Monte Sinaí.
Leemos en Éxodo 19:3-6: “Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”
Podemos considerar este punto de la historia como la inauguración formal de la mención del reino de Dios. Cada paso del proceso por el cual este anciano sin hijos, se convirtió en una nación, revela el propósito y el plan divino de restaurar el reino. Nunca antes se había formado una nación a partir de una promesa hecha realidad; ninguna nación gozaba de esta relación con Dios; ninguna poseía tal historia tan poderosa.  Para asegurar su propósito el Señor mismo se hizo Rey de ellos, en un gobierno teocrático caracterizado por la justicia, la paz y fidelidad de Dios.
Israel era un pueblo de reyes y de sacerdotes y era cabeza de naciones. Pero, una vez más, sus planes fueron postergados, por la rebelión de un pueblo, que pidió reyes humanos como el resto de los pueblos vecinos, y como había advertido Dios, finalmente cayó en la idolatría y en la esclavitud por sus pecados.
En los días de Jesús, Israel esperaba el Mesías liberador profetizado por siglos, en los días oscuros para este pueblo. Se esperaba un guerrero, un rey victorioso que liberara a Israel del yugo extranjero y devolviera su gloria al reino de Israel. Por eso, al principio, su mensaje era tan popular. Aún los religiosos que se enfrentaron a Jesús jamás lo acusaron por anunciar el reino, pues eso era lo que más ardientemente deseaban ellos mismos.  Pero Jesús no vino a establecer un reino físico, sino espiritual. Los milagros y las manifestaciones de poder de Jesús son las “señales” de un reino que era invisible, universal y eterno.
En su proclama ya no ocupa un papel relevante los privilegios de Israel sino toda la humanidad. Su proclamación del reino de Dios, como idea central de su buena noticia, era reveladora de libertad, de fraternidad, de igualdad, de reconciliación, de paz, es decir, la gloria de Dios manifestada en la vida plena de todos los hombres.
Cuando Jesús declaró: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado” (Marcos 1:15) estaba diciendo que su misión era reintroducir el reino en la tierra. ¡Toda la realidad del reino de Dios se resume en la persona de Jesús! “El Reino de Dios está entre vosotros”, declara. Él es el Rey que, con su muerte y resurrección venció al pecado y la muerte y se constituyó Señor del universo. El trajo a los hombres algo más que la salvación, también los llevó nuevamente a la posesión del reino que habían perdido: ¡La de gobernar sobre la tierra!
Por eso, cuando somos restaurados al reino, somos restaurados a la grandeza, porque regresamos al lugar y al medio para el que fuimos creados.
Las buenas noticias son que en Cristo somos ciudadanos del reino de los cielos, y todos los recursos de ese reino están disponibles para ayudarnos a vivir en victoria cada día desde aquí en adelante. El reino de Dios nos pertenece por derecho legal, en calidad de herencia, y el grado en que disfrutemos de nuestra ciudadanía en el reino depende del nivel de nuestra disposición a ser valientes y reclamar lo que es legalmente nuestro, lo que Jesús ha restaurado para nosotros a través de su muerte y resurrección.


El pan de cada día

No se cómo haría para vivir sin orar. Con los años la oración se ha transformado en la respiración de mi espíritu y en el sustento de mi cuerpo. Es mi descanso, mi refugio, y mi alimento. Sin ella, creo que moriría. Porque ¿En dónde encontraría socorro en medio de la tormenta? ¿A quien acudiría para escuchar esa palabra justa que resuelve una encrucijada? ¿Cómo saciaría esta hambre y sed de Dios? Sólo subiendo al monte a encontrarme con mi Dios, con mi papá, con mí amigo y maestro. Con los años mi vida de oración fue creciendo como un niño empieza a caminar, aquellos primeros años de búsqueda del Señor eran palabras balbuceantes e inseguras. Cuantas veces repetía palabras sin sentido, o simplemente me quedaba callado sin saber que expresarle a mi amado. Fue cuando descubrí algo maravilloso: El Padrenuestro. Los discípulos tampoco sabían orar, pero viendo a Jesús hacerlo, le pidieron que les enseñara.  Vamos a recordarlo una vez más.
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”: La alabanza es la parte más importante de nuestras oraciones. Declarar la verdad de Dios trae fe y nos llena del Espíritu Santo. Alabar y exaltar la persona del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Venga tu Reino” El reino es el gobierno de Dios en este mundo. El desarmó el reino de Satanás, y se manifiesta en nuestras vidas a través del perdón, de la llenura del Espíritu Santo, al ministrar sanidad y liberación de demonios, al recibir justicia, paz y gozo de Dios. Debemos orar que venga su Reino sobre nuestras vidas.
“Hágase tu voluntad, como en el Cielo, así también en la tierra” El curso de nuestra vida está fijado desde la eternidad en el libro de Dios. Hay un plan definido para cada uno. “Señor, ayúdame a hacer tu voluntad, a conocer su voz, a obedecerte”, esta ha sido mi oración.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” Nuestra oración debe ser dirigida específicamente a llenar las necesidades de nuestra vida.  El pan de cada día incluye todas las necesidades de la vida diaria, necesidades personales, de mi familia, de la iglesia. Aprende a pedir por todo: Salud, trabajo, dinero, auto, creatividad.
 “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” A Dios le preocupa nuestra relación, nuestra unidad. A Él le gusta vernos perdonándonos y amándonos. Cada día hay que examinar el corazón para saber si hay que perdonar a alguien, y hacerlo. Hay poder sanador para nuestro espíritu, nuestra mente y nuestro físico cuando perdonamos.
“Y no nos metas en tentación” ¡Claro que conozco mis debilidades! Las tengo presente en cada momento. Por eso este es un momento para clamar para que el Señor nos fortalezca y no seamos vencido en esos aspectos.
“Más líbranos del mal” Esta es una oración de guerra ¡Si señor, hay que batallar todos los días porque hay guerra contra nosotros! Aunque Satanás y sus demonios están derrotados, cada día tenemos que atarlos para que no influencien en nuestras vidas ni en nuestras familias, ni en la iglesia.
“Porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos” Dios merece toda la alabanza y toda la gloria. La oración de Jesús comienza y termina con alabanza. Termina declarando la victoria de Cristo.

La vida de oración es un aprendizaje continuo. Sigamos aprendiendo a orar con eficacia, sigamos aprendiendo a conocer el corazón de Dios y a ganar las grandes batallas en oración, entonces nos pareceremos cada día más a Jesús.